Eduardo Ibarra Aguirre / 4-XII-17
Si algo recordarán los observadores sobre el estilo de gobernar en el sexenio que desde el viernes entró a su recta final, será la debilidad de Enrique Peña Nieto por los rituales políticos del priismo en todas sus vertientes, por los actos faraónicos al modo de los realizados bajo los gobiernos de Luis Echeverría y José López Portillo, ahora excomulgados desde la retórica dominante y la historia oficial a partir de 1982.
En Palacio Nacional, el viernes 1, Peña Nieto congregó a 1 500 de sus colaboradores que despachan como secretarios y subsecretarios, oficiales mayores (los que cuidan los negocios del jefe en cada dependencia y en cada sexenio) y directores generales para que lo ovacionaran hasta enrojecer las palmas de las manos, al rendir cuentas de los cinco años “que transformaron a México”.
Proceso en curso, explicó el orador durante 30 minutos, a través de la “gran obra de transformación nacional en la que todos participamos” y sobre la que ordenó al millar y medio de subalternos “sembrar optimismo, confianza, esperanza”.