domingo, 28 de junio de 2020

junio 28, 2020
Alex aún no ha podido 'salir del clóset' oficialmente. Nos contó su historia.

Cuando era niño siempre supe que era diferente de los demás, no me sentía más especial, ni mejor que los otros niños y niñas de mi escuela, sabía que de alguna forma era distinto, me causaba admiración ver a un hombre amanerado caminando por la calle, ver a dos chicos tomados de la mano y sentía atracción por otros niños, fue cuando me cuestioné ¿Habrá algo malo conmigo?

Crecer en un país donde la palabra puto, joto, maricón, era algo malo o desagradable me hacía pensar que sí, así que desde pequeño lo oculté a todos, incluso a mí mismo.


Conforme iba creciendo iba forzando mi ser a sentir atracción por las mujeres, lo cual nunca fue posible. Incluso después de un fuerte accidente que tuve con mi familia, fui a una iglesia cristiana donde sané mucho del dolor y rechazo que sentía a mi persona. Esto abrió la puerta que había cerrado al pensar en la homosexualidad. Este lugar me volvió a cuestionar si de verdad estaba mal lo que sentía, mi identidad nuevamente pendía de un hilo y fue cuando durante el bachillerato tuve un episodio de depresión y ansiedad. Todas las noches oraba y pedía a Dios respuesta a lo que estaba pasando conmigo. Volví a cerrar esa puerta por miedo, por falta de información, por falta de madurez
.

Al entrar a la Universidad pude sentir que era la oportunidad de un nuevo comienzo, de elegir mi camino, de seguir sintiendo miedo o tomar las riendas de mi vida o dejar que la sociedad eligiera mi rumbo.

Fue cuando tuve la oportunidad de ir al extranjero a estudiar. Era junio, mes del orgullo en Canadá. Al caminar por las calles de esos lugares, ver tantas banderas lgbt+ en muchas ventanas, puertas, escuelas, etc. Pude sentir lo que nunca antes había experimentado en mi vida, libertad. La libertad de sentir que podía ser yo, sin miedo, sin prejuicios.

Fue cuando de casualidad conocí a un chico de Coahuila mientras hacía mis compras en el súper, de inmediato tuvimos una conexión. Era como una señal. Generalmente soy una persona tímida pero al conocerlo incluso me sorprendió la naturalidad con la que me comporté, de inmediato intercambiamos números y una promesa de salir juntos.

Esa noche nunca la olvidaré, fue como sacado de una película, mi primera cita con un chico que realmente me atraía, en un lugar donde finalmente era libre, era irreal. El reloj marcaba cerca de las 11 pm, llevábamos cerca de 4 horas juntos, después de un café y caminar, finalmente llegamos al River Valley, un río que atraviesa la ciudad. Ese momento fue mágico, como la película más cursi nos sentamos en una banca con vista al río y la luna en el cielo se reflejaba sobre la tenue corriente del agua. Escuchamos música, platicamos sobre nuestras vidas y después de un rato de risas, tuve mi primer beso. Fue celestial. Nunca en mi vida había sentido tanta felicidad, amor, aceptación y sobre todo libertad. Supimos de inmediato que éramos el uno para el otro. Era tiempo de abrir esa puerta que había cerrado por mucho tiempo, realmente no estaba seguro de lo que estaba pasando, pero se sentía tan bien. No había nada que pudiese estar mal.

Podíamos caminar tomados de la mano como siempre lo había imaginado, la gente en lugar de juzgar, espantarse o molestarse, nos miraban con agrado, eran amables y nunca me hicieron sentir rechazado o temeroso de lo que hacía.

Conforme pasaban los días, temía por que la historia de película fuera a terminar, me quedaban un par de días para regresar a casa. ¿Cómo iba a terminar esa historia? ¿Qué pasaría conmigo al regresar? Definitivamente no quería que sucediera.

El día que volví a casa fue muy triste, con un beso en los labios, un fuerte abrazo y con la promesa de volvernos a ver, subí al avión que me regresaría a mi hogar. Estaba desolado, deseaba con todas mis fuerzas que nunca terminara, pero tenía que volver.

Esa probada de libertad, ese momento, aunque efímero pero hermoso, y la sensación de que todo iba a estar bien, me hicieron replantear mi vida y aceptar completamente la persona que soy. 

Tuve el valor de contarle a mi hermano y mi hermana quienes me aceptaron sin ninguna reserva, me aman tal como soy y nuestra relación se fortaleció mucho. Incluso mis amigos me siguieron aceptando y me aman sin importar nada. También mi espiritualidad ha crecido mucho, creo y amo a Dios, creo en un Dios justo que dice: “ama a los demás como a ti mismo”, desde ahí empieza el orgullo, desde el amor propio.

Aún el resto de mi familia no sabe sobre mi orientación sexual, pero ya no tengo miedo, sé que no estoy solo y no puedo negar la persona que soy, sé que en algún momento tendrán que saberlo, será un proceso un poco complicado, pero no abandonaré a los que amo y mucho menos a la persona que soy hoy día.

Ser gay en México es difícil, al venir de una familia religiosa, al ser de una familia “ejemplar”, nunca he podido “salir del closet” oficialmente. Realmente es algo a lo que tuve miedo, miedo al rechazo, a que mi familia me vea como el conjunto de todos los estereotipos que la televisión, las redes sociales, la cultura y la religión han impuesto sobre las personas homosexuales. Miedo de lo que las personas puedan decir de mi familia, de mis padres, de mis hermanos. Pero tengo más miedo a perderme a mí mismo, a no poder tener la vida que quiero por complacer a los demás. No tuve el privilegio de decirle a mi familia desde un principio quién soy realmente por culpa de la ignorancia y el miedo a la condena eterna por amar a un hombre siendo hombre. Mi vida no es mala, no me malentiendan, tengo una familia amorosa con sus defectos y virtudes, me han dado una vida excelente y feliz, vivo pleno y orgulloso de quien soy, pero a veces sólo quisiera ser feliz en un mundo donde no tenga miedo del qué dirán o en un mundo donde no pueda ser quien soy realmente por darle gusto a los demás. 

Como todo en la vida la aceptación a las personas lgbt+ será un proceso y a este paso creo que uno muy largo, pero no pierdo la esperanza de que nuestros derechos valgan tanto como los derechos de los demás y que en algún momento todos y todas podamos sentirnos orgullosos de lo que somos, siendo libres del prejuicio, el miedo y la discriminación.

(-Alex / Cultura Colectiva)

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