lunes, 3 de abril de 2017

abril 03, 2017
NUEVA DELHI, India, 3 de abril de 2017.- La primera vez que se vieron, en 1959, Tenzin Gyatso tenía 23 años y Naren Chandra Das, 21. La segunda vez, este domingo, 81 y 79. Gyatso, para quien no lo sepa, es el Dalai Lama y Chandra Das, el guardia fronterizo indio que le acompañó en su huida del Tíbet hace casi 60 años. Los años que han tardado en volver a verse. Los años que han tardado en decirse las primeras palabras.

"Mirándote a la cara, me doy cuenta de que debo de ser muy viejo también", bromeó el líder tibetano exiliado tras ver a Das en una emotiva ceremonia que se ha celebrado en la ciudad india de Guwahati durante un viaje que está realizando el Dalai Lama por el noreste del país.

El líder espiritual de 81 años abrazando a Naren Chandra Das. (AFP)

El guardia, ya retirado, afirmó que durante aquella operación secreta en la que el Dalai Lama decía adiós a su tierra no se le tenía permitido hablar con él. "Nuestro deber sólo era protegerle y acompañarle durante su viaje", dijo el indio. Esta vez sí han podido hablar y el líder tibetano le ha reconocido sentirse "muy, muy feliz" de poder encontrarse con quien le acompañó en sus primeros pasos en India, su nuevo hogar.

El Dalai Lama abandonó Lhasa, capital tibetana, en marzo de 1959, después de que fracasara un levantamiento popular contra China. Para huir de las tropas chinas, se disfrazó de soldado de ese país y se encaminó junto a dos decenas de hombres hacia la frontera con India. Durante dos semanas, atravesaron las montañas del Himalaya y finalmente fueron recogidos por un grupo de guardias fronterizos cerca de la frontera. A sus espaldas quedaba una Lhasa tomada por el ejército, una ciudad que no volvería a pisar nunca.

"Los días antes de mi llegada a la India estuvieron marcados por la tensión y la única preocupación era la seguridad, pero vi la libertad cuando me recibieron con entusiasmo", recordó ayer el dalái lama en Guwahati. "Un nuevo capítulo comenzó en mi vida". Una vida en el exilio.

En un principio se quedó en el monasterio de Tawang pero finalmente se estableció en la ciudad de Dharamsala, al noroeste, donde fue recibido por el primer ministro indio, Jawaharlal Nehru, para tratar un tema espinoso: qué hacer con las decenas de miles de tibetanos que siguieron su camino. La mayoría de los 150.000 que se fueron viven en India, Nepal y Bután. En Dharamsala reside hoy el Gobierno tibetano en el exilio.

El viaje del Dalai Lama al noreste de India no ha sentado nada bien en Pekín ya que en la agenda está la visita a Arunachal Pradesh, un estado indio fronterizo que tiene zonas reclamadas por China. La tensión entre China e India por esa región está viva desde hace más de medio siglo, suele dispararse cuando se producen incursiones de tropas en suelo del enemigo y llegó a provocar una guerra entre ambos países en 1962.

Dada esa disputa histórica, no es de extrañar que Pekín haya advertido a las autoridades indias del peligro que puede suponer el viaje del líder budista para las relaciones bilaterales de ambas potencias. China le ha dejado caer a India que "no facilite una plataforma para las actividades separatistas del decimocuarto dalai lama" y "evite tomar cualquier decisión que complique aún más la cuestión en la frontera", según señaló el Ministerio de Relaciones Exteriores de China.

Pekín no acepta el trato que India suele brindar al Dalai Lama y al exilio tibetano. No obstante, el primer ministro, Narendra Modi, ha tratado al líder espiritual como un "invitado de honor", algo habitual cuando realiza viajes de este tipo. No es la primera vez que el Dalai Lama visita esa región. La última ocasión fue en 2009.

El Dalai Lama, que renunció a la independencia del Tíbet para reclamar una autonomía respetada dentro de China, ha dicho en alguna ocasión que se siente "un hijo de la India" -ya que ha vivido más en este país que en el suyo- pero que tiene la esperanza de volver a Lhasa algún día. Sin embargo, la relación entre el exilio tibetano y Pekín sigue estancada y sólo adquiere algo de atención internacional cuando algún monje budista se prende a lo bonzo en nombre de un Tíbet libre o cuando el dalai lama, premio Nobel de la Paz en 1989, realiza uno de sus habituales viajes. Los tibetanos exiliados temen que la salud de su líder espiritual, su emblema, no le permita seguir llevando la voz del Tíbet al mundo por mucho tiempo. Saben que así se debilitará aún más su lucha. (El Mundo)