CIUDAD DEL VATICANO, 30 de marzo de 2018.- «Señor Jesús, nuestra mirada se dirige a ti, llena de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza». Faltan pocos minutos para las 22.30 cuando la oración del Papa resuena por la calle de los Foros Imperiales que desemboca en el Arco de Constantino, en donde 20 mil fieles se reunieron para el tradicional Vía Crucis del Viernes Santo en el Coliseo de Roma, “pío ejercicio” de la Iglesia antigua y que fue recuperado en tiempos modernos por Pablo VI.
Ancianos, hombres, mujeres, niños, extranjeros, discapacitados, monjas, sacerdotes: cada uno tiene en su mano una llama que trata de proteger de la lluvia ligera que cae sobre la capital italiana.
Después de as 14 estaciones, acompañadas por las meditaciones de los estudiantes y ex-estudiantes de la escuela romana Pío Albertelli, coordinados por el profesor de religión Andrea Monda, el Papa toma la palabra y eleva una oración universal cuya primer palabra es «vergüenza».
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«Frente a tu supremo amor, que nos invada la vergüenza por haberte dejado solo a sufrir por nuestros pecados», dice Bergoglio desde el palco colocado al pie del monte Celio. La voz es débil, pero es poderosa la «vergüenza» que Francisco expresa «porque muchas personas, e incluso algunos de tus ministros, se han dejado engañar por la ambición y la vanagloria perdiendo su dignidad y su primer amor». La vergüenza, «porque nuestras generaciones están dejando a los jóvenes un mundo fracturado por las divisiones y las guerras; un mundo devorado por el egoísmo en el que los jóvenes, los pequeños, los enfermos, los ancianos son marginados».