jueves, 24 de enero de 2019

enero 24, 2019
BARCELONA, 24 de enero de 2019.- La princesa de Mónaco cumplió ayer 62 años en un día que, veinte años atrás, eligió para casarse con el príncipe Ernesto de Hannover. Vestida con un traje chaqueta de Chanel y embarazada de quien seis meses después sería la princesa Alejandra, la cuarta de sus hijos, Carolina estrenaba, tras una boda íntima y civil celebrada en el palacio de Mónaco, el que sería el más largo de sus tres matrimonios y también el más extraño, ya que desde el 2009 la pareja no ha sido vista junta en público.

Carolina de Mónaco y Ernesto de Hannover el día de su boda.

Con su boda con el príncipe alemán, Carolina entró con todos los derechos en una de las dinastías más antiguas de Europa, cuyos miembros siguen teniendo derechos sobre el trono del Reino Unido (la reina Victoria era una Hannover). La unificación de Alemania en 1871 les dejó sin poder político, pero conservaron su inmenso patrimonio repartido por tierras prusianas, que menguó aunque no mucho tras la Segunda Guerra Mundial. Jefe de su familia desde la muerte de su padre en 1987, Ernesto de Hannover controlaba una fortuna de 500 millones de euros cuando a finales de los noventa se empeñó en retomar la conquista de la princesa Carolina, quien veinte años antes había rechazado casarse con él como le hubiera gustado a su madre, la princesa Gracia. Ernesto, primo hermano de la reina Sofía, estaba casado con Chantal Hochuli, una multimillonaria suiza, y Carolina, divorciada de Philippe Junot y viuda desde 1990 de Stefano Casiraghi, no tenía pareja tras romper con Vincent Lindon. La princesa, con un padre viudo y un hermano soltero, ejercía de primera dama de Mónaco y vio en su unión con Ernesto la posibilidad de tener su propio reino y lucir el título de alteza real, un rango varios grados superior al de alteza serenísima.

La pareja vivió unos años aparentemente felices entre Mónaco, sus posesiones históricas en Alemania y las vacaciones exóticas en su propiedad de Lamu (Kenia). Carolina lució el típico dirndl, dándole el toque chic de su proverbial elegancia al conjunto tradicional de falda, delantal y blusa de las mujeres alemanas y se germanizó todo lo que pudo. A Ernesto le costó más aceptar su papel público en Mónaco. Hasta su boda con Carolina había mantenido un relativo anonimato, pero como marido de la princesa más famosa del mundo tuvo que enfrentarse a las persecuciones de los paparazzi y a la constante atención pública. No lo resistió y en cuanto pudo sacó su carácter irascible, con el que cimentó una leyenda que también incluyó sus espantadas por las dolencias derivadas de su afición al alcohol. La imagen de la princesa Carolina entrando sola en la catedral de la Almudena para asistir a la boda de los príncipes de Asturias fue la señal de que Ernesto no andaba fino. Un año después, el marido de Carolina tuvo que ser ingresado en Mónaco coincidiendo con la agonía y muerte de su suegro, el príncipe Rainiero.

Desde el 2005, las apariciones de Ernesto y Carolina juntos se fueron espaciando y desde el 2009 no hay constancia alguna de que su matrimonio sea algo más que un documento legal. Carolina no quiere dejar de ser alteza real, y a Ernesto, que cedió la gestión de su fortuna a su hijo (aunque ahora se la reclama), un divorcio le supondría un duro golpe económico. Lo que sorprende, sin embargo, es que mientras que Carolina se mantiene aparentemente célibe y sólo ejerce de madre y abuela, Ernesto no tiene inconveniente en lucir sus conquistas; la primera, Simona, una rumana bailarina en un club nocturno y, últimamente, la condesa alemana Magdalena Bensaunde. Por qué la bella y deseada Carolina acepta esa situación es el gran misterio que no se explica únicamente por su deseo de seguir figurando como princesa de Hannover.(Mariángelal Alcázar / La Vanguardia)

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