domingo, 7 de julio de 2013

julio 07, 2013
LONDRES, 7 de julio.- Andy Murray, por fin, es británico a todos los efectos, consagrado en Wimbledon para felicidad de un pueblo eufórico. Andy Murray ya es campeón de Wimbledon después de vencer en la final a Novak Djokovic por 6-4, 7-5 y 6-4 y entierra el fantasma de Fred Perry, que fue el último ganador local en la hierba de Londres. Desde 1936 a 2013 han pasado 77 años, demasiado tiempo para Gran Bretaña, así que Murray pasa a ser eterno.

Sus lágrimas resumen la carrera de un jugador fantástico al que siempre se le exigió más que a nadie en Wimbledon. Murray era escocés en las derrotas y británico en el triunfo, pero se quedaba una y otra vez a las puertas, condenado a vivir en un segundo plano en la era dorada del tenis. Hasta que el año pasado conquistó los Juegos en las pistas del All England Tennis Club y luego el US Open, por fin Murray era grande. Ahora ya tiene el trofeo de su vida.

El escocés, brillante, supera con claridad a Djokovic (6-4, 7-5 y 6-4) y da una alegría a los británicos 77 años después.

El escocés se convierte en el primer británico que conquista Wimbledon desde que Fred Perry lo lograse en 1936.


Partido épico el que se ha vivido en la pista principal del All England Club. Djokovic y Murray iniciaron el duelo sin dar su brazo a torcer hasta que el escocés consiguió romper el servicio del serbio con 3-3 para anotarse el primer set. La segunda manga deparó una durísima batalla que se resolvió al final del mismo cuando Andy Murray comenzó a soltar su muñeca en forma de revés. En la última manga, el tenista británico se sobrepuso al ímpetu y orgullo de Djokovic para llevarse este entorchado por primera vez.

Djokovic (en la foto) y Murray se han enfrentado en 18 ocasiones, con once victorias para el serbio por siete del escocés.

El último precedente Murray-Djokovic en hierba data de los Juegos Olímpicos de 2012, cuando el escocés se deshizo del serbio en semifinales por un doble 7-5.

Murray tiene todo bajo control.

Fue una final marcada por el tacticismo, por la actitud fría y prudente de dos hombres acostumbrados a medirse en partidos de máxima responsabilidad.

Algo ansioso desde el comienzo, Djokovic no fue el jugador dominante e incombustible que acostumbra. Se vio expuesto con el servicio ante un jugador que se maneja tan bien como él a la hora de restar. Perdió el primer parcial en 59 minutos, en lo que pareció una síntesis de la confrontación.
El domingo, caluroso, bajo un sol infrecuente en Londres, iba a quedar señalado para siempre en el tenis de este país, que de la mano de Andy Murray disfruta de un nuevo y clamoroso amanecer.

Es campeón de Wimbledon porque, sencillamente, fue muchísimo mejor que Djokovic en la final. El número dos del mundo gestionó mejor todas las situaciones decisivas, se adaptó a la peladísima hierba de la central y mantuvo la compostura desde el fondo. De hecho, la batalla pareció más un partido de tierra que otra cosa, descartado el saque-red y más con estos dos jugadores.

Djokovic estuvo extrañamente fallón, desdibujado desde su expresión corporal, enfadado entre resbalón y resbalón. El serbio, un portento físico, jugador de largo recorrido y con una entereza mental a prueba de bombas, se presentó tarde y mal, siempre a remolque de su rival y del calor de la grada. Wimbledon tenía claro a quién apoyar.

Porque Murray es más que un jugador de tenis. Es como un equipo de fútbol, algo inexplicable. Se enciende el All England Tennis Club cada vez que actúa su chico y la colina que lleva su nombre, la que está fuera de la pista, aglomera a miles de seguidores que se conforman con seguir el partido por una pantalla gigante. Y pagando, claro. Esta vez sí celebraron algo grande de verdad.

El primer set se alargó durante una hora, una intensidad extraordinaria desde el primer peloteo. Pero fue más eso que espectáculo, pues tampoco el nivel era elevadísimo. Djokovic perdió el saque en el tercer juego, lo recuperó de inmediato y volvió a entregarlo en el séptimo de forma definitiva. Le devoró Murray sus 17 ganadores, pletórico el británico en esa faceta.

El número uno alteró el paisaje con su inicio del segundo set. Pareció despertar de la siesta y se puso 4-1, engañoso en cierto modo el resultado. Dominaba la situación, pero no desprendía sensaciones del todo convincentes ya que jugaba a trompicones. Confirmó esas dudas cuando perdió su saque con una doble falta y luego se le escapó el set entre gritos y enfados con el juez de silla y el ojo de halcón. El Djokovic de antes en estado puro.

A partir de ese momento, las estadísticas recordaban a Djokovic que nadie remontaba dos sets en una final de Wimbledon desde 1927 (Henri Cochet). O quizá el mensaje era para Murray, que se vio campeón antes de tiempo porque en la tercera manga se adelantó 2-0, tan cerquita el sueño de su vida. Se olvidó de que enfrente estaba Novak Djokovic, el mejor jugador del mundo.

El serbio reaccionó, una cuestión de orgullo y talento, y pasó del 2-0 al 4-2 y saque. El inesperado giro, sin embargo, no tuvo recorrido porque Murray se reenganchó entre las mil dudas de Djokovic, incomprensibles sus errores. Era el gran día del escocés y estaba dispuesto a aprovecharlo, 5-4 con servicio para conquistar el cielo.

Lo hizo a la cuarta, nervioso como un flan en las pelotas de partido anteriores. En tres sets, despachó al número uno, mucho más sencillo de lo que se intuía. En tres sets, enterró el fantasma de Fred Perry que tantos disgustos le ha dado en su carrera. En tres sets, pasaba a ser británico a todos los efectos. En tres sets, se coronó como el héroe de Wimbledon. Por fin, Andy Murray. (ABC / The Sun / El Mundo)

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