domingo, 7 de julio de 2013

julio 07, 2013
TEXAS, 7 de julio.- La semana pasada, Kimberly McCarthy, de 52 años, se tumbó en la camilla de la sala de ejecuciones de la prisión de Texas, estiró los brazos formando una T y, mirando al techo del que cuelga un micrófono, pronunció sus últimas palabras: “Gracias a todos los que me han ayudado.


Al reverendo Camp, mi guía espiritual. Esto no es una pérdida, es una victoria. Sabéis dónde voy. Voy a casa con Jesús”. La inyección letal acabó con su vida en segundos. Era la ejecución número 500 de este centro penitenciario desde que en 1982 el preso Charlie Brooks Jr., de 40 años, se tumbó en la misma habitación de ladrillo y dirigió al micrófono su despedida: “Solo temo a Alá, el único dios, el que tiene el poder de decidir si debo vivir o morir”.

Kimberly, una mujer de raza negra, ojos caídos y pelo blanco rizado, se fue en presencia de abogados, familiares y parientes de su víctima, un profesor de Psicología jubilado de 70 años al que apuñaló en su casa de Dallas para robarle sus tarjetas de crédito y el coche. Al día siguiente de su ejecución, sus últimas palabras aparecían en una macabra página web de la prisión que el último año ha recibido tres millones de visitas. De los 36 Estados de EE UU que mantienen la pena de muerte, Texas y California son los únicos que publican las despedidas de los ejecutados, pero solo la primera ha recopilado en un blog las fichas,grafías y últimas palabras orales o escritas de los finados. Desde 1982 Texas ocupa los primeros lugares en el siniestro ranking de ejecuciones. Desde 1999 han decrecido un 50% en todo el país

La web de ejecutados en la prisión de Texas es objeto de controversia. Abogados y activistas contrarios a la pena máxima consideran indecente que se exponga algo tan íntimo como la despedida de hombres y mujeres segundos antes de morir. La lectura de las últimas palabras de los ejecutados demuestra que estas personas, condenadas por horribles crímenes, viven de forma diferente su tránsito hacia la muerte: mensajes de perdón, paz, amor y cariño hacia sus víctimas y familiares; pero también de ira, dolor y rebelión hacia policías, fiscales y jueces por parte de aquellos que se declaran inocentes y avisan en un grito al vacío que los auténticos asesinos siguen ahí fuera.

Mark Stroman, de 42 años, se fue describiendo cómo las drogas fluían por sus venas: “Ya lo siento. Me duermo. Uno, dos, ya llega...”. Las últimas palabras de Humberto Leal, de 32 años, fueron un largo perdón hacia sus víctimas y familiares, y una apostilla: “Una cosa más. ¡Viva México! ¡Viva México”. Steven Woods, de 31 años, dijo: “No sois testigos de una ejecución; sois testigos de un asesinato. Yo no he matado a nadie. Mamá, te quiero... Ya lo siento, ya llega. Adiós”.

Pese a que Sandra, de 15 años, declaró agonizante antes de morir que Preston Hughes intentó violarla, el preso, de 46, se despidió clamando su inocencia: “Mamá, Celeste, soy inocente y os quiero. Continuad luchando por mi inocencia”. Junto a Sandra, cerca de un restaurante de Houston, encontraron muerto a Marcel, un niño de tres años.

Charlie Brooks Jr. 1982 (Ejecución 1)
40 años. Negro. Secuestró a un mecánico, le condujo a la habitación de un motel y le asesinó de un disparo en la cabeza.
Últimas palabras: “Solo temo a Alá, el único dios, el que tiene el poder de decidir si debo vivir o morir”.

Henry Porter. 1985 (Ejecución 9)
Hispano. 43 años. Asesinó al policía Henry Mailloux cuando le detuvo por robo de armas.
Últimas palabras: “Cuando un policía asesina a alguien, la sentencia se conmuta. Cuando un mexicano mata a un policía, no. Esa es la justicia de América”.

James Paster. 1989 (Ejecución 32)
44 años. Blanco. Asesinó de un tiro en la cabeza a Edward Howard, de 38 años, por encargo de la exmujer de la víctima, que le pagó 1.000 dólares.
Últimas palabras: “Espero que la señora Howard encuentre la paz con esto”

Edward Ellis 1992 (Ejecución 46)
38 años. Blanco. Asesinó a Bertie Eakens, de 75, en su casa asfixiándola con una almohada. Le robó joyas y su coche. Trabajaba en el inmueble.
Últimas palabras: “Solo quiero que todo el mundo sepa que el fiscal y Bill Scott son unos hijos de perra”.

Leonel Herrera. 1993 (Ejecución 58)
45 años. Hispano. Condenado por matar a un policía que le detuvo por exceso de velocidad.
Últimas palabras: “Soy inocente, inocente. Un gran error se cometerá esta noche. Mis mejores deseos para todos. Estoy preparado”.

John Barafield. 1997 (Ejecución 109)
32 años. Negro. Condenado por violar y asesinar de un tiro en la cabeza a la universitaria Cindy Rounsaville, de 25 años. Cindy fue violada por John y otras dos personas que la asaltaron en un parking.
Últimas palabras: “Decidle a mamá que la quiero”.

Joseph Cannon. 1998 (Ejecución 148)
38 años. Blanco. Asesinó a tiros a una abogada con la que convivía en periodo de prueba por otros delitos.
Últimas palabras: “Siento lo que te hice, mamá. No lo digo porque vaya a morir. Gracias por apoyarme y ser amable conmigo cuando era niño”.

Timothy Gribble. 2000 (Ejecución 211)
36 años. Blanco. Violó y estranguló a Elizabeth Jones cuando arreglaba el techo de su casa.
Últimas palabras: “Acepten mis disculpas por lo que le ocurrió a vuestra amada. Hice algo horrible de lo que estoy arrepentido. Rezo para que encontréis la paz”.

Kimberly McCarthy (Ejecución 500)
2013. 52 años. Negra. Apuñaló a un anciano de 70 años para robarle sus tarjetas de crédito y su coche.
Últimas palabras: “Gracias a todos los que me han ayudado estos años. Al reverendo, mi guía espiritual... Esto no es una pérdida, es una victoria. Sabéis dónde voy, voy a casa con Jesús”.

Ramón Hernández (Ejecución 491)
2012.  41 años. Hispano. Con dos cómplices, robó, violó y asesinó a una mujer. Luego quemó el cuerpo.
Últimas palabras: “¿Puedes oírme? Nunca te lo dije, tienes los ojos de papá. Me di cuenta hace un par de días. Diles a todos que les quiero. Siento mucho el dolor causado”. (El País)

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