Eduardo Ibarra Aguirre / 18-II-21
Bajo el pretexto de una invasión, Donald Trump declaró una emergencia nacional en Estados Unidos con la pretensión de conseguir los fondos que le negó el Congreso para su muro en respuesta a una “crisis fronteriza”, inventada por el mismo magnate inmobiliario con la vista puesta en su reelección como presidente.
Instalado en la perspectiva electoral, el esposo de Melania dio un giro de 180 grados hacia México, su pueblo y su gobierno, y presentó el sábado 16 al segundo en los siguientes términos –sabedor de que el presidente Andrés Manuel cuenta con un respaldo ciudadano sin paralelo en la aldea global y que supera el 85 por ciento, y muchos de ellos tienen (o tenemos) familiares en EU–:
“De hecho, hemos trabajado con México mucho mejor que antes. Deseo darle las gracias al presidente. Quiero darle las gracias a México (…) Pero quiero nada más agradecerle al presidente porque nos ha estado ayudando con estas caravanas monstruosas que han ido subiendo. Tuvimos una que era de más de 15 mil (…)”
Apenas una semana antes, Trump presentó a México como un país más inseguro que Afganistán, nación invadida por George W. Bush con motivo del ataque a las Torres Gemelas, el 7 de octubre de 2001, pero en verdad como parte del gran proyecto de prolongar la hegemonía estadunidense durante el siglo XXI. Es decir, la inseguridad afgana, nacional y pública, es la obra cumbre de la petrocracia estadunidense, el Pentágono y el Departamento de Estado quienes 18 años después son incapaces de someter a la oposición armada a las tropas invasoras y los representantes políticos de éstas negocian con los líderes de la resistencia el fin de la invasión y la formación de un gobierno donde los intereses de Washington estén bajo un mínimo resguardo. La batalla afgana la tiene perdida el imperio de las barras y las estrellas, como sucede en Siria.