jueves, 27 de junio de 2013

junio 27, 2013
Reproducimos el escrito de José Emilio Pacheco en el número 942 de Proceso (21 de noviembre de 1994).

Carta a Vicente Leñero de José Emilio Pacheco, en defensa de Juan García Ponce:

La verdadera historia del “affaire Donoso”

Muy querido Vicente:

Leí con el mayor interés tu crónica “José Donoso en México: Historia personal de una relación literaria” (Proceso 941, 14 de noviembre). El centro de ella es el supuesto insulto de los escritores mexicanos al gran novelista chileno. Me siento obligado a contar la verdadera historia y añadir algunos documentos a los que reproduces.


Antes te doy las gracias, con 29 años de retraso (no me había enterado) porque en ese momento pusiste las manos en e! fuego para librarme de sospecha. Una muestra más, y no ciertamente la menor, de tu invariable generosidad para conmigo en una relación que ya ha durado cuatro décadas. Me corresponde ahora poner a mi vez las manos en el fuego por Juan García Ponce y librarlo también de toda sospecha en este asunto. Permíteme hacer una breve relación cronológica.


El 26 de junio de 1965 José Donoso y Augusto Monterroso me llevaron a mi casa, para su publicación en La Cultura en México, suplemento de Siempre! dos notas acerca de Beber un cáliz, el excelente libro de Ricardo Garibay. En los meses anteriores yo había hecho una buena amistad, que perdura basta el momento, con María Pilar y José Donoso. De modo que él tuvo la confianza suficiente para preguntarme si no me molestaba una alusión en su artículo: “Arreola y Pacheco lo enredan todo en exquisiteces estilísticas". Le dije — Monterroso es testigo— que, por lo contrario, me halagaba verme al lado de mi maestro Arreola. El suplemento, insistí, respeta y publica cualquier opinión adversa a quienes lo hacemos.

José Donoso y su esposa.

Por la tarde del 28 de junio entregué las notas a Femando Benítez y a Vicente Rojo. Aprobadas sin ninguna objeción, se incluyeron en el número 178. En esos tiempos el suplemento se formaba los lunes y se imprimía los jueves para incluirse en el ejemplar de la revista Siempre! que circulaba los jueves de la semana siguiente con fecha adelantada del siguiente miércoles. Para quien en este fin de siglo emprenda una investigación hemerográfica resultará confuso ver fechado el miércoles 14 de julio de 1965 un número que se hizo el lunes 28 de junio y en realidad salió a la calle el jueves 8.

2

En la era electrónica hablar de rotograbado es como hacer mención de la escritura cuneiforme y las tablillas asirías. Los textos se componían en linotipo, se retrataban en una película de celofán y se pegaban en una mesa de vidrio iluminada por un foco interior. Como recordarás, fui jefe de redacción de La Cultura en México durante dos etapas: 1962-67 y 1969-71. Parte de mi trabajo consistía en ir con José Hernández Azorín, entonces regente de la Imprenta Madero, a los talleres de Lito-Ofset Sánchez, situados en la parte industrial de la calle de Pino. Nuestra tarea podía durar hora y media o prolongarse hasta la madrugada siguiente. Llevábamos buena amistad con los trabajadores y a veces íbamos en su compañía a los bares y restaurantes de San Cosme.

El artículo del lío era una reseña de Donoso sobre "Beber un cáliz", de Ricardo Garibay.

A comienzos de 1965 hizo su aparición en el taller un linotipista impugnador. Lamento no recordar su nombre. Me gustaría que pudiera ver estas líneas y decimos qué opina a la vuelta de tantos años. Poseía un humor ácido y no se limitaba, como todos los de su gremio añorado, a enderezar nuestra sintaxis y corregir nuestras faltas de ortografía sino que fulminaba cada texto con notas al pie en letras negritas. No olvido algunas de sus apostillas: “¡Újule, si este chorro de pendejadas es poesía, yo soy Díaz Mirón!” “Pinches intelectuales tan pedantes: sólo hablan bien de las películas aburridas”. “Ya chole de pintura abstracta: mejor publiquen fotos de encueradas".


Juan García Ponce siempre tuvo fama de travieso.

Con el mayor respeto fui a decirle que sus comentarios me parecían muy divertidos pero que su irreverencia alguna vez iba a causarnos un problema mayúsculo. Respondió que eran bromas compartidas con su amigo el formador quien, cuando las películas de celofán llegaban a las mesas iluminadas, se encargaba de cortar las anotaciones en negritas.

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El jueves primero de julio de 1965 me presenté en el taller a la hora acostumbrada. Algún problema en la Imprenta Madero impidió que José Hernández Azorín me acompañara. Los trabajadores de Litto-Offset Sánchez deben de haber asistido a alguna reunión sindical porque no había nadie en las instalaciones. Las planas del suplemento estaban concluidas y pegadas a los cristales. Sin embargo no hubo forma de encender los focos interiores. A la luz insuficiente que bajaba del techo, revisé las páginas sin encontrar nada anormal. Yo no era el corrector de pruebas de los artículos y sólo podía remediar, en caso de advertirlos, errores en los encabezados y los pies de foto. Supuse que todo estaba en orden y fui hasta San Cosme donde tomaba de regreso el “Santa María-Insurgentes”.

Rosario Castellanos publicó en Excélsior “Ética y patriotismo: La ofensa al escritor Donoso”.

En el camino compré un periódico y vi que esa tarde acababan de darse los premios del Primer concurso de cine experimental. Para mi fortuna, me había mantenido al margen de sus discordias, aunque Salomón Láiter y el siempre recordado Manuel Michel filmaron dos cuentos míos, adaptados por Sergio Magaña, en la película El viento distante. No me imaginaba que las tormentas desatadas por los premios iban a ser el contexto que envolvió la mayor desdicha ocurrida al suplemento en toda su historia.

Muy temprano el jueves 8 fui al puesto de la esquina en busca de Siempre! En la página 14 del suplemento, al terminar la reseña de Donoso estaba, en letra negrita y en el típico estilo del linotipista, la línea infamante pero de todos modos pálida ante las injurias que se publican ahora: Muy bueno para criticar pero es una pobre bestia. Ya te imaginarás lo que sentí y hasta qué punto me reproché lo sucedido en el taller la semana anterior.

Como es natural, Donoso se enfureció hasta el paroxismo. Asumí, y asumo, la responsabilidad absoluta que me corresponde en el asunto y le dije lo que en verdad había pasado. No lo creyó. Nadie lo creyó porque sólo Azorín y yo íbamos al taller y sabíamos la historia.

La hostilidad que rodeaba al suplemento y las disputas por el concurso de cine alimentaron el escándalo hasta sacarlo de toda proporción. Femando Benítez desagravió a Donoso en el texto que reproduces. Intervinieron otras personas y hubo muchas más opiniones adversas al suplemento, mientras Azorín y yo buscábamos el manuscrito entre los miles de originales que las imprentas venden como desperdicio de papel.

El sábado 24 Rosario Castellanos tuvo la nobleza de publicar en Excélsior un artículo no recogido en sus compilaciones: “Ética y patriotismo: La ofensa al escritor Donoso”:

(...) el circulo de los sospechosos se circunscribiría estrictamente a los mencionados por el escritor chileno. Pero queremos aquí rechazar de plano esa hipótesis y meter la mano en el fuego por la integridad de estas personas que siempre han sabido hacerse merecedoras de respeto. Un acto como el consumado por el insultante anónimo, no se improvisa sino que se prepara con largos antecedentes de indignidad y de cobardía. Y nada de lo que sabemos de Carlos Fuentes o de Juan García Ponce o de José Emilio Pacheco nos inclina a despreciarlos sino muy al contrario.

¿Entonces? Queda la otra posibilidad. La de que lo que ha sublevado, hasta la abyección, al redactor de esa mezquina y sucia frase es el hecho de que un extranjero haya tenido la osadía de observar con un desapasionamiento, con una agudeza insobornable la realidad nuestra y hacer públicas esas observaciones (...)

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En el número 182 de La Cultura en México, que se hizo el lunes 26 de julio pero yace en la Hemeroteca con fecha del 11 de agosto de 1965 hay una segunda nota de Benítez. Lamento que haya escapado a tu recuerdo. Estas líneas vuelven muy injusto el párrafo en que dices: “Benítez no prometió investigación alguna ni nadie llegó a saber jamás quién fue el autor de aquel colofón infamante.”

Todo lo contrario. La nota, “El caso Donoso llega a su coronación”, tiene dos partes. Copio nada más la primera porque la segunda alude en términos violentos a un escritor también amigo nuestro y ya muerto:

El caso Donoso ha llegado a su coronación y a su final esclarecimiento. Un linotipista de los talleres en que estas páginas se imprimen, a quien distinguía un sentido del humor negro, un exceso de nacionalismo y, lo que es más grave, un afán de apostillar los textos, fue el autor de la frase que apareció al final del artículo de Donoso y que ha provocado tantos comentarios.


Fernando Benítez, director de La Cultura en México, escribió la nota “El caso Donoso llega a su coronación”.

La imprenta, que no es ninguna entidad fantasmal sino una empresa responsable, ha presentado sus excusas y ha hecho algo más: ha suspendido al linotipista; hecho que nos parece desagradable, ya que siempre hemos considerado a los trabajadores de los talleres como nuestros amigos y colaboradores.

Desde luego, tenemos en nuestro poder el original de Donoso sin ninguna nota manuscrita, y el taller puede comprobar en cualquier momento la verdadera historia de este lamentable asunto.

No queremos poner punto final al “caso Donoso” sin hacer notar que han sido algunos escritores mexicanos los que dudaron de la honestidad y buena fe de otros escritores mexicanos incapaces de cometer un acto tan estúpido como cobarde.

Creímos que las cosas terminaban allí. Sin embargo, el jueves 10 de julio Monterroso me avisó que la tensión y la contrariedad habían provocado que, como señalas, a Pepe se le reventara una úlcera. Tu admirable memoria a la que debemos Los periodistas y Vivir del teatro falla sólo en un punto: esto no ocurrió inmediatamente después de la publicación de la reseña y la apostilla injuriosa sino cuatro semanas más tarde.

Fui de inmediato a la clínica Londres y, en presencia de sus padres, le entregué a María Pilar el original sin ningún añadido de otra mano que no fuera la de José Donoso ni señal de que algo hubiese sido borrado. Nadie antes de que llegara al linotipo había añadido nada a la reseña de Beber un cáliz. El original debe de estar, supongo, en los archivos de Donoso en la Universidad de Princeton.

5.

Ni en las memorias de Pepe (Historia personal del boom) ni en las de María Pilar (Nosotros los de entonces) aparece mención alguna a este desenlace ni a aquel original no intervenido ni violado por nadie. Tu crónica redobla en mí la perturbadora sospecha de que los Donoso, hasta el día de hoy, siguen creyendo que el autor de la injuria fue García Ponce, a pesar de que todo prueba abrumadoramente su inocencia.

Como te consta, mi amistad y mi cariño por ellos ha sobrevivido en estos muchos años posteriores al incidente. Entre 1973 y 1977 hice con Salomón Láiter la adaptación cinematográfica de El obsceno pájaro de la noche. La negativa de que se filmara acabó con la carrera de Láiter como director, hecho que nunca terminaré de lamentar. En 1980 Pepe escogió a Cristina para escribir la presentación de su disco en la serie “Voz Viva de América Latina”.

José Emilio Pacheco en Mérida, acompañado de Sara Poot Herrera y Rafael Morcillo López, asesora literaria y director de la FILEY 2013 de la UADY.

He tenido diálogos públicos con él en las universidades de Pennsylvania y Maryland y, en fin, he vuelto a reunirme con los dos en los términos más cordiales tanto en Washington en 1986 como en Santiago en 1992. Además conservo cartas muy afectuosas de ambos, todas ellas posteriores a su salida de México en 1965. José Donoso es un gran escritor. Me alegra el merecido homenaje en sus 70 años y espero que gane también el Cervantes y el Nobel.

Porque estoy libre de toda sospecha siento el deber de hacerte estas aclaraciones, querido Vicente, y de asumir, hoy como en 1965, la responsabilidad total de lo que desgraciadamente ocurrió. En primer término —para consagrar la expresión tan repetida a lo largo de estas páginas — me siento obligado a meter la mano en el fuego por Juan García Ponce y, de una vez por todas, librarlo en público de una acusación que con la mayor injusticia ha caído sobre él.

Para ti el afecto y el agradecimiento renovados de tu siempre amigo y lector

José Emilio Pacheco.

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