Eduardo Ibarra Aguirre / 25-I-19
El enorme desaseo con el que actuó la Casa Blanca y el Departamento de Estado en Caracas, como si viviéramos en los tiempos de la Guerra fría (1947-91), al presionar públicamente a Juan Guaidó a que se autoproclamara como “presidente encargado (sic) de Venezuela” y exigir a los integrantes del Grupo de Lima –también conocido en Suramérica como “cártel de Lima”– y que obedeció con puntualidad la directriz estadunidense para “desconocer” al gobierno del presidente Nicolás Maduro y “reconocer” al legislador tan desconocido que ya lo denominan Don Nadie, tendrá un alto costo para Donald Trump, enredado como está en su país, e influirá en el desenlace de lo que para muchos aparece como un intento de golpe de Estado.
El decrecimiento del electorado que apoyó al magnate inmobiliario para ocupar la Oficina Oval y las maniobras que pone en juego para reciclarse como candidato presidencial en noviembre 2020, pero sobre todo la fuerza que cobra en la Cámara de Representantes el proyecto para someterlo a juicio político, son factores muy influyentes a la hora de poner en marcha esta nueva cruzada imperial contra un país de América Latina, en una abundante lista después de la invasión a México en 1846-48.
Sólo que la súper potencia imperialista más agresiva en la historia de la humanidad, no actúa en el mundo unipolar de los 90, como el que emergió tras la derrota de lo que se denominó campo socialista, sino en una aldea global multipolar, como lo pone en relieve la derrota de las tropas de Estados Unidos en Siria y las negociaciones con Pyongyang.