martes, 27 de agosto de 2013

agosto 27, 2013
CIUDAD DE MÉXICO, 27 de agosto.- A continuación reproducimos un reportaje de Antonio Medina Trejo para El Universal con motivo del cumpleaños de su hijo.

El autor es periodista, docente en la UACM y activista gay. Lo que motivó la realización de este texto es el amor hacia su hijo y sensibilizar a la sociedad sobre la realidad que viven las familias homoparentales, con el fin de derrumbar prejuicios y fortalecer logros en materia de derechos:

Jorge, Mateo y yo somos una familia. Dos padres y un hijo. Uno que rebasa los 40, otro que casi los cumple y el bebé que acaba de cumplir dos años. Así de simple, sin mayor complejidad: somos una familia homoparental.


Nuestro día transcurre entre los juegos matutinos de Mateo, darle su mamila, cambiarle el pañal, desayunar, leerle un poco, jugar, bañarlo y vestirlo. Después es momento de comer, su siesta, seguir jugando, llevarlo a casa de sus tías o de su abuela. Los papás nos vamos a trabajar y después llegamos a casa, le ponemos la pijama, le contamos un cuento o le leemos noticias en voz alta. Esperamos pacientemente a que el sueño lo venza.  

Nuestra familia, si bien es minoritaria, es parecida a las otras familias. Tenemos rutinas y rituales similares a los que realizan las familias heterosexuales. Estamos plenamente asimilados como núcleo familiar por parte de nuestros parientes y amistades, y en nuestros trabajos. 

Todo mundo adora a Mateo y los comentarios en torno a él siempre son sobre lo lindo que es, lo sano que se ve, lo mucho que ha crecido y la tierna timidez que lo caracteriza. Esa timidez que se rompe en cuanto hace migas con otros niños o niñas, o cuando ve juegos infantiles, o escucha música que instintivamente lo hace mover con gracia su diminuto cuerpecito de 84 centímetros.  

Nosotros, papás gallinas, al escuchar halagos hacia nuestro bebé nos soltamos a hablar sobre él. En más de una ocasión nos han dicho "igualito a mi hijo cuando tenía su edad". O también "gócenlo ahorita que está chiquito".

La verdad es que nada de lo que hemos vivido Jorge y yo como padres adoptantes es algo que no hagan los padres biológicos cuando se estrenan con su primer hijo. Estamos pletóricos de amor y cada día es para nosotros una experiencia extraordinaria de felicidad con Mateo. Vivimos intensamente la paternidad y aprendemos día a día cómo ser padres, aunque nadie nos educó para ello.

Como la gran mayoría de papás, queremos lo mejor para nuestro hijo y constantemente lo verbalizamos con amistades o familiares, pues en cada conversación aprendemos con las experiencias que nos cuentan e intentamos prever pasar un mal rato por un descuido.

Desde luego, un tema permanente en las charlas entre Jorge y yo es la salud psicoemocional de nuestro hijo, por lo que estamos informándonos mucho sobre las mejores posibilidades de educación para él. Queremos que se mueva en ámbitos que le permitan desarrollarse plenamente, en donde tener dos papás no sea motivo de exclusión, sino una variante más de la amplia gama de conformaciones  familiares que existen hoy.

CAMBIOS

Dos sucesos recientes nos indican que hay avances. Uno de ellos sucedió hace un par de meses, cuando fuimos a pedir informes a una escuela que ofrecía un sistema bilingüe, natación, computación y actividades basadas en la pedagogía conductista. Al entrar al colegio la maestra que nos atendió —sonriente, amable y muy amorosa con nuestro hijo— nos dijo que esa institución tenía un sistema pedagógico inclusivo hacia todas las formas de conformación familiar. Lo dijo con esas palabras.

Jorge y yo escuchamos esas palabras mágicas, nos vimos y, sin ponernos de acuerdo, le respondimos que queríamos apartar un lugar en el siguiente ciclo escolar. El plus del colegio es que hay una festividad que sustituye a las tradicionales, en la cual los niños festejan a abuelos, mamás y papás un mismo día. "A todos los festejamos por igual", dijo la profesora. 

El otro acontecimiento se dio luego de un encuentro en un centro comercial con una buena amiga, a la cual no veía desde hace varios años. Traía de la mano a su pequeño hijo de cuatro años: un niño vivaracho y sonriente que, en cuanto conoció a Mateo, se cayeron bien y no dejaron de correr y saltar de un lado a otro.

Mi amiga y yo nos pusimos al corriente de nuestras vidas mientras los dos niños se correteaban, entre carcajadas, por el enorme patio del centro comercial. Nos despedimos y quedamos de estar en contacto.

Unos días después ella escribió un mensaje en Facebook, el cual transcribo: "Mi hijo acaba de cumplir 4 años. Hace poco más de un mes conoció a Mateo y a sus papás. No habrán sido más de 10 minutos los que estuvimos juntos: los papás nos saludamos, platicamos un poco, y los niños corrieron. Hoy mi hijo veía una película en la que una pareja de dinosaurios carnívoros entraban a la zona de los dinosaurios 'buenos' porque buscaban a su hijo perdido. Mi hijo me dijo: 'Yo soy el dinosaurio negro y Luchino (su gato) es el verde', refiriéndose a los carnívoros. Le dije que que los dinosaurios eran papás del carnívoro chiquito y por eso tenían que ser hombre y mujer. Me volteó a ver, frunció el ceño y dijo: 'No, mamá, son dos papás como los de Mateo, el que nos encontramos el otro día'. ¿Qué te digo, Antonio? Me calló. Me gustó, me emocionó y creo que (vanidad aparte) estoy educando un pequeño gran hombre".


Sus palabras me emocionaron y le conté a Jorge de inmediato. Él, al igual que yo, casi llora de emoción al leer el pequeño relato. La respuesta, a nombre de Jorge y mío, no se hizo esperar: 

"¡Amiga, ya nos hiciste el día! Qué digo el día: la semana, el mes. Creo que los niños de ahora ya traen el chip de la equidad, la diversidad. Es extraordinario cómo asimilan cosas que nosotros como adultos nos cuesta tanto trabajo comprender. Sin duda son niños del nuevo siglo, de una época en la que el cúmulo de la historia les dará la posibilidad de una mejor convivencia".

Ella agregó: "Sí, estos chamacos traen un chip distinto, con el que de un simple 'son sus papás' entienden perfectamente la libertad, la posibilidad, la apertura, la equidad. Están conociendo el mundo y ahí todo es nuevo, natural y lógico. ¡Un abrazo!".

Nosotros le mandamos otro abrazo que hicimos extensivo a su pequeño gran hijo.

LOS RETOS

Sabemos que el reto cultural de la paternidad gay es grande. Más aún, la asimilación social de niños y niñas nacidos en el contexto de las familias homoparentales. Las dos experiencias que conté nos alientan a seguir adelante y apostarle al derrumbe de los prejuicios, a una sociedad que sume y no que reste.

Desde luego, hay avances políticos y culturales en la Ciudad de México que nos indican que la sociedad progresa: por un lado está la visibilidad y el respeto; por otro las leyes que, poco a poco, se materializan en políticas públicas abiertas a la equidad y la no discriminación.

El cambio que se da en los salones de clases, en los espacios donde conviven niños y jóvenes, así como la apertura en los medios de comunicación, las instituciones y —desde luego— en las familias, son lo que va gestando una mejor sociedad. El objetivo es transformar realidades violentas por realidades con igualdad y libres de discriminación. 

El esfuerzo cotidiano vale la pena, por nuestros hijos, por nuestras familias, por una sociedad que respete las diferencias y que valore la equidad. Las nuevas generaciones de niños y niñas están haciendo la diferencia, cambiando el chip de la discriminación por el de la inclusión, el respeto y la igualdad. Lo deseable es que las nuevas paternidades, sean gays o heteros, se involucren en este cambio paradigmático y sigan construyendo el gran arcoíris sociocultural de nuestro país. Por cierto, Mateo: ¡Feliz cumpleaños! (Antonio Medina Trejo para El Universal)

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