martes, 6 de junio de 2017

junio 06, 2017
Edith Gómez

En los últimos años la economía colaborativa se ha convertido en sinónimo de innovación y disrupción. Tomando en cuenta que para muchos funciona como oportunidad y para otros, a la inversa. Sin embargo, todas sus cualidades hacen que se rompan cadenas del llamado “yugo de la oficina”, por ser una opción de mayor riesgo, aunque con una recompensa enorme.


La economía colaborativa del siglo XXI cambia la estructura de numerosos mercados y crea otros nuevos. Particularmente en América Latina, la economía de plataformas simboliza la entrada indetenible de nuevos modelos de negocio, híbridos de la tradición, lo digital y lo social.

Gran parte de los países a nivel mundial se están subiendo -en marcha- a un tren de progreso que reporta más libertad de elección tanto para los consumidores y como para la empresa. En definitiva, un aumento de la competencia y del bienestar social, que si bien es difícil de alcanzar todo a la vez, se ha demostrado que puede hacerse. Aquí los más importante.

Raíces profundas

Por defecto, somos seres que preferimos socializar entre nosotros y tal necesidad. Y es por ello, que para trabajar nos juntamos con personas en las que se pudiera tener una gran confianza o al menos, una experiencia digna para seleccionar un camarada de negocios que mantenga la razón social en pie y siempre con ganancias.

Seguramente ya nos habremos dado cuenta del papel que ha jugado la tecnología en estos mercados. La misma es una búsqueda incesante de mejoría y en la disminución de recursos, tiempo y esfuerzo.

La evolución es tan buscada por los resultados ofrecidos a lo largo del tiempo como, por ejemplo, en la era de la industrialización, trabajar era una total obligación. Y de esa manera es cuando más se recurre a métodos de intercambios, en los que hoy día, la sociedad ha ganado tal experticia, que cambia en gran sentido el sector económico y financiero.

La economía colaborativa del Siglo XXI modifica cualitativa y cuantitativamente los tradicionales intercambios, permutas, préstamos o alquileres entre familiares, amigos y vecinos. Estamos ante una realidad nueva aunque, si escuchamos atentamente, podemos encontrar ecos en el pasado.

¿Qué ha cambiado? El detonante es la Revolución Digital

La más profunda revolución tecnológica de las primeras décadas del siglo XXI es la revolución digital. Una revolución sólo comparable con la revolución agrícola o la revolución industrial, por su capacidad de modificar la práctica en su totalidad, de las actividades humanas. En ocasiones, de forma inesperada.

A primera vista, la digitalización no parecía tan potente ni tan disruptiva. Pero a medida que pasa el tiempo el mundo analógico que conocíamos los inmigrantes digitales del siglo XX se está transformando en otra cosa, aún por definir.

Seguimos viviendo en una realidad que apunta a un millón de hechos y prontas posibilidades a las que adaptarse, en su mayoría, debido a que antes podíamos ser considerados unos cavernícolas, en comparación con lo que hemos aprendido desde nuestros 15, o 20 años, hasta aquí gracias a la tecnología.

La disrupción de esta nueva era digital, junto con la transparencia y la innovación, se sienten ya en la metamorfosis de la sociedad y las instituciones.

La tecnología, pasó de invadir una simple área a ser el determinante en todos los temas concernientes al ser.

Podemos notarlo, analizando lo siguiente:

Anteriormente nuestro comportamiento y nuestras decisiones, eran influenciadas únicamente solo por los nuestros círculos más cercanos, tales como el familiar, social y estudiantil. Desde que los productos tecnológicos , han abordado nuestra vida, nos influencian no sólo en decisiones y comportamiento, sino mucho más de ello.

Es uno de los mayores determinantes al momento de elegir nuestras palabras, de seleccionar un adecuado plan de negocios, cómo invertir en la bolsa de valores y cuánto, hasta el punto de dar la ilusión de ser tan objetiva, cómo para ayudarnos a seleccionar nuestros intereses políticos y sociales.

Los cambios introducidos por la economía colaborativa obligan a adaptar el papel de las políticas públicas, que deben aprovechar esta revolución económica, tecnológica y social para mejorar la regulación existente sin prohibir la entrada de nuevos actores en los mercados.

Sin lugar a dudas, funciona como un factor de inclusión total del que no podemos perdernos bajo ninguna circunstancia.