Eduardo Ibarra Aguirre / 6-III-17
A 16 meses de distancia de la elección presidencial ya son marcados los signos de la cargada política muy a la mexicana y lo que falta por ver todavía, en la candidatura de Andrés Manuel López Obrador.
Seguramente ahora es un signo de fortaleza, pero también lo puede ser de debilidad, o de acotamiento, si como anuncia, el moreno mayor del Movimiento Regeneración Nacional no ejerce con certeza y oportunidad el derecho de admisión.
Por lo pronto será muy divertido, por lo menos para mí, leer los florilegios, las justificaciones para explicar el travestismo político del elenco de personajes y personajillos que ejercen desde la campaña por la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal lo que atinadamente bautizaron como antiobradorismo dogmático. ¿Se imagina usted a Jorge Fernández, Pablo Hiriart, Ricardo Alemán y Eduardo Ruiz? Este foxista se atribuye sin rubor la expedición de certificados para avalar quién es o no de izquierda.
Criticar incluso hasta la desmesura al tabasqueño de Macuspana es una práctica saludable, necesaria para la democracia política con todo y los muchos defectos de ésta, empezando por la cargada vigorosamente existente. Pero convertir a López, su candidatura y posible triunfo en el escenario del “abismo”, como lo hace Graco Ramírez, el gobernador de Morelos que lo es gracias al apoyo de Andrés Manuel, y que ahora aspira a presidir a México. Está en su derecho este subproducto del echeverrismo, el mismo don Luis al que le atribuyen el padrinazgo central de AMLO en su tercera puja por Los Pinos. También en 2000 y 2006.