Eduardo Ibarra Aguirre / 21-VI-19
José Narro, exrector de la Universidad Nacional Autónoma de México y secretario de Salud del sexenio de Enrique Peña –uno de los tres gobiernos en el que más floreció la corrupción y la rapiña–, necesitó de casi medio siglo para descubrir lo que son las prácticas antidemocráticas, sistémicas, del Revolucionario Institucional para elegir a sus presidentes, siempre designados previamente por el titular del Ejecutivo federal en turno desde 1929, excepto con Vicente Fox y Felipe Calderón (2000-12) y ahora con Andrés Manuel López Obrador.
Sin embargo, Narro Robles, el fallido y timorato precandidato presidencial en 2017, asegura todo lo contrario al renunciar a las filas del partido tricolor que lo arropó durante 46 años para que ocupara múltiples e importantes puestos en el Instituto Mexicano del Seguro Social y la Secretaría de Gobernación: “…prevalecen simulación y excesos, e incluso groseros indicios de una intervención del gobierno federal para orientar el resultado, pero también del propio expresidente (Peña Nieto)… son evidentes las muestras de que existe un preferido de la cúpula del PRI, el candidato oficial de los gobernadores y de quien fue, recientemente, el jefe político del partido”.
Incluso juró y perjuró sin ofrecer datos duros que “se trata de una farsa que antes de iniciar ya tiene resultados”. Según el oriundo de Saltillo que no confía ni en el padrón de su estado y expresidente de la Fundación Cambio XXI (del PRI) y del Instituto Nacional de Ecología, “la trampa está en el padrón, el crecimiento desmedido de nuevos afiliados en Coahuila, Ciudad de México, Campeche y Oaxaca… que serán llevados a votar por quienes llenarán de vergüenza al partido”.
¡Qué barbaridad! ¿Opinaría igual el doctor José Ramón, si el beneficiario de esas execrables pero ordinarias prácticas lo convirtieran en presidente del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Revolucionario Institucional?