jueves, 10 de mayo de 2018

mayo 10, 2018
MADRID, 10 de mayo de 2018.- El científico autraliano David Goodall se ha quitado la vida con un fármaco mortal en lo que ha sido un suicidio asistido en Suiza. El investigador, de 104 años, no sufría una enfermedad terminal, pero cada vez más débil y casi ciego, sufría un gran deteriodo de sus condiciones físicas asociado a la edad. Convencido de que el ser humano debe tener el derecho a decidir cuándo poner fin a su vida, no dudó en acudir al país helvético con la asistencia de la organización Exit, ya que en el suyo este tipo de eutanasia no está permitido.

David Goodall. (Sky)

En sus últimos momentos, Goodall estuvo acompañado de familiares, entre ellos varios nietos, y escuchó la novena sinfonía de Beethoven, el Himno de la Alegría, como había pedido, antes de girar él mismo el mecanismo de la inyección letal de Nembutal que acabó con su vida. Se durmió en pocos minutos y murió hacia las 12.30 hora peninsular española, según especifica un comunicado de Exit. El acto de asistencia en el suicidio fue aprobado por dos médicos, uno de ellos psiquiatra.

El científico pidió que su cuerpo sea donado a la ciencia y en caso de que no pueda ser usado, sus cenizas se esparzan en algún lugar cercano a la institución, que tiene su sede en la ciudad de Basilea. Además, señaló su deseo de que no se organice ningún tipo de ceremonia o de funeral, dado que no creía en la vida tras la muerte.

«Las personas mayores deberían tener el derecho de decidir esto por sí mismas», dijo ayer el científico en la víspera de su planeado suicidio ante una gran cantidad de medios congregados. El caso ha recibido una gran atención pública, algo que sorprendía al propio protagonista, quizás por su condición de científico. Este reconocido botánico y ecólogo ha publicado extensamente en revistas científicas y ha producido más de cien artículos de investigación.

Activista de la eutanasia

No es la primera vez que su nombre salta a los titulares. En 2016, la universidad en la que trabajaba como investigador asociado honorífico le ordenó que dejara su oficina por considerarlo un riesgo para su propia seguridad. Su puesto no estaba remunerado y en gran medida implicaba la revisión de documentos académicos y la supervisión de estudiantes de doctorado. Pero tras el recurso de Goodall, que contó con un gran apoyo de la opinión pública, la decisión fue revertida.

Ese ejemplo muestra el carácter vital y determinado del científico, que seguía trabajando y jugó al tenis hasta los 90 años. Hasta hace poco revisaba y editaba artículos para diferentes revistas de ecología. Pero la decadencia física y una absurda caída en su vivienda marcaron el declive. Sin poder alertar a nadie, Goodall permaneció en el piso durante dos días hasta que la persona encargada de la limpieza lo encontró y lo llevó al hospital. Los médicos le prohibieron tomar el transporte público o incluso cruzar la calle él solo. Y eso fue demasiado para él.

El científico ha sido durante años un activista de la eutanasia, un acto que está prohibido en su país, con excepción de un estado, que lo ha legalizado recientemente pero de forma muy restringida y solo a partir del próximo año. Él hubiera preferido morir en Australia, donde ya intentó un suicidio fallido, pero, al no ser posible, decidió acudir a la organización Exit y viajar a Suiza para cumplir con su deseo de sentirse «aliviado».(ABC)

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