martes, 6 de marzo de 2018

marzo 06, 2018
Manifiesto propuesto por Red Roja a las Marchas de la Dignidad para el 8M

Dos hechos marcan a fuego este 8 de marzo de 2018; por un lado la intensificación de la explotación laboral, el deterioro de las condiciones de vida  y la opresión de las mujeres trabajadoras, y por otro, la ofensiva destinada a escamotear su naturaleza de clase.

Ante tanta alharaca del feminismo burgués, tan respaldada mediáticamente y convertida en políticamente correcta, llama la atención la misma ocultación del hecho que conmemora el 8 de marzo y que promovió en el movimiento obrero la instauración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora: el asesinato por parte de la patronal de 129 obreras de la industria textil, la mayoría inmigrantes de entre 17 y 24 años, en Nueva York. Se habían declarado en huelga y ocuparon la fábrica. El patrón las encerró y las quemó. Todas murieron. Denunciaban las insoportables condiciones de trabajo y reivindicaban, junto con el resto de las luchas obreras, la jornada de 10 horas.

Protesta por los derechos de la mujer.

¿Habría cambiado algo si al frente de la propiedad de la empresa estuviera una mujer? ¿Les habría temblado el pulso a Margareth Thatcher o Ana Patricia Botín para prender fuego? La única diferencia es que como representantes de la alta burguesía y para no estropearse las manos habrían contratado mercenarios para hacerlo.

Uno de los objetivos fundamentales de las clases dominantes es intentar conseguir que las personas oprimidas, y principalmente las mujeres trabajadoras no sepamos quiénes somos, ni identifiquemos con claridad a nuestro enemigos. En este 8 de marzo, en el que datos demoledores dan cuenta de la intolerable situación de las mujeres trabajadoras, que empeora cada vez más, lo que aparece en primer plano son las denuncias de opresión de sectores de mujeres privilegiadas que preconizan revoluciones estéticas que en absoluto cuestionan la dominación de clase ejercida por mujeres y hombres de la burguesía.

Los datos son abrumadores, porque además la situación se agrava. Cada vez más mujeres, 3.200.000 según los últimos datos, tienen salarios por debajo del salario mínimo (735 euros). La diferencia promedio entre el salario de una mujer y el de un hombre ha alcanzado el máximo histórico del 29% (es inferior en 4.745 euros anuales).

Cinco millones de personas cobran pensiones por debajo del salario mínimo y siete de cada diez son mujeres. En el 80% de los hogares con una sola persona adulta al frente y con ingresos inferiores a los 8.209 euros al año (en "riesgo de pobreza", dicen), esa persona adulta es una mujer.

La privatización y los recortes en servicios públicos, en becas de comedor escolar, en servicios sociales para la dependencia (residencias para mayores y ayuda a domicilio), la práctica desaparición de guarderías infantiles públicas, inexistencia de comedores sociales (que no sean de caridad) o lavanderías públicas, cae como una losa sobre las mujeres trabajadoras.

Las actuales condiciones laborales que determinan salarios cada vez más bajos - contratos a tiempo parcial y temporalidad - y menos prestaciones por desempleo, recaen mayoritariamente sobre las mujeres de la clase obrera. El aumento desorbitado del precio de los alquileres, de la luz,  del agua, de la bombona de butano, de los transportes que se convierten en inaccesibles,..etc integran los eslabones que nos encadenan a una vida que cada vez es más difícil vivir.

El suicidio y el consumo de antidepresivos entre personas de la clase obrera se han disparado como consecuencia del paro, de la pobreza en los barrios obreros, de los desahucios, de las largas jornadas de trabajo y los salarios de miseria, por no poder calentar la casa o comprar lo necesario para comer decentemente. A todo ello se une la práctica desaparición de la red de apoyos, de solidaridad de clase en definitiva, construida históricamente por los sindicatos y organizaciones barriales. Hay una diferencia, los hombres se suicidan más y las mujeres consumen más antidepresivos. La causa es la misma: un sufrimiento insoportable y la desesperación ante imposibilidad de encontrar salidas individuales.

A todo ello se añade la intolerable violencia machista que, en forma de asesinatos, violaciones y malos tratos se desata con fuerza y atrapa especialmente a las mujeres socialmente más desprotegidas, las mujeres trabajadoras. La denuncia y la resistencia más intransigente deben ser la respuesta por parte, sobre todo, de las mujeres trabajadoras organizadas en primera línea y debe contar con la plena implicación de los hombres que combaten el machismo.

Es prioritario denunciar la perpetuación de la ideología patriarcal dominante también en la clase obrera, fundamentalmente en hombres pero también en mujeres y combatir esa ideología, que el capitalismo refuerza y afianza,  y nos considera un objeto del que apropiarse.

El movimiento obrero no será tal si no prioriza apoyar, promover y desarrollar la lucha de las mujeres trabajadoras y si no favorece decididamente nuestra participación a todos los niveles de la organización y la dirección.

Pero al tiempo que perseguimos con toda firmeza la opresión y violencia machista, no podemos permitir que nos confundan: las mujeres burguesas - al igual que los hombres burgueses - son nuestras enemigas de clase y los hombres trabajadores - que deben dejar atrás cualquier vestigio de patriarcado - son nuestros aliados para el combate esencial: la destrucción de las relaciones sociales capitalistas. Y ese combate avanzará renqueante si no se erige firme contra las opresiones de género aquí y ahora.

El miedo, la presión social, las jornadas interminables y las cargas familiares apuntalan la división sexual del trabajo y hacen casi imposible que las mujeres trabajadoras nos incorporemos a la lucha política y al movimiento obrero. Mientras destruimos el capitalismo, y precisamente para acabar con él, es indispensable exigir, como expresión clave de la conciencia de clase, el reparto equitativo de las  tareas de cuidados a todos los niveles, así como crear formas de cooperación - entre mujeres, y de clase - para hacer efectiva nuestra participación social.

A pesar de la opresión que nos destina a ser transmisoras del miedo y la sumisión al orden establecido, seremos implacables en la lucha por nuestra emancipación hasta que seamos "socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres".

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