domingo, 22 de julio de 2018

julio 22, 2018
ROTTERDAM, 22 de julio de 2018.- Si va caminando por una ciudad mientras disfruta de un chicle, probablemente se habrá encontrado con el momento en el que no le queda más remedio que buscar un pañuelo de papel o un tiquet viejo para envolverlo con el fin de que no acabe en el suelo. Los chicles son peores incluso que las colillas, ya que son 10 veces más difíciles y caros de eliminar. Las ciudades se han puesto las pilas contra este correoso problema y las urbes holandesas son un ejemplo de ello.

Jolande Penninks es una ciudadana holandesa que ha fundado Gumbudy, una organización que ha empezado a instalar tableros en distintos puntos de Ámsterdam, Róterdam y otras ciudades holandesas con la representación de un mapa del mundo para que la gente pegue el chicle en ellos. Su objetivo es limpiar las calles y por ello los ha colocado en lugares concurridos como centros comerciales o estaciones de trenes y autobuses.

Gumshoe, zapatillas con suela de chicles recogidos en las calles de la ciudad.

Junto con otros cuatro entusiastas profesionales jubilados, creó esta iniciativa utilizando sus conocimientos especializados y su creatividad para mantener las calles limpias de chicles y, lo que es más importante, resolver un problema perjudicial para el medio ambiente. Gumbudy se ha asociado con las autoridades municipales para recoger los chicles usados de los ciudadanos y sensibilizar en la calle y en las escuelas sobre el impacto ambiental que tiene tirar estas chucherías al suelo.

El proyecto dio un paso más cuando los municipios del área metropolitana de Ámsterdam, lanzaron Gumshoe, el primer calzado del mundo hecho a base de chicles recogidos de las calles de la ciudad por Gumbudy. Los zapatos llevan un mapa de Ámsterdam en la suela. Con esta iniciativa, no solo combaten el problema ambiental de la basura de goma, sino que mejoran la limpieza de las calles al tiempo que aumentan su atractivo.

El propósito es concienciar con una innovación sorprendente en forma de unas deportivas especiales de la ciudad. "Nuestro compromiso diario es brindar a la gente buenas condiciones de vida, trabajo y ocio en la capital de Holanda", explica Mustafa Tanriverdi, del Área Metropolitana de Ámsterdam.

Cada año, alrededor de 1,5 millones de kilos de chicle acaban en las calles de Holanda. Limpiarlos cuesta millones de euros a los Ayuntamientos del país. Un chicle tarda entre 20 y 25 años en biodegradarse. "Nuestra ciudad tiene mucho que ofrecer, especialmente cuando las calles están limpias. Los chicles de las calles molestan, pero hay quien sigue tirándolos al suelo. Ha llegado el momento de cambiar. Añadir más normas y restricciones para reducir el problema no concuerda con nuestros objetivos".

Marijn Bosman, miembro del consistorio, subraya: "Ámsterdam es una ciudad de la que podemos enorgullecernos y que queremos mantener limpia. El Ayuntamiento no puede hacerlo solo. Por eso acogemos con gusto las iniciativas creativas como esta para que tengamos una ciudad limpia y acogedora".

Más ciudades, más proyectos

En Berlín, el Ayuntamiento ha cubierto parte del suelo de Alexanderplatz, la plaza del Ayuntamiento de la ciudad, con una especie de capa antiadherente para que los chicles se puedan retirar con facilidad. Ciudad de México ha invertido en unos costosos cañones de vapor a 90 grados llamados Terminators. Se tarda tres días, trabajando en turnos de tres horas, en completar la limpieza de los más de 9.000 metros cuadrados de una de las principales avenidas de la ciudad. Al acabar, los operarios habrán retirado un total de 11.000 piezas de chicle. Otras ciudades, como Singapur, imponen elevadas multas.

Anna Bullus fue la primera en instalar en Londres en 2009 unos recipientes de un llamativo color rosa diseñados especialmente para tirar los chicles gastados con el fin de hacer frente al problema mundial de los restos de goma.

Los chicles se componen de ingredientes que hacen extremadamente difícil que se rompan, entre ellos la goma sintética, que se emplea también para fabricar neumáticos para los coches y los revestimientos para suelos. El chicle es demasiado dañino para el medio ambiente como para permitir que acabe en la basura sin reciclarlo. (Susana Molina / El País)

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