domingo, 26 de julio de 2020

julio 26, 2020
NUEVA YORK, 26 de julio de 2020.- En el debate entre candidatos demócratas del 16 de marzo, Joe Biden sacó una carta de debajo de la manga. Por sorpresa, anunció que elegiría a una mujer para el llamado «ticket presidencial». «Me comprometo a que, de hecho, elegiré a una mujer para la vicepresidencia», proclamó. Biden dejó con el pie cambiado a su gran rival, el izquierdista Bernie Sanders, que no fue capaz de emitir la misma promesa y solo dijo que «con mucha probabilidad» también elegiría a una mujer como compañera de campaña.

Entonces, la campaña ya estaba cuesta abajo para Biden, que había remontado un comienzo desastroso de primarias y se había confirmado como favorito dos semanas antes, en el Supermartes. Después, la pandemia de Covid-19 hizo saltar por los aires las primarias y confirmó la victoria de Biden, que será ungido como candidato en la convención del partido de mediados de agosto en Milwaukee.

El que fuera vicepresidente con Obama tiene previsto anunciar su elegida en pocos días. Está previsto que ocurra a comienzos de agosto, incluso el próximo fin de semana podría saberse el nombre. Será una decisión histórica por dos motivos: porque hay muchas posibilidades de que sea una mujer negra y porque Biden elegirá mucho más que una vicepresidenta. Elegirá una heredera para el partido.

Joe Biden conversa con Kamala Harris después de un debate presidencial demócrata en Texas, en 2019. (Reuters)


El mundo y EE.UU. han cambiado desde aquel 16 de julio. No solo porque el coronavirus ha arrasado el país, con una crisis sanitaria y económica que ha dejado a los estadounidenses sin abrazos y sin trabajo y que será decisiva en la reelección de Donald Trump en noviembre. También porque desde finales de mayo EE.UU. está en un proceso colectivo de reflexión y revisión de las tensiones raciales y del racismo estructural tras la muerte de George Floyd en Mineápolis. El último episodio de los abusos policiales contra la minoría negra provocó una oleada de protestas en todas las grandes ciudades del país que ha dominado la opinión pública y el debate político durante semanas.


Tras la irrupción del movimiento MeToo en el otoño de 2017, la probabilidad de que una mujer fuera, al menos, candidata a la vicepresidenta era muy alta. Con las protestas de Floyd, que han puesto el foco en la escasa representatividad de la minoría negra en las elites políticas, económicas y mediáticas del país, la posibilidad de que la elegida sea negra también es cierta. El componente racial es también político: la necesidad de movilizar el voto de la minoría negra, que no se entusiasmó con Clinton en 2016, y que Biden necesita.

El candidato siente la presión por ese costado, pero también por la certidumbre de que la elección compañera de «ticket presidencial» determinará el futuro del partido. Biden cumplirá 78 años poco después del 3 de noviembre, la cita con las urnas. Si derrota a Trump, será el presidente de mayor edad en la historia del país. Si acude a la reelección, lo hará con casi 82 años. Biden no ha descartado públicamente un segundo mandato, porque solo validaría los ataques de Trump sobre su capacidad mental y física para ocupar la presidencia de la primera potencia mundial.

Pero se ha filtrado desde su campaña que ser un presidente de un solo mandato es una posibilidad y el propio Biden se ha calificado a sí mismo como un presidente «de transición». Su idea es sacar al país de la turbulencia populista de Trump, recuperar lo que él llama «el alma de la nación» y entregar después el liderazgo a una generación de demócratas más joven y diversa.

Hacer historia

La candidata a vicepresidenta será, de alguna forma, una presidenta suplente si Biden gana. Tendrá que estar lista para asumir el Despacho Oval pronto, ya sea por un posible problema de salud de un presidente casi octogenario o por tener que convertirse en candidata en 2024.

En esta situación, la elección convencional sería de alguna figura con amplia experiencia en Washington o en algún cargo ejecutivo de alta responsabilidad, como el de gobernadora de un estado. El problema es que, por la falta de representatividad de la minoría negra en la elite política, apenas hay candidatas que cumplan esos dos perfiles.

No ha habido nunca ninguna mujer negra gobernadora de un estado (Stacey Abrams fue la primera candidata de uno de los grandes partidos para ese cargo en Georgia y con ello buena parte de sus opciones a la vicepresidencia). Ahora hay 24 mujeres negras entre los 435 diputados de la Cámara de Representantes, pero son legisladores que, fuera de los líderes de cada partido (y ahí no tienen representación), tienen poca relevancia pública a nivel nacional. Es diferente en el caso del Senado. En toda la historia de la Cámara alta, solo ha habido dos senadoras negras: Carol Moseley Braun, que representó al estado de Illinois entre 1993 y 1999; y Kamala Harris, que ganó su escaño en 2018 por el estado de California. Ella es la favorita en la carrera por ser vicepresidenta.

Harris, de 55 años, se ha mostrado como una legisladora dura -como muestra, el interrogatorio a Brett Kavanaugh cuando era candidato al Tribunal Supremo- y ha abrazado posiciones progresistas en las primarias presidenciales, donde compitió contra Biden. Es la opción segura, algo que le podría ganar más puntos en un momento en el que Biden ha abierto brecha en las encuestas y no necesita un giro radical en su campaña.

Entre las candidatas está también Susan Rice, exasesora de seguridad nacional con Obama.Otras opciones más arriesgadas serían la diputada Val Demings, con la ventaja de que es de Florida, un estado decisivo en las elecciones; su compañera de bancada Karen Bass, que cuenta con muchos apoyos de los sectores progresistas; o Keisha Lance Bottoms, la alcaldesa de Atlanta, que ha ganado relevancia nacional por su gestión de la pandemia. (Javier Ansorena / ABC)

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