martes, 7 de marzo de 2017

marzo 07, 2017
MADRID, 7 de marzo de 2017.- Cada año, 1.7 millones de niños mueren en el mundo por vivir en un ambiente insalubre. En su parte de defunción dice que fallecieron a causa de la neumonía, una diarrea infecciosa o el paludismo, pero la razón última de su muerte es la falta de acceso a una fuente de agua limpia, la carencia de instalaciones sanitarias básicas o el humo constante que han respirado desde que nacieron. Lo denuncian dos nuevos informes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que advierten de que el 26% de la mortalidad en menores de cinco años podría evitarse mediante el control de la calidad del aire, el agua y el suelo.

"Un ambiente contaminado es mortal, particularmente para los niños más pequeños", ha señalado en un comunicado Margaret Chan, la directora general de la OMS, que hace hincapié en que "el sistema inmunitario y los órganos en desarrollo de los niños, así como sus vías respiratorias y cuerpos pequeños les hacen especialmente vulnerables" a la contaminación.

Un niño con cubrebocas en Pekín.

"La exposición dañina a contaminantes puede iniciarse ya desde el útero", advierte el primero de estos informes, que lleva por título una reclamación -¡No contamines mi futuro!-, y hace un repaso a las cinco principales causas de mortalidad infantil ligadas a la vida en un ambiente insalubre.

Según sus datos, en 2012 fallecieron en el mundo 570,000 menores de cinco años a causa de infecciones respiratorias provocadas por un aire sucio. La fuente principal de esta contaminación, señala el informe, es el uso de combustibles sólidos en estufas y cocinas caseras sin una adecuada salida de humos, si bien otros factores, como la polución de la atmósfera y la exposición al tabaco también tuvieron su impacto sobre la salud de los niños.

Falta de infraestructuras adecuadas

En el mismo año, la diarrea provocó la muerte a otros 361.000 niños, la mayoría de ellos procedentes del Sureste asiático y el África Subsahariana, donde la falta de infraestructuras es la norma. "Una gran proporción de las enfermedades diarréicas están causadas por patógenos oro-fecales que pueden evitarse a través del acceso a un agua segura y adecuada para su ingesta, el establecimiento de unas condiciones higiénicas y sanitarias apropiadas y el abandono de la defecación al aire libre", señala el informe.

Las mismas medidas podrían prevenir también las 270.000 muertes al año que se producen en el primer mes de vida, añade el documento y, en gran medida, los 200.000 fallecimientos en menores de cinco años que se deben a la malaria ya que las aguas no canalizadas son fundamentales para el mantenimiento del mosquito que transmite la enfermedad.

El texto también señala que la contaminación del suelo -por ejemplo con plomo u otros agentes tóxicos- también es una importante causa de envenenamientos, así como trastornos neurológicos, del desarrollo o endocrinos, entre otras alteraciones.

En ese sentido, los documentos advierten de riesgos ambientales emergentes, como los derivados de un incorrecto reciclaje de los residuos eléctricos y electrónicos. Se prevé que este tipo de basura sea en 2018 un 19% más elevada de lo que era en 2014, llegando a alcanzar los 50 millones de toneladas. Los expertos alertan de que un inadecuado manejo de esos restos puede exponer a los niños a toxinas que pueden impactar directamente en su cerebro y provocar cáncer o daños en sus pulmones.

Además, también es fundamental tener en cuenta que el impacto de la contaminación del medio ambiente sobre la salud no sólo se palpa a corto plazo, sino que puede propiciar, en la edad adulta, la aparición de enfermedades crónicas, como las cardiovasculares o la diabetes.

Por todo ello, los informes subrayan que "existen intervenciones preventivas" capaces de proteger a los niños de estas condiciones insalubres y recuerdan que, invertir en ellas no sólo redundará en una mejor salud infantil y en unos menores costes sanitarios, sino que también repercutirá favorablemente "en el clima, el entorno y el desarrollo global". La apuesta merece la pena, concluyen. (Cristina G. Lucio / El Mundo)