Eduardo Ibarra Aguirre / 11-VII-18
Un simple mensaje vía Twitter, suscrito por Andrés Manuel López Obrador, permitió saber que el Movimiento Regeneración Nacional, el partido-movimiento mejor conocido por su abreviatura compuesta de Morena, llegó a su cuarto aniversario. Lo hizo con un pie de AMLO en Palacio Nacional, mayoría en la Cámara de Diputados y el Senado, también en 17 de los 32 congresos estatales y con cientos de alcaldías. Es el mejor momento de su cortísima historia y seguramente harto complicado de repetir.
El candidato presidencial que arrasó en las urnas, al punto de más que duplicar la votación de sus tres contrincantes, dice en el tuit del 9 de julio: “Hoy celebramos 4 años del registro de MORENA como partido político. Dejo a cada quien que haga sus propias reflexiones porque yo, en este caso, no soy objetivo. Sostengo que es un fenómeno mundial”.
En efecto, es una experiencia indispensable de estudiar por sus propios constructores y las izquierdas de aquí y de todas partes, máxime que su arquitecto no tiene reparos para reconocer “yo, en este caso, no soy objetivo”, aunque fue estigmatizado como ningún líder, incluido Cuauhtémoc Cárdenas –quien oportuno como es ya pasó lista de presente en las oficinas de AMLO–, como “autoritario” durante su brega por la Presidencia y últimamente como “dueño” de Morena, “el partido de un solo hombre”, mismo que ante sus primeros triunfos en 2015, el trío intelectual de la televisión (Aguilar, Castañeda y Zuckermann), entre muchos, se solazaban presentándolo como partido regional de la capital, Veracruz y el estado de México.