domingo, 29 de julio de 2018

julio 29, 2018
SINGAPUR, 29 de julio de 2018.- Camboya avanza estrepitosamente hacia la autocracia. El país asiático celebró este domingo sus sextas elecciones generales desde 1993 sin oposición creíble al Partido del Pueblo de Camboya (PPC) del primer ministro Hun Sen. El dirigente, en el poder desde 1985, se ha asegurado un nuevo mandato de cinco años más en unos comicios marcados por los sobornos y las amenazas al electorado camboyano.

El primer ministro de Camboya, Hun Sen, vota en un colegio electoral. (AP)

“El PPC ha ganado el 80% de los votos y estimamos que obtendremos no menos de 100 de los 125 escaños”, aseguraba a Reuters el portavoz del PPC, Sok Eysan, a la luz de los recuentos preliminares. Horas antes del cierre de las urnas, el portavoz ya había vaticinado una “gran victoria” para su formación, invicta desde 1998. Una sencilla predicción: la única formación que podía hacer frente al PPC, el Partido Nacional para el Rescate de Camboya (PNRC), fue disuelto en noviembre por el Tribunal Supremo, cuando se consolidaba como una fuerza capaz de desbancar a Hun Sen. Su líder, Kem Sokha, se encuentra en prisión acusado de conspirar contra el Estado. Solo un puñado de pequeños partidos, algunos surgidos de la nada o con sospechosos vínculos con el PPC, fueron autorizados a participar, para muchos observadores ha sido un artificio del Gobierno para “democratizar” el proceso.

La Comisión Nacional Electoral anunciaba una participación del 80,49% de entre los más de ocho millones de votantes registrados. La cifra cumple con el plan subrepticio del Gobierno camboyano de superar el 69% de afluencia registrado en las elecciones de 2013, en las que el PNRC logró un 44% de los votos, un porcentaje que el grupo denunció estaba amañado a favor del PPC. Sobre todo, los datos sirven para reforzar a Hun Sen, quien ha hecho lo posible por evitar que un bajo nivel de participación le deslegitime y evidencie lo que la oposición y grupos de derechos humanos han tachado de farsa electoral.

Unos resultados —los oficiales no se conocerán hasta mediados de agosto— prácticamente incontestables. Estados Unidos y la Unión Europea cancelaron los fondos destinados a los comicios ante la disolución del PNRC, y el proceso electoral solo ha estado monitoreado por países de dudosa experiencia democrática como Myanmar o China. Pekín, el mayor donante de Camboya, concedió recientemente a Phnom Penh más de 100 millones de dólares (casi 86 millones de euros) en ayuda militar y ha enviado observadores por primera vez a los comicios, en evidente señal de la cada vez más estrecha relación bilateral.

Tampoco han participado grupos locales que sí lo hicieron en elecciones previas, como el Comité para unas Elecciones Libres y Justas de Camboya (COMFREL, en sus siglas en inglés), que no acudió a las urnas por “miedo” a las consecuencias, aseguran fuentes diplomáticas en Camboya, o el consorcio de ONG camboyano Situation Room. Este último, una de las más prestigiosas fuentes de información —alternativa a la oficial— en comicios pasados, fue excluido del proceso acusado de “promover una revolución secreta”.

Desde el exilio, el líder histórico del PNRC, Sam Rainsy, describe el voto como un “teatro”. En un comunicado enviado a varios medios de comunicación, Rainsy —quien huyó de Camboya para evitar represalias— subraya que “el índice de participación anunciado por las autoridades no refleja la realidad por dos motivos”. El primero, señala, son las intimidaciones de las que han sido víctimas muchos ciudadanos. Entre otras, el político afirma que las autoridades amenazaron a alrededor de 700.000 simpatizantes de su partido con ser despedidos si no mostraban en su dedo la tinta difícilmente deleble que debieron usar para votar a su regreso al trabajo. En segundo lugar, Rainsy denuncia la propia “manipulación” de los votos y la supeditación de la Comisión Electoral al PPC.

Un “clima de miedo y tensión”, describe Sopheap Chak, la directora del Centro de Camboya para los Derechos Humanos (CCHR). “Los que han abogado por un boicot a las elecciones han sido acusados de traidores, y la enorme presión a la que ciudadanos ordinarios han sido sometidos ha dejado a muchos preocupados por su seguridad”, indica la activista.

“Traidores” fue, precisamente, el término escogido el viernes por Hun Sen en su último día de campaña electoral para referirse, frente a miles de seguidores, a los que habían intentado derrocar su Gobierno. “Si no les eliminábamos con puño de hierro, quizás Camboya ahora estaría en situación de guerra”, amenazó el dirigente.

Él o la guerra

Precisamente esa ha sido la estrategia de Hun Sen desde que vio cómo el PNRC ganaba terreno: él o la guerra. El dirigente, exjemer rojo que acabó uniéndose a la coalición vietnamita para derrocar al régimen genocida de Pol Pot en 1979 —que aniquiló a una cuarta parte de la población camboyana—, ha jugado a presentarse como la única opción para el desarrollo pacífico de Camboya. El país había gozado de un cierto grado de apertura democrática desde las elecciones de 1993, auspiciadas por la ONU tras décadas de guerra civil.

“Por primera vez en 25 años, Camboya no dispone de un Gobierno legítimo reconocido por la comunidad internacional. Esto significa que la deriva totalitaria de Camboya solo puede ir a peor”, advierte Rainsy en su misiva. (Paloma Almoguera / El País)

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