sábado, 31 de marzo de 2018

marzo 31, 2018
ESTAMBUL, Turquía, 31 de marzo de 2018.- Todos los Gobiernos advierten a sus ciudadanos de los peligros del tabaco, pero para el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, se trata de una cruzada personal, hasta el punto de quitarles los cigarrillos a sus interlocutores.

"Si veo a alguien con un paquete de tabaco en el bolsillo, voy y se lo confisco", ha descrito el propio Erdogan sus esfuerzos por limpiar el país de malos humos.

El presidente suele escribir nombre, dirección y teléfono de su interlocutor, así como la fecha, en el paquete de tabaco, exigiendo una promesa de dejar el vicio.

El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan.

En 2016, el palacio presidencial acogió una exposición con las cajetillas "confiscadas" y firmadas, y Erdogan invitó a cenar a 20 ciudadanos a los que había convencido de dejar el tabaco.

En Turquía, un 44 % de los hombres fuma, bien a diario, bien ocasionalmente, aunque la media nacional baja al 30 %, porque solo lo hace un 17 % de las mujeres.

En las grandes ciudades, las mujeres fuman tanto como los hombres o más, pero en los pueblos de Anatolia, el tabaco es un hábito solo masculino, explica a Efe el profesor Recep Erol Sezer.

"Hemos conseguido bajar algo el consumo entre hombres, que se situaba en un 58 % en 1993, pero ha subido el de mujeres, que estaba en el 13 %", describe la evolución.

Sezer forma parte de la asociación Yesilay (Luna Verde), fundada en 1920 para luchar contra el consumo de alcohol, pero hoy dedicada a prevenir todo tipo de adicciones.

La organización lanza jornadas durante las que decenas de jóvenes voluntarios salen a la calle con carteles y folletos, parando a los transeúntes para explicarles los peligros del tabaco.

Según Sezer, la adicción empeoró cuando Turquía abolió el monopolio de tabaco en la década de los años 80 del siglo pasado y permitió la entrada de marcas extranjeras, si bien la prohibición de la publicidad de este producto en 1996 frenó algo la expansión del hábito.

Aparte de las marcas internacionales, es frecuente encontrar en los mercadillos tabaco a granel de diferentes calidades, procedentes de los cultivos de Turquía, que es un importante exportador, pero el consumo de la producción local apenas representa el 1 % del total, asegura Sezer.

Más preocupante es la narguile, que está de moda hoy entre muchos jóvenes urbanos, si bien el auténtico hábito turco de la pipa de agua "con un tabaco seco que solo aguantaban los veteranos fumadores", cayó en el olvido en la década de los 80, señala Sezer.

La nueva versión, popular en Estambul, ofrece tabacos aromatizados fáciles de inhalar, pero no menos nocivos.

La ley que prohíbe fumar en bares, restaurantes, oficinas y cualquier espacio público cerrado, aprobada en 2009, no ha conseguido atajar el consumo, pero sí ha creado una nueva cultura de "terracitas", asegura Sezer.

Ahora, casi todos los locales de ocio disponen algunas mesas en el exterior, bien en la calle, bien en un balcón, equipados en invierno con potentes hornillos de gas, y son espacios concurridos incluso en días de lluvia o densa nevisca.

Pero tampoco es raro entrar en un bar y recibir primero un cenicero en la mesa; otras veces, el camarero coloca un vasito de plástico con agua, o un botellín de cerveza vacío, más fáciles de disimular en caso de control policial.

Algunos bares han creado incluso una red de alertas por las que se avisan unos a otros por teléfono cuando se acerca una patrulla, momento en el que una camarera recorre el bar imponiendo un veto temporal de cigarros y ocultando los ceniceros.

Pero Yesilay ha ideado un contraataque: difunde a sus simpatizantes una aplicación para el teléfono móvil, llamada "Dedektor" (Detector), que al pulsarse envía una alerta de "vulneración de las normas" a los grupos de trabajo antitabaco que existen en toda ciudad turca.

Estos grupos se componen de funcionarios del Ministerio de Salud y municipales, pero también incluyen a un representante de la policía, y reforzarán su supervisión de los locales acorde a los datos de geolocalización que envía el "Dedektor".

"La industria tabaquera resiste, pero hay que crear una cultura de aire sin humos", pide el profesor Sezer. (La Razón / Lara Villalón e Ilya U. Topper /EFE)

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