jueves, 17 de octubre de 2019

Puta madre: se murió Harold Bloom. De una sabiduría portentosa: todo Shakespeare de memoria. Helados quedamos

Eduardo Lago / El País

NUEVA YORK. 17 de octubre de 2019.- Harold Bloom, posiblemente el crítico literario más importante e influyente de nuestro tiempo, falleció el lunes en un hospital de New Haven (Connecticut), en las inmediaciones de la Universidad de Yale, donde ocupaba la Cátedra Sterling de Humanidades, a los 89 años. Tras más de seis décadas de dedicación ininterrumpida a la enseñanza, el profesor Bloom, incluso cuando le flaqueaba la salud, quiso seguir pisando las aulas de Yale hasta el final. Hubo ocasiones en que la universidad fletó medios de transporte para que sus alumnos pudieran escucharle en su domicilio. Dictó su última clase el jueves de la semana pasada, según declaró su esposa, Jeanne, a The New York Times, cuando confirmó su muerte.

Autor de más de 40 volúmenes de crítica literaria, los libros de Harold Bloom tenían la insólita cualidad de llegar a todo el mundo sin rebajar un ápice el nivel de exigencia de los temas de los que se ocupaba, y que no eran otra cosa que las grandes creaciones literarias de la humanidad. Para él, el centro del canon lo ocupaban las figuras señeras de Shakespeare y Cervantes, en torno a los cuales se agrupaban en siglos sucesivos otras figuras gigantescas, como Whitman, Kafka, Proust, Joyce o Virginia Woolf. Todos ellos conformaban lo que caracterizó como el canon literario de Occidente, concepto que fue violentamente discutido dentro y fuera del ámbito académico. Aunque personalmente él había fagocitado la práctica totalidad del canon que defendía, muchos juzgaban que su idea de la literatura era elitista y dejaba fuera a amplios sectores del universo literario, ignorando juicios de orden político, social, o que se atenía a criterios como la identidad étnica o el género. Bloom desdeñaba a quienes emitían esas críticas, refiriéndose a ellos como representantes de lo que dio en llamar “La escuela del resentimiento”.

Así es, Maestro Harold Bloom. Agarraste y te moriste. (Foto 2005)

De una sabiduría portentosa, muchos de los libros de Harold Bloom lograron abrirse paso en las listas de best-sellers, dándose de codazos con títulos a los que negaba todo valor literario. Aunque no se puede decir que escribiera en registros diferentes, pues el único criterio al que se mantuvo siempre fiel fue el de lo que él consideraba la verdadera literatura, produjo dos tipos de volúmenes. Algunos eran considerablemente especializados, como La ansiedad de la influencia (1973), en el que desarrolló una sofisticada hipótesis sobre la génesis y sucesión de los grandes momentos de la historia de la poesía, tal y como cristaliza en la obra de los mayores poetas del canon, que gestan su producción como reacción a los genios que los precedieron. Esta fue una de las tesis de Bloom destinadas a tener mayor impacto en círculos académicos. En una de sus obras más idiosincráticas, El libro de J (1990), avanzó la audaz hipótesis de que el dios judeocristiano era un personaje literario inventado por una mujer que había vivido en tiempos del rey Salomón y que había escrito largos segmentos de los cinco primeros libros del Antiguo Testamento. Otros de sus libros, por el contrario, eran buscados con avidez por amplios sectores del público que esperaban de él que sancionara con su autoridad los títulos de la historia de la literatura que valía la pena leer.