martes, 7 de febrero de 2017

febrero 07, 2017
MADRID, 7 de febrero de 2017.- Puede ser que uno de los rasgos esenciales del pensamiento de Tzvetan Todorov, recién fallecido en Francia, quedara velado por algunas de sus impresiones. Pero al entrar en su obra es fácil deducir que el suyo era un pensamiento mecido por la imprecisión del optimismo. O, al menos, la trinchera de la esperanza: "Quizá sea un ingenuo, pero no creo que nada de lo que sufrimos hoy sea irreversible. Me niego a creer en una fuerza sobrenatural que nos impone cosas que no se puedan cambiar. Esto es un asunto humano. Y los cambios vendrán de nosotros". Esto dijo en 2013 en una larga entrevista para EL MUNDO. A pesar de algunos de sus títulos: El hombre desplazado (1997), Memoria del mal, tentación del bien. Indagación sobre el siglo XX (2002), El nuevo desorden mundial (2008), La literatura en peligro (2007), La experiencia totalitaria (2010) o Los enemigos íntimos de la democracia (2012). En España se repartieron su bibliografía entre Paidós, Taurus y, principalmente, Galaxia Gutenberg.


Uno de los intelectuales más luminosos de Europa, búlgaro afincado en París desde 1963 (donde encontró cobijo contra la tormenta del comunismo), ha muerto a los 77 años con un arsenal de reconocimientos: de la Medalla de la Orden y de las Letras en Francia al Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2008. Ninguna curiosidad le fue ajena. Teórico literario, crítico de arte y literatura, lingüista, filósofo, historiador. De los formalistas rusos a la filosofía del lenguaje. De los maestros de la pintura flamenca del renacimiento a Goya. De la conquista de América a los campos de concentración. De Oscar Wilde a Rilke. Y de todas esas sendas a la dirección única de la democracia. Ésta es uno de los grandes temas de su pensamiento. De cómo algo sublime se ha degradado hasta ser un artefacto de fabricación casera.

"Desde finales de la Guerra Fría, la democracia en Europa está sometida a numerosos peligros. Y la mayoría de ellos no procede del exterior, sino de las reglas y mecanismos de la propia democracia, que se han llevado al extremo de la perversión extenuando el sentido original del sistema moderno". Las palabras le salían como ríos de caudal inmenso. Se ha impuesto el trabajo de descifrar lo que Europa puede ser realmente. Y hacia dónde se encamina, qué futuros manipula, qué disfraces de bandera esgrime en su caída... Este hombre era un producto del comunismo sulfúrico. Un referente por rechazo. Le tocó nacer en Sofía, en 1939, donde estaba abolida la libertad, la alegría, el pensamiento. Soportó el autismo totalitario hasta los 24 años, cuando desembarcó en París bajando del fondo de un tren helado. Allí confeccionó un pensamiento crítico desde la lucidez, jamás desde el rencor. Y eso le otorgó un mirar panorámico que esgrimía como un quinqué. "En la sociedad actual estamos exagerando el miedo a los otros. Y ese terror a los que consideramos bárbaros nos convierte en bárbaros a nosotros". Sabía bien el peso de cada una de esas palabras.

Hay algo balsámico en la lucidez de Todorov. A veces, al escucharlo, al leerlo, sólo faltaba la alegría de un instrumento. Pero a la vez conservaba ese toque de búlgaro nativo algo insondable y desconcertante, como si después de un hondo discurso sobre la deriva de Europa fuese a sacar el acordeón de los bajos de la mesa para que la afición baile una chalga. No fue de los primeros en advertir del peligro del populismo, pero sí de los más conscientes en reconocer que tenían el campo bien abonado. "Están surgiendo pequeñas tiranías populistas, pero que no son de carácter totalitario. Usted aún puede escribir en EL MUNDO con libertad y es eso lo que debemos preservar y en lo que no debemos ceder. No bajemos la guardia ante los enemigos de la sociedad, empeñados en estrechar nuestros discursos".

Desde 1987 desde 1987 dirigía el Centro de Investigaciones sobre las Artes y el Lenguaje del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS). Creía que el terrorismo había que combatirlo principalmente desde una resistencia ideológica. Desde el combate de las ideas. Quizá sea esta, como intelectual, la única batalla que no pudo prever en toda su extensión. O, para ser exactos, que no le era posible calcular en toda su dimensión. Como a casi todos. Pero sí sabía de los peligros y de cómo advertirlos.

El crecer bajo el cielo del plomo del comunismo hizo que Todorov mantuviese hasta el final una aversión al tutelaje, al paternalismo, a las banderas y los chek points mentales. Pero más aún a esa actitud dañina como un cepo que podría resumirse en una frase dudosa: "Esto es por tu bien". Contra ese chantaje también braceó sin fatiga el pensador búlgaro. Y contra el nacionalismo. Y contra la venganza histórica. Reivindicó, sobre todo, la memoria porque es necesaria, pero no suficiente. "No me reconozco al 100% en la sociedad en la que vivo. Digamos que me siento algo extranjero. Lo que para un europeo nativo es lógico, en mí se construye desde el conflicto de comparar dos mundos muy distintos y ambos imperfectos". Eso era Todorov: horizonte y nunca frontera. (Antonio Lucas / El Mundo)