jueves, 25 de julio de 2013

julio 25, 2013
RÍO DE JANEIRO, 26 de julio.- Francisco, el Papa de las periferias «venido del fin del mundo», escenificó ayer su preocupación por los últimos de la sociedad al visitar la favela de Manguinhos, uno de los barrios más pobres de Río de Janeiro que hasta hace poco era conocido como «la Franja de Gaza» por su violencia, fruto del narcotráfico. Allí, rodeado de personas humildes, el Pontífice que quiere «una Iglesia pobre y para los pobres» dijo que «nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que existen en el mundo» y se mostró comprensivo con los jóvenes que han protagonizado las protestas sociales que han sacudido Brasil en los últimos meses.

Las fotografías son de la llegada del Papa a Copacabana, ya tarde, después de la visita a la favela. (Clic a las imágenes)


«Ustedes tienen una especial sensibilidad ante la injusticia, pero a menudo se sienten defraudados por los casos de corrupción, por las personas que, en lugar de buscar el bien común, persiguen su propio interés», les comentó Francisco a los jóvenes. Esta indignación no debe traducirse en «desánimo» o en «pérdida de confianza». «No dejen que la esperanza se apague. La realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar. Sean los primeros en tratar de hacer el bien, de no habituarse al mal, sino a vencerlo». En esta lucha por mejorar la sociedad, la Iglesia «acompaña» a la juventud ofreciendo «el don precioso de la fe, de Jesucristo».


Manguinhos es un símbolo de la realidad de las favelas brasileñas, en las que pese al desarrollo de los últimos años aún viven 11 millones de personas, el 6 por ciento de la población total del país. Francisco aseguró que quería visitar «todos los barrios de esta nación» para llamar «a cada puerta, decir ''buenos días'', pedir un vaso de agua fresca, tomar un ''cafezinho''». «¡No un poco de cachaça!», dijo en broma refiriéndose al célebre licor brasileño realizado con caña de azúcar.


Protegido de la lluvia por unos gigantescos paraguas blancos y portando al cuello un colorido collar de papel que le pusieron los habitantes de la favela, Francisco se prodigó en abrazos, saludos y bendiciones por doquier. Visitó la pequeña parroquia de la comunidad de Varginha, ubicada dentro de Manguinhos, donde bendijo el nuevo altar y dejó como regalo un cáliz, y caminó por las calles de la comunidad hasta llegar al campo de fútbol donde juegan los chavales del barrio. Su entrenador es Jairzinho, legendario futbolista brasileño que ganó el Mundial de 1970. El ambiente era estupendo y la gente parecía ajena a los efectos de la peor ola de frío registrada en los últimos 50 años que estos días azota el sur de Brasil.

Lección de solidaridad


Tras ser saludado por un matrimonio residente en Manguinhos, dijo que el mundo puede extraer una «lección de solidaridad» del pueblo brasileño, especialmente de «las personas más sencillas». «Me gustaría hacer un llamamiento a quienes tienen más recursos, a los poderes públicos y a todos los hombres de buena voluntad comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo más justo y más solidario», pidió. Todas las personas, cada una según sus «posibilidades y responsabilidades», están llamadas a contribuir para poner fin a «tantas injusticias sociales».


«No es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable, sino la cultura de la solidaridad; no ver en el otro un competidor, sino un hermano», destacó el Papa en su discurso. A continuación, se refirió a los esfuerzos realizados en los últimos años por los gobiernos brasileños para mejorar las condiciones de vida de la población. En los últimos años, la pobreza extrema se ha reducido más de un 40 por ciento.


El Pontífice alentó este trabajo pero advirtió de que «ningún esfuerzo de pacificación» será duradero ni se logrará la «armonía y felicidad» si se «ignora, margina y abandona en la periferia a una parte de sí misma». Cuando se deja a un lado a los ancianos o a los jóvenes, a los que Francisco se refirió en otras intervenciones, una sociedad «se empobrece a sí misma y pierde algo esencial». La verdadera riqueza sólo se logra cuando «se es capaz de compartir», pues «todo lo que se comparte se multiplica». Destacó, además, que «la medida de la grandeza del conjuno de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado, a quien no tiene más que su pobreza». (Darío Menor / La Razón España) 

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