domingo, 13 de octubre de 2013

octubre 13, 2013
EL PASO, Texas, 13 de octubre.— La fugaz estancia de Sandra Ávila Beltrán en el Centro de Procesamiento Migratorio de esta ciudad mostró que ella es una mujer que no se conforma con cualquier cosa. Desenfadada, como suele aparecer en videos registrados desde su aprehensión, pidió a las autoridades estadounidenses que la custodiaban que le trajeran “algo más cómodo”, además de un delineador de cejas y un estuche de maquillaje.

Aun cuando el programa de repatriación ya le había ofrecido ropa, La Reina del Pacífico logró movilizar a los agentes del FBI para que acudieran al Walmart más cercano para traerle unos jeans ajustados y una sudadera blanca, además de los artículos de belleza solicitados.


Sandra estaba en ese limbo carcelario porque ya no era formalmente rea, sólo esperaba ser devuelta a su país. Extraditados y deportados pasan por el mismo centro antes de pisar suelo mexicano. Y ella aguardaba abordar el avión que la enviaría a una prisión mexicana, donde vestiría de nueva cuenta un uniforme color marrón.


Durante su estancia en el centro migratorio, autoridades mexicanas y estadounidenses intercambiaron una serie de correos electrónicos para atender los requerimientos de Sandra Ávila. EL UNIVERSAL tuvo acceso a esa correspondencia.

Sus peticiones

Sandra Ávila llegó a ese centro de Inmigración y Protección Fronteriza (ICE, por sus siglas en inglés) el pasado 14 de agosto. Un año antes había sido extraditada a Estados Unidos, luego de pasar más de un lustro en prisiones mexicanas. Se declaró culpable de ayudar económicamente a su novio, el colombiano Diego Espinoza Ramírez, El Tigre, un narcotraficante de los grandes que fue arrestado en 2009.

Su periplo por cárceles estadounidenses inició en julio de 2012, cuando fue trasladada a un Centro de Procesamiento en Louisiana, luego a otro de Miami y, finalmente, a El Paso, Texas, donde duró seis días.

A Sandra le tocaba usar otra ropa, la del PRIM (Procedimiento de Repatriación al Interior de México), como a cualquiera de los internos, pero en lugar de eso pidió unos jeans y una sudadera. Y de paso un make up y un lápiz delineador.

Así se lo hizo saber a Thomas Homan, a Reginald Buck y a Arturo Fierro, las tres cabezas del ICE. La solicitud llegó hasta el FBI. Los correos electrónicos consultados señalan que agentes del Buró Federal de Investigaciones fueron a un Walmart y compraron los requerimientos de La Reina.

Los agregados de la Procuraduría General de la República (PGR) en Texas comentan en dicha correspondencia que Sandra Ávila Beltrán odia estar sola y que, tal vez, tiene miedo de encontrarse consigo misma.

Un correo que salió de la agregaduría de la PGR, en El Paso, hacia la oficina de San Antonio, señala que ella se había golpeado la cabeza intencionalmente para que la trasladaran de una celda aislada a otra de “población general”, pero aun así cumplieron su petición.

Una noche pidió pastillas para dormir. Los doctores la evaluaron y decidieron que se las darían. Le llevaron un par de cápsulas compradas en una farmacia Walgreens. Finalmente pudo descansar.

Al día siguiente pidió hablar con su abogado. Nuevamente autoridades del ICE evaluaron su petición. Aceptaron incluso que realizara llamadas personales bajo la condición de que todas, con excepción de las de su abogado, serían grabadas.

Desde 2007, cuando fue capturada por la Policía Federal mientras subía a su camioneta BMW, a Sandra no se le ha negado casi nada. Aparte de la libertad, claro. Una fuente de la misma PGR, pero desde la Ciudad de México, contó a un colega periodista que cuando la capturaron la traían en el asiento de atrás de una Suburban sin logotipos de la Federal. Venía tranquila y sonriente cuando pidió que le dieran su celular para avisarle a su hijo y a su mamá que no se espantaran cuando la vieran en televisión esa noche, porque había sido arrestada.

Luego, en el penal de Santa Martha Acatitla, Sandra utilizaría el mismo chantaje de golpearse la cabeza, para luego amenazar con presentar una denuncia contra el gobierno capitalino. También se quejaría por los insectos que habitaban su celda. Los llamó “fauna nociva”.

Una petición que le fue negada sucedió en El Paso. Exigió saber su fecha de repatriación a México. “Por seguridad y por no existir una fecha exacta no se le pudo ofrecer”, apunta uno de los correo.

Los documentos
Sandra movilizó a autoridades mexicanas y estadounidenses durante su estancia en el Centro de Procesamiento Migratorio. Activó en torno a sus peticiones a personas del tamaño de Thomas Homan, jefe de la Oficina de Inmigración y Aduanas (ICE) en Washington, Reginald Buck, asistente del Centro de Detención de West Texas, Alfredo Fierro, director del mismo centro, y Salvador Cano, agregado de la PGR en Texas.

Todos ellos mantuvieron contacto las 24 horas durante seis días. Los correos se reenviaron a cada agregaduría de la PGR y luego a México. Sus charlas detallan la estancia de Sandra en El Paso.

Una fuente de la PGR nos dio acceso a los correos confidenciales, bajo la condición de no hacer ni una sola fotografía, copia o impresión de ellos, pero no se opusieron a que tomáramos notas en una libreta. Así fue que durante un par de horas pudimos consultar los archivos.

—¿Hubo un trato especial para Sandra Ávila, en comparación con otros deportados? —se le pregunta a la fuente que permitió ver la correspondencia electrónica.

—No hubo tal cosa.

Luego encuentro un correo donde dice que a Sandra la escoltaron 15 agentes de ICE, cargando armas largas, y 11 elementos del Aeropuerto Internacional de El Paso. Es decir, unos 13 agentes más de lo común.

—Fue un operativo especial, pero nada preferencial —dice la fuente.

El “limbo”

En los últimos dos años, a este reportero le han llegado unas 10 cartas procedentes del centro donde estuvo Sandra Ávila. Todas refieren historias similares: se trata de indocumentados arrestados que se han cansado de esperar en el “limbo” y quieren regresar a casa. Pero las autoridades no los han dejado salir.

Las estadísticas de ICE muestran que el tiempo promedio que pasa un indocumentado en un centro de detención es de un mes. Casi el doble de lo que lleva normalmente el proceso y de lo que tomaba antes de los atentados del 11 de septiembre.

Las cartas llegan escritas a mano, en hojas de cuaderno. Escribir es uno de los pocos beneficios que aprovechan los indocumentados para contarme que no les han dado alimentos, que el señor de la celda de al lado falleció porque no le trataron un dolor en el pecho y sufrió un paro cardiaco. Que padecen abusos verbales y sicológicos de los guardias o que, a pesar de que se ofrecen para hacer la limpieza del lugar por un dólar diario, llevan semanas sin pago.

El centro de procesamiento de El Paso está sobre Avenida Montana, en el noreste de la ciudad. Es un complejo bardeado, alambrado, lleno de cámaras, patrullado y apartado de la civilización, cerca del fuerte militar Fort Bliss. Entre una cárcel y este lugar hay pocas diferencias.

Aquí llegan los indocumentados que han sido arrestados en distintas ciudades del país, o quienes se han entregado para entrar al programa de autodeportación. También los que huyen de la violencia en México para pedir asilo político en EU. Pero Sandra es distinta. Ella llegó por la mañana al Aeropuerto Internacional de El Paso y de inmediato fue trasladada en un autobús, propiedad de la Oficina del Sheriff, junto a otra veintena. A ella no le tocará pedir unos pesos para el automóvil que la lleve a su familia, ni deambulará unos días en la frontera. Sandra fue directo a un penal de máxima seguridad en Nayarit, donde viste uniforme color marrón.

La partida

Sandra ya no se ve como reina, como la primera vez que se le apreció en aquel video donde aparece sonriente, altiva, con el cabello castaño, flequillo bien recortado. La envidia de algunas mujeres se ha quedado en trozos en cada cárcel que ha pisado. Las canas han aparecido por más que lo quiera ocultar. Sigue sonriente pero va descompuesta, con todo y maquillaje.

Las cabezas de las cinco agencias de seguridad —FBI, DEA, ICE, CBP y PGR— se saludarán por última vez en el Aeropuerto Internacional de El Paso, donde Sandra abordará un avión blanco sin logotipos, con unas 90 ventanas ocupadas todas. A unos 39 reos no les ha tocado ventana, pero a La Reina sí. (Luis Chaparro / El Universal)