sábado, 13 de mayo de 2017

mayo 13, 2017
Pablo Herreros / Yo, mono

Las relaciones sociales son fundamentales para mantenernos sanos, tanto físicamente como mentalmente. Algunas especies de mamíferos no hemos evolucionado para ser apartadas de nuestras madres en pocos meses. Tampoco para vivir solas, como hacen ascetas o ermitaños. La realidad es otra: los mamíferos sociales estamos programados para tener vida social y estar rodeado de personas. Nuestro cerebro necesita de la presencia de otros para desarrollarse durante la infancia, pero también para mantenerse sano durante el resto de las etapas de la vida.

Jodi Lukkes y su equipo estudiaron con ratas las consecuencias del aislamiento y sus efectos sobre la ansiedad. Separaban a las recién nacidas de sus madres antes del destete natural. El estrés se elevó cuando se produjo dicha privación maternal produciendo cambios en la fisiología y en el comportamiento. De adultas, eran más inseguras y se asustaban con facilidad ante cualquier estímulo. Las ratas sentían miedo muy a menudo.

La bióloga Ellen Kanitz también ha estudiado la respuesta inmunológica ante la soledad en animales. Desde el día 3 de nacimiento hasta el 12, durante 2 horas al día, varias crías de cerdo eran apartadas de sus madres. Tan solo un día después de comenzar las pruebas, se incrementó el cortisol y cesó la proliferación de linfocitos, cuya misión es atacar los agentes potencialmente dañinos, como por ejemplo microorganismos, células tumorales u otros antígenos. También se detectó un incremento de la interleucina-1 en el hipocampo, la cual está asociada a inflamaciones. Pero además, descubrieron que no se trataba de algo temporal. Seis semanas después del experimento, las hormonas del estrés continuaron en niveles altos. A largo plazo, los efectos negativos se mantuvieron en la actividad del sistema inmune.

En general, el contacto físico con la madre es fundamental para los mamíferos. Especialmente para los cetáceos, elefantes y primates, cuya relación materno-filial se basa en un contacto físico continuo, muy superior al que muestran otras especies. Durante meses o años, no nos despegamos de nuestra mamás. Hay que tener en cuenta que nacemos " inacabados ", lo que se traduce en una dependencia total. 

Sarah Shourd era una montañera que estaba escalando en Irak cuando fue capturada por el ejército iraní. Acusada de espionaje, la encerraron en una prisión de Teherán en régimen de total aislamiento. Tras ser liberada, contó que perdió la cabeza. Shourd comenzó a escuchar "pasos de fantasmas"... (AFP / Getty Images)

El psicólogo Harry Harlow, en los años sesenta del siglo pasado, experimentó con situaciones de incomunicación con macacos rhesus en la Universidad de Wisconsin. Tras semanas de soledad absoluta, sin contacto alguno con sus madre u otros congéneres, los monos estaban traumatizados y psicológicamente quebrados. Se anularon socialmente. Cuando crecían eran incapaces de interaccionar con otros macacos. Los resultados de estas pruebas con animales fueron muy similares a los síntomas detectados con bebés humanos que habían pasado por experiencias similares en orfanatos.


Todos estos estudios trataban de explorar las consecuencias de la incomunicación durante la infancia. Pero, ¿qué nos pasa cuando somos privados de contacto de adultos? Los diferentes casos y experimentos con personas que han sufrido estas experiencias revelan que en estas condiciones, la mente humana nos juega malas pasadas.

Sarah Shourd era una montañera que estaba escalando en Irak cuando fue capturada por el ejército iraní. Acusada de espionaje, la encerraron en una prisión de Teherán en régimen de total aislamiento. Tras ser liberada, contó que perdió la cabeza. Shourd comenzó a escuchar " pasos de fantasmas ", veía luces intensas que se encendían y apagaban como flashes. Las últimas semanas las pasó en cuclillas, a " cuatro patas ", escuchando por una pequeña rendija en su celda. " Llegó un punto en el que escuchaba gritos y no fue hasta que sentí las manos de mis captores sobre mi cara, tratando de despertarme, que me di cuenta de que eran mis propios gritos", escribió para el New York Times en el año 2011.

El psicólogo Donald Hebb llevó a cabo un experimento en el que estudiantes voluntarios de la Universidad de Montreal eran encerrados y privados sensorialmente. Las celdas estaban fabricadas con materiales especiales para provocar esa sensación. Los participantes, durante las primeras horas cantaban o hablaban solos para romper la monotonía. Pero los verdaderos problemas aparecieron poco después. Al principio mostraron comportamientos de ansiedad o rompían a llorar. La intensidad emocional era enorme. Después aparecieron las alucinaciones y los delirios. Unos veían luces, perros o niños. Para otros la habitación daba vueltas y se movía sin parar y escuchaban voces. Hebb intensificó el aislamiento poniéndoles cascos y anteojos que les impidieran ver y oir. Los más afectados llegaron a sentir que tenían dos cuerpos o que se dividía en dos partes. También sentían descargas eléctricas en sus cuerpos. Muchos de los participantes confesaron no haberse recuperado totalmente nunca de aquel experimento.

Pero no hace falta pasar por esas situaciones extremas para ser vulnerables a los peligros de la soledad. En estudios con personas que viven solas y apenas se relacionan, se ha probado que tienen más ansiedad y más probabilidades de tener en peor estado las arterias, provocándoles hipertensión. También desarrollan problemas cognitivos, como son la pérdida de memoria o dificultades en el aprendizaje.

Los resultados de todas estas investigaciones tienen una aplicación práctica directa en nuestras vidas. Por un lado, la necesidad de estar en contacto con la madre u otras personas que te proporcionen afecto durante los primeros años de la vida. Por otro, ya de adultos, lo conveniente de tener una red social y amigos lo más amplia posible. Porque a los mamíferos sociales, la soledad nos mata lentamente. (El Mundo)