martes, 21 de julio de 2020

julio 21, 2020
Mensaje episcopal durante el tiempo de pandemia

“El Señor es mi pastor, nada me falta…
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo,
porque tú vas conmigo”. (Sal 23/22, 1-4)

A todos los sacerdotes, diáconos, consagrados y consagradas, seminaristas, laicos comprometidos y a todo el Pueblo de Dios que camina en Yucatán: ¡Pax!

Muy queridos hermanas y hermanos, al llegar a esta fecha en la que, como cada año, una numerosa multitud de yucatecos hubiéramos peregrinado a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en el Tepeyac, llevando en el corazón a todos los demás habitantes de esta tierra, debido a la pandemia, ahora hemos hecho una peregrinación espiritual, implorando la protección de la siempre Virgen María.

Aún con nuestros templos cerrados, la Iglesia de Yucatán está más viva que nunca, por eso el lema toma la palabra clave de la etapa actual de nuestro Plan Diocesano de Pastoral, y da título a este mensaje que hoy les envío, y es éste: ¡Participamos con Esperanza! Este mensaje quiere ser, además, una apropiación del mensaje que los Obispos de México enviamos el pasado 29 de junio a nuestro pueblo, mensaje titulado: ¡Abrazamos a nuestro pueblo en su dolor!

La Iglesia es Madre, y desde su origen aprendió de su fundador, el Señor Jesucristo, a estar cercana a los que sufren en el nombre de Jesús y, a la vez, reconociéndolo a Él en persona en cada hermano que sufre. Nuestro abrazo no sólo ha sido de palabra, sino en un doble sentido: ha sido un abrazo en verdadera solidaridad y un abrazo que siembra esperanza, tan necesaria en este momento en cada corazón.


Tal vez algunos, débiles en su fe, se han preguntado en medio de todo esto: ¿Dónde está Dios? Yo he querido responder a esta duda diciendo que: “Dios está junto a cada enfermo fortaleciéndolo en la fe y la esperanza, lo mismo que a sus seres queridos. Está en el corazón generoso de cada médico, enfermero o enfermera, que arriesga su vida. Está dentro de muchos corazones que se han movido a la generosidad. Está en la Iglesia, que día a día ha animado la fe, la esperanza y la generosidad de todos, y está en los sacerdotes que hemos sido ‘pontífices’, es decir, ‘constructores de puentes’ entre Dios y los hombres, entre la generosidad de unos y la necesidad de otros” (Homilía del 12 de julio de 2020).

La celebración diaria que cada sacerdote hace de la Santa Misa, aunque no se transmita, tiene un valor redentor; sin embargo, los obispos y muchos sacerdotes hemos transmitido nuestra celebración eucarística por la televisión, por la radio y las redes sociales, sabiendo que esto ha ayudado a todos cuantos la siguen para fortalecer su unión a Cristo mediante la Comunión Espiritual.

Con nuestras predicaciones Dios ha querido ilustrar a su pueblo santo fortaleciendo sus corazones. Además de los sacramentos, muchos sacerdotes han aprovechado los mismos medios para no dejar de evangelizar.

Con la conducción de nuestro encargado de la Pastoral Social en Yucatán, cada sacerdote ha estado atento a las necesidades materiales y espirituales de sus fieles. Los sacerdotes han estado recibiendo las intenciones que la gente lleva para tomarlas en cuenta en sus celebraciones. Muchos fieles, guardando la sana distancia, se detienen a saludar y platicar con su sacerdote, buscando desahogar sus sentimientos, encontrar algún consuelo, así como compartir alguna sugerencia o inquietud.

La Arquidiócesis ha respondido también a través de un grupo de sacerdotes especialmente preparados para la atención de enfermos con COVID-19, sea en sus domicilios o sea en los hospitales donde se les ha permitido el acceso. Los sacerdotes han acudido a cada llamado llevando los materiales propios de precaución y han guardado todos los protocolos necesarios para no contagiar ni ser contagiados.

Las comunidades parroquiales se han mostrado solidarias compartiendo sus bienes para que los empleados de cada parroquia puedan seguir recibiendo sus salarios y muchos fieles han estado al tanto de las necesidades de sus sacerdotes. También se ha visto la solidaridad dentro de los decanatos, mismos que se han organizado para apoyar a las parroquias con menos recursos, e incluso algunos sacerdotes han apoyado a los necesitados con sus propios ahorros. Igualmente, muchos laicos en forma anónima, han depositado su ayuda para que la Arquidiócesis, a su vez, ayude a los párrocos necesitados.

Muchísima gente se ha mostrado fraternalmente solidaria, y no se ha cruzado de brazos dejando toda la responsabilidad en las autoridades civiles, sino que han llevado su apoyo en alimentos y ropa a sus parroquias, y otros más, sobre todo jóvenes, se han encargado de organizar, clasificar y llevar
personalmente la ayuda hasta los pueblos más alejados de Mérida, especialmente en favor de la gente damnificada por las tormentas. 

Muchos se han mostrado generosos y solidarios en compartir tiempo, esfuerzo, cansancio y bienes ante la crisis que generó la pandemia y las inundaciones.

Otros fieles hicieron sus donativos en efectivo con los cuales la Pastoral Social pudo hacer llegar a los párrocos miles de vales de despensas, que los mismos sacerdotes se encargaron de repartir entre los necesitados o incluso de surtir para luego distribuir. Parte de estos donativos se reservaron para la
compra de semilla y distribuirla entre los agricultores que perdieron sus cosechas a causa de las abundantes lluvias.

Toda la ayuda que se ha dado generosamente tiene un valor extraordinario, ya que la economía de todos está quebrantada, y en muchos casos la gente ha dado, no de lo que le sobra, sino de lo que también es necesario en su hogar. 

La tarea de solidaridad no ha terminado, porque muchos han perdido su trabajo, no todos los comercios y empresas han podido reabrir, y en todo caso tardarán en recuperarse.

Yo quiero felicitar y agradecer en nombre de los más necesitados, toda la generosidad de nuestra gente de Iglesia, pero también la de muchos otros que fuera de la organización de la Iglesia han servido a los necesitados, a quién lo ha hecho desde su compromiso cristiano, o a quién lo ha hecho simplemente por su compromiso humanitario: Unos y otros, aunque no lo sepan conscientemente, han sido impulsados por el Espíritu del Señor.

Un reconocimiento particular a todos los médicos y al personal de enfermería que se han arriesgado en el compromiso de su profesión: Hoy más que nunca hemos necesitado de ustedes, y ustedes han agigantado su espíritu en el servicio de su profesión.

Mi gratitud igualmente para nuestra Pastoral de la Comunicación y para las diferentes empresas y medios que han prestado sus servicios, para que los sacerdotes y obispos podamos seguir en contacto con nuestra feligresía.

Muchos sacerdotes han crecido en el uso de los medios de comunicación, que en adelante no podrán ser excluidos en nuestro servicio pastoral.

Mi felicitación también y mi gratitud para todos los fieles han tratado de ser pacientes y respetuosos en relación con las medidas de sanidad que se han tomado, y que seguiremos tomando. Tengamos mucha paciencia, sabiendo que con estas medidas salvamos nuestra vida y salud, así como la de nuestro prójimo.

Así es como la Iglesia ha cumplido su misión en estos meses y la seguirá cumpliendo, al fomentar la solidaridad y la esperanza de “abrazar al pueblo en su dolor”. Ahora, poco a poco, iremos aprendiendo a vivir en la “nueva normalidad”. Por medio de nuestras autoridades y de nuestros buenos propósitos, será el Espíritu quien nos mostrará los nuevos caminos que hemos de seguir como Iglesia y como sociedad.

Recordemos lo que nos decía el Papa Emérito, Benedicto XVI, en su Encíclica Spe Salvi (Salvados en la Esperanza): “La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando «hasta el extremo», hasta el total cumplimiento” (cfr. Jn 13,1; 19,30).

Que cobijados bajo el manto de nuestra Madre de Guadalupe podamos decir: “Participamos con Esperanza” en la construcción del Reino de Dios, que esta pandemia no ha podido, ni podrá detener. ¡Que Dios les bendiga a todos!

Dado en la Residencia Episcopal a los 12 días del mes de Julio del Año del Señor del 2020.

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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