miércoles, 21 de agosto de 2013

agosto 21, 2013
MÉXICO, 21 de agosto.- Alfredo sufre de trastorno de estrés postraumático y trastorno depresivo mayor.

Durante casi todas las noches de los últimos ocho meses fue golpeado, obligado a permanecer agachado, con la cabeza pegada al piso.


En las peores madrugadas, fue abusado sexualmente –con objetos, lo que penalmente corresponde a una violación equiparada-; se enfermó de neumonía y un fin de semana volvió a su casa con una herida sobre el ojo y moretones en el cráneo.

Todo ocurrió en las instalaciones de la Escuela Médico Militar de la Secretaría de la Defensa Nacional, a donde Alfredo Segura Lagunas ingresó el año pasado, y de donde fue obligado a darse de baja tras protestar junto con su madre por las noches de pesadilla que vivieron él y sus compañeros de primer año por iniciativa de los alumnos de los grados superiores, particularmente de segundo y quinto.

Su salida fue la forma en que las autoridades de la Escuela Médico Militar y de la rectoría de la Universidad del Ejército y Fuerza Aérea resolvieron “el problema” que significaba un alumno que nunca pensó encontrarse con esas “tradiciones” en la convivencia estudiantil y no pudo soportarlas, según denuncia Ivonne Lagunas, la madre del joven.

Ivonne fue esposa de un militar, el teniente coronel médico cirujano Alfredo Segura Madueño, contra quien peleó infructuosamente durante años la pensión alimenticia para sus hijos, “porque mi exesposo siempre ha contado con la ayuda de su hermano, el magistrado Arturo Rafael Segura Madueño”, actualmente en el Segundo Tribunal Colegiado en materia penal y del trabajo del Décimo Noveno Circuito.

Después de tratar de costear estudios de Medicina para Alfredo en una universidad privada de Irapuato, llegó un momento en que no pudo por un problema de salud y ambos decidieron que éste ingresaría a la Escuela Médico Militar.

“Cuando yo conocí la Escuela Médico Militar, hace casi 30 años, nunca vi señal alguna de lo que Alfredo vivió. Así que él presentó los exámenes e ingresó al plantel, que se supone es gratuito. Pero nunca lo fue. Desde el principio, a base de amenazas, Alfredo tenía que llevar surtida una lista de despensa a veces hasta por 2 mil pesos, con jugos, carne, artículos de limpieza, sopas, atún”, expuso la mujer.

Alfredo dice que de los aproximadamente 130 alumnos que ingresaron al primer año junto con él, al final de periodo sólo se quedaron como la mitad. “Muchos se salieron porque no aguantaron los abusos; otros porque no podían costear todo lo que nos pedían los de los grados superiores”.

Alfredo cumplió con el curso de adiestramiento de dos meses, y los ocho meses siguientes, asegura, se fueron convirtiendo en un infierno.

“Estábamos a merced de los de segundo y quinto año. Te llaman en las madrugadas, más o menos a las dos, a los baños, y lo primero que te dicen es que tienen la calidad moral para hacerlo porque a ellos se los hicieron. Los de primero somos la mierda; los de segundo como tierra; los de tercero como animalitos; los de cuarto personas y los de quinto año son dioses, así que alguien que es excremento no se puede poner con un dios y está a su servicio”.

El reglamento del colegio fija la suspensión de actividades a las 9 de la noche, “pero eso nunca sucede”, asevera el muchacho. “Ya sabíamos que a partir de las dos de la mañana todos los de primero teníamos que ir al baño, por órdenes o por golpes, y luego dormir un par de horas antes de levantarnos a hacer toda la limpieza, como nos corresponde por ser de este grado”.

Alfredo fue obligado a llevarles comida, chocolates y artículos de limpieza a los de grados superiores; a hacer trabajos y tareas escolares para ellos, y castigado de manera lacerante si fallaba en alguna de estas actividades, o ser arrestado los fines de semana.

En un documento que él y su madre entregaron a la Comisión Nacional de Derechos Humanos, describió los instrumentos que fueron utilizados para los castigos físicos: un toallero y varias palas que “tienen nombres”:

“La besitos es una pala de unos 30 centímetros de largo, que al golpe emite un sonido como de un beso… la corregidora es una pala que se usaba para que reflexionáramos sobre las faltas cometidas y corregirlas a la brevedad… la tercerita es llamada así por los alumnos de la Tercera Compañía, donde yo estaba, que son los de menor estatura, con la que nos golpeaban las nalgas y los muslos…”.

Los alumnos de primero, de acuerdo con esta denuncia, son también obligados a un castigo por el que deben colocarse en lo que llaman “posición mortero”: con la base del cráneo sobre el suelo, los pies en escuadra y las nalgas hacia arriba, sin poner las manos en el piso. “Es una posición en la que estás a su merced, te pueden hacer lo que quieran. Algunos sufrieron de hongos en la cabeza por estar así en el piso del baño; hacían competencias para ver quién aguantaba más en esa posición”.

El joven dice que otro “escarmiento” dirigido por los grados superiores era obligar a los de primero a golpearse unos a otros. “Hacían que te agarraran con una sábana y entre todos te pegaran; a mí me lo hicieron varias veces”.

Cuando había inspecciones, lo obligaban a esconder las cosas que llevaba por encargo. Si éramos familiares de militares –como es su caso- nos decían que debíamos colaborar “porque ellos tienen un deber con la escuela”.

Durante todos esos meses, Alfredo soportó todas estas vejaciones porque no quería tener problemas, señala. “Eran muy claros, o estábamos con ellos o estábamos en contra y nos iba a ir mal; nos descontaban puntos”.

El muchacho señala como sus principales agresores a dos alumnos de nombre Dagoberto Longino Santos Trinidad –al que señala como responsable de cometer la violación sexual equiparada- y Fernando Melo Leónides, quien además de vejarlo lo obligaba a comer basura.

Aunque sólo denunció los golpes y castigos en los oficios que se hicieron llegar a la CNDH y a la Presidencia de la República, finalmente se puso al tanto a la Procuraduría de Justicia Militar del abuso de tipo sexual, del cual el muchacho se negaba a hablar.

Una de esas noches, un alumno de sexto grado –al que apodan “El loco”- lo encañonó. Alfredo fungía como cuartelero, responsable de mantener limpio el dormitorio, cuando “El loco” entró, cortó cartucho y le apuntó al rostro a menos de un metro de distancia. “¡Corre por tu vida pelón!”, le gritó. Alfredo no supo que hacer; levantó las manos y se quedó quieto. Había visto a ese estudiante ponerle un cuchillo en el cuello a otros y pedirles que le rogaran por su vida.

“Me ofreció su arma, pero yo no la tomé. Entonces me abofeteó”.

En el transcurso de ese tiempo, varias denuncias anónimas sobre estos malos tratos llegaron a las oficinas del director de la Escuela Médico Militar, el general Daniel Gutiérrez Rodríguez.

“Cada que llegaba una llamada anónima, nos juntaban, a veces el comandante de la compañía, o incluso el director. Nos decían que les dijéramos, que ellos nos van a ayudar. Pero en realidad era peor, porque no sólo nos echamos encima a esas autoridades, sino a nuestros propios compañeros”.

Así le pasó a él cuando, reunidos los alumnos de primer grado por convocatoria del Rector de la Universidad del Ejército y Fuerza Aérea, el general Eduardo Emilio Zárate Landero, éste les ofreció plática en la que los instó a no generar violencia dentro del plantel y les preguntó cuáles eran sus inconformidades.

“Entre nosotros comentábamos si decir el abuso del que éramos objeto, pero nadie se animaba. Entonces él dijo que lo que se hablaba se quedaría ahí. Yo me levanté y le conté todo lo que nos estaban haciendo. Al salir, el general dijo: Segura ya se culeó”.

Para ese momento –en las últimas semanas de mayo y las primeras de junio- Alfredo ya había puesto al tanto a su madre de todo lo que estaba viviendo al interior de la Escuela Médico Militar, y ella había acudido con el director para pedirle su intervención, a fin de frenar los abusos contra su hijo.

“Ya sabía de las torturas que Alfredo padecía. Un día de marzo recibí un mensaje de texto por celular en el cual el director me pedía hablar conmigo sobre las cosas que Alfredo me había contado. Mi hijo ya había sido internado en diversas ocasiones en la clínica de la escuela, y una vez en el hospital, cuando le dio neumonía”, relata Ivonne.

Cuando se entrevistó con el general Daniel Gutiérrez, éste le pide que “se maneje el asunto bajo el agua”. Ella le mostró fotografías que le había tomado a Alfredo con un golpe en la cabeza y un párpado abierto.

“No sé qué está pasando; yo creo que a los muchachos se les pasó poquito la mano por estar jugando, pero yo voy a hablar con ellos, le pido que le vaya diciendo a usted todo lo que le hagan para que usted me lo diga y veamos qué se puede hacer”, le ofreció el director.

La mujer se entrevistó posteriormente con el doctor Oscar Escalante Piña, jefe académico en la EMM, quien le pidió hacer la denuncia por escrito, pues nada se podía hacer sin ella, aunque admitió que había “muchas denuncias anónimas de que se golpeaba a los alumnos jóvenes”.

A partir de la intervención de la madre de Alfredo, la situación empeoró para el muchacho. Lo acusaron de esconderse en las faldas de su madre y vivió las dos primeras semanas de junio –las últimas que pasó en el plantel- en lo que describe como “una verdadera tortura”. El 12 de junio Ivonne Lagunas recibió una llamada telefónica de su hijo en la que éste le pedía que hiciera lo que las autoridades de la escuela le pidieran y lo sacara de ahí, “o de lo contrario lo iban a matar”.

“Ellos no podían permitir que Alfredo pasara a segundo, porque los de ese grado tienen el derecho de golpear a los de primero y mi hijo no estaba dispuesto a ello, él y yo estábamos denunciando esa violencia”, dice Ivonne.

En una reunión con el Rector de la Academia del Ejército, el 12 de junio, éste le dijo a la madre del joven alumno que su hijo le pertenecía a las Fuerzas Armadas, y le advirtió que para regresárselo, debía firmar un documento en el que Alfredo aceptara dimitir de la EMM por convenir a sus intereses y sin hacer responsable a la institución.

El Rector desestimó la queja de la mujer, y le aseguró que en las inspecciones que se efectuaban a la escuela no se encontraba irregularidad alguna.

“Yo le respondí que si todo lo escondían, cómo lo iba a encontrar. Entonces me miró y me dijo: -claro señora, malo sería que no desaparecieran las cosas y las encontrara. Mis inspecciones tienen que salir limpias, el problema no es que yo lo sepa, sino que ellos no me obedezcan y cuando yo llegue encuentre algo-. Me advirtió que si hacía lo que él me indicara, aceleraría la baja de Alfredo y lo tendría vivo, y que no le dijera a nadie de esto”.

Todavía sometieron a Alfredo a un interrogatorio que atestiguaron su madre y su hermano. “Alfredo estaba ya muy mal, todo sucio, con barba, no podía estar erguido, les respondía como autómata. Entonces firmé porque creí que lo más importante era preservar su vida”.

Alfredo salió de la EMM con golpes en las piernas, en los brazos. Recibe terapia de rehabilitación en un hombro, y las secuelas psicológicas fueron valoradas por un médico de la Secretaría de Salud que le diagnosticó el estrés postraumático.

Según Ivonne, la salida de Alfredo “estaba planeada porque él venía siendo ya un foco rojo para evidenciar la tortura, la violencia escolar al interior de esa escuela”.

Al acudir ante las autoridades de la propia Sedena, su queja ha sido formalmente desestimada. Un oficio de la Dirección general de educación militar y Rectoría de la Universidad del Ejército y Fuerza Aérea –en respuesta a la denuncia que presentó el 11 de junio- le informa que después de una investigación propia y de turnar el asunto al Agente del Ministerio Público adscrito a la 1ª Zona Militar para que éste iniciara una indagatoria, no se encontraron elementos suficientes para sustentar su denuncia.

En este oficio (S.A.R.H.- 7008) se afirma que Alfredo no reportó los supuestos golpes sufridos antes; que se le revisó físicamente y no se encontraron huellas de los mismos, y que el hecho de que Alfredo nunca se hubiera quejado formalmente impidió que la autoridad escolar efectuara una investigación oportuna de los hechos.

También se hace referencia a un bajo rendimiento escolar del alumno en varias materias, y se rechaza su reingreso a la EMM puesto que “causó baja por solicitud voluntaria”.

“Respecto al señalamiento que hace en el sentido de que las autoridades militares del referido plantel no tienen la calidad moral ni humana para determinar la estancia o no de su hijo en esa Institución Militar, se advierte que su separación de la misma no fue por determinación de ningún directivo de ésta, sino a consecuencia de una solicitud elevada por éste el 14 de junio del 2013…”, señala el oficio, fechado el 25 de julio y firmado por el Subdirector militar de Educación militar, el general Carlos Arturo Pancardo.

Sin embargo, unos días antes de verse obligada a firmar la baja, cuando Alfredo aún tenía la condición de militar, Ivonne acudió a la CNDH e interpuso un escrito de queja que le fue admitido y por el cual se inició un expediente y se solicitó a las autoridades militares un informe del caso.

Además, el asunto continúa el trámite en la Mesa IV de la Procuraduría General de Justicia Militar. También hay una denuncia interpuesta ante el Ministerio Público del Distrito Federal.

Ivonne Lagunas busca que su hijo sea pensionado como militar “porque el daño que le hicieron es irreversible: le quitaron todos sus derechos, le cerraron la puerta, lo sacaron de la institución, le quitaron un trabajo, lo torturaron, le causaron un daño psicológico. Esto lo va a cargar él toda su vida”. (Verónica Espinosa para Proceso)

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