Eduardo Ibarra Aguirre / 24-VI-19
Al presidente Andrés Manuel lo distingue respecto de la mayoría de sus antecesores que con mucha frecuencia dice lo que piensa. Y lo hace, por lo general, en contacto directo con sus electores –30.1 millones de votos aunque a algunos les irrita que se recuerde–, y los gobernados que lo apoyan son muchos más, durante sus giras de trabajo a ras de tierra, práctica que ejerce como nadie desde 2005 por todo el país, cuando perdió la Presidencia de la República por la gandallez –“carencia de toda ética y moral”– de Vicente Fox y Felipe Calderón, sobre todo de la plutocracia mexicana y del entonces presidente estadunidense George W. Bush.
Dijo López Obrador en el mitin de Atlixco, Puebla, el sábado 22, “Estoy acostumbrado. No me hallo en la oficina, no me hallo en el Palacio (Nacional). Tengo que andar en los pueblos porque así inicié mi lucha y así quiero continuar”.
Y lo dijo Obrador cuando el desinformado de Fox Quesada descubrió que el presidente vivirá en Palacio Nacional porque “es lo único a su medida” y en seis meses se “enfermó de poder”. El expresidente no se entera todavía del anuncio que hizo en varias ocasiones el presidente desde hace meses y que materializará en julio, cuando Jesús Ernesto, su hijo menor, concluya la primaria vivirán en el departamento que mandó construir y usó Calderón Hinojosa quizás para cuando abusaba del dios Dionisio. Es decir, a diferencia del bufonesco Fox que mandó construir las cabañitas en Los Pinos, para él y la ahora enriquecida Marta Sahagún, igual que Manuel, Jorge Alberto y Fernando Bribiesca.
Fox es el extremo opuesto de lo que diga y deje de hacer AMLO por la sencilla razón de que no es capaz de asimilar la derrota de su partido, Acción Nacional, aunque trabajó para José Antonio Meade, el exitoso funcionario de HSBC, también derrotado en las urnas. Y dos fracaso juntos para el cerebro de Fox es demasiado complejo para asimilarlo, pues casi nada aprendió de su asesor consentido Jorge German Castañeda, el estratega y analista incapaz de criticarlo con el pétalo de una palabra y menos a sí mismo (autocrítica) por la escandalosa derrota que sufrió en las urnas Ricardo Anaya.