miércoles, 26 de abril de 2017

abril 26, 2017
Carlos Loret de Mola Álvarez / 26-IV-17

El puntero en las encuestas presidenciales rumbo al 2018, Andrés Manuel López Obrador, lleva años haciendo campaña enarbolando la bandera anticorrupción.

Ha conectado con la gente: su modo austero de vivir, su singular manera de hablar, su feroz crítica a lo que llama “la mafia del poder”, le han otorgado la confianza de buena parte del público. Desde hace tiempo se habla del “teflón” de Andrés Manuel, porque todas las acusaciones en su contra, todos los ataques que recibe se le resbalan, especialmente si tienen que ver con corrupción.

Así que por más que desfilen grabaciones de Bejarano, Ímaz, Sosamontes, Bonino y Cadena, por más que broten denuncias contra Monreal, Delfina y Sheinbaum, Andrés Manuel puede subir a las redes un video para presumir que él vuela sobre el pantano, pero su plumaje no se mancha.


¿A qué se refiere? A que, en efecto, estos escándalos en su entorno no han logrado quitarle la bandera de ser El candidato de La Anticorrupción.

La razón parece sencilla: ¿cómo puede imaginarse que López Obrador es corrupto si no se le han exhibido mansiones, carrazos, cuentas en el extranjero, si no se le ve en lujosos viajes, excéntricos restaurantes, si no se le detecta riqueza?

¿Dónde está el dinero? No tengo duda de que él no se lo embolsa. No tengo duda de que algo se quedan sus operadores y el grueso se va “al movimiento”, es decir, a su perenne campaña presidencial.

Eso pasa en todas las campañas a todos los niveles en México: reciben dinero por debajo del agua y las leyes electorales (diseñadas por los propios partidos) y quienes las aplican, no se ponen rudos para intentar evitarlo. La diferencia en todo caso es que muchos otros líderes políticos recaudan personalmente el dinero ilegal, se enteran de todas las operaciones a detalle y algo les queda para su goce personal.

López Obrador abreva del pantano con el cuidado de que su plumaje no se enlode. Para eso están los otros pájaros, sus operadores.

López Obrador deja hacer y los demás hacen. Él no pregunta y ellos no le dicen. Así todos ganan.

Este pacto de silencio tiene un incentivo central. López Obrador ya demostró que si descubren a alguno de los suyos en una tropelía, ese alguien debe resistir, asumir toda culpa, proteger al líder, soportar la expulsión política, incluso sufrir la cárcel, porque al final hay redención: Andrés Manuel no lo condenará, culpará a la mafia y cuando pase el tiempo, lo dejará resucitar bajo su manto.

Así puede volar sobre el pantano, verse el plumaje y respirar tranquilo: no estoy manchado.

SACIAMORBOS. La fórmula es muy eficaz. Mucho más sofisticada que la de los dirigentes de PAN, PRI y PRD quienes con una prontitud inusual, con una contundencia digna de emergencia nacional, salieron a exigir renuncias e investigaciones cuando en sus propios escándalos han llenado de pretextos el camino a la impartición de justicia.