sábado, 1 de octubre de 2016

octubre 01, 2016
CIUDAD DE MÉXICO, 1 de octubre.- “Señor presidente, ¿dónde están? ¿Qué les pasó a los 28 mil desaparecidos? Toda vida es sagrada, no sólo la de sus amigos”.

Las preguntas de Roger Waters, el legendario guitarrista y fundador de Pink Floyd, resonaron más allá de un Zócalo abarrotado por más de 200 mil asistentes, según las cifras oficiales del gobierno de la Ciudad de México.

Los gritos “¡Fuera Peña, fuera Peña!” "¡Renuncia!" se expandieron hasta la avenida 20 de Noviembre, donde una pantalla gigante acercaba la magia de uno de los mejores conciertos en el corazón de la Ciudad de México.

Waters estaba a punto de concluir su concierto, pero no terminaban aún sus palabras:

“Señor presidente, sus políticas han fallado. Escuche a su gente. Los ojos del mundo lo están observando”.

En una de las pantallas gigantes del escenario apareció la frase #RenunciaYa, el Trending Topic que tanto ha incomodado a los promotores y publicistas de un gobierno que se ha transformado en una vergüenza mundial.

Música, mota, protesta y buena vibra es lo que se extiende durante dos horas en uno de los conciertos con mayor asistencia en la plancha del Zócalo, escribió Jenaro Villamil en Proceso.

Pablo Espinosa en La Jornada: Ante más de 170 mil personas, Roger Waters cimbró el Zócalo de la Ciudad de México con un mensaje que leyó dirigiendo la mirada hacia Palacio Nacional: "señor Presidente, sus políticas han fallado, escuche a su gente. Los ojos del mundo lo están observando”.



En punto de las 8 pm, una descomunal explosión de adrenalina, sudor, alaridos de alegría y música exquisita inició en la Plaza de la Constitución. Roger Waters imprecó: Speak to me y enseguida instruyó a la masa: Breathe, breathe in the air... y así comenzó el concierto de todos tan esperado. La piel erizada, el grito a todo pulmón. Alegría descomunal. (Galería de fotos)

"¡Hola!", dijo Roger Waters al borde del proscenio y así dio por iniciado el vastísimo ritual.

A esas dos piezas iniciales siguió Set the controls of the heart of the sun y ya para entonces la plaza principal del país se había convertido en el Nirvana del sonido, en la Meca de las artes visuales, en el lugar donde todo es éxtasis y alegría. Y fue así como el Zócalo se convirtió en un sueño.

No hay espacio entre persona y persona, cada cuerpo se amolda al cuerpo de al lado y a los otros cuerpos, como pólipos, poliedros de ángulos romos, polímeros anónimos. El público de Roger Waters estuvo conformado esta noche por un solo cuerpo: un cuerpo de 170 mil personas. Ni el mismísimo George Orwell hubiera imaginado esto.

Eran las 20:08 y al compás de un brutal acorde de tambores, ese tam tam tam se confundió con un trueno igualmente ensordecedor: se desató una lluvia atroz que no movió a nadie de su lugar.

Entonces el polímero era un animal empapado en lluvia que al unísono del primer riff de sax de la noche, simplemente cerró los ojos, gritó: "¡aaaahhhhh!" Los volvió a abrir y el antropoide sin era abrió también la boca y bebió agua de lluvia mientras por sus oídos penetró el Dios del Sonido, porque estábamos en un lugar sagrado, donde la Coatlicue y Huitzilipochtli consumaron antes que nosotros lo que fue ceremonia de iniciación en la que a todos los presentes nos fue entregado un sorbo de la copa del Grial, disfrazado de agua de lluvia.

A las 20:18 en la pantalla gigantesca aparecieron paisajes de lluvia y nubes y en los poderosos altavoces, con el sistema acústico que gira 360 grados, se escucharon truenos de más lluvia, en unísono con los truenos que sucedieron en la vida real.

He aquí entonces: el Zócalo se convirtió en un sueño. Un sueño que estaban soñando cien mil personas al mismo tiempo. Es decir: un sueño hecho realidad.

Eran las 20:22 del sábado uno de octubre de 2016, sonó The great gig in the sky y esto ya es el delirio generalizado. Las dos cantantes rubias con peluca cantaban como ángeles escapados de allá atrás de ellas, porque a unos metros del escenario está la Catedral, donde acababan de desaparecer dos ángeles que cantaron frente al público para lo cual conservan su condición de ángeles, y la hermosa muchacha que estaba junto a mi se secó lágrimas del rostro con las manos, pero sus manos estaban mojadas por la lluvia, de la misma manera que la luna está eclipsada por el sol, como informó cantando Roger Waters en la que fue la siguiente pieza.

Cuando termina el aria de opera en que convirtió el par de güeras con peluca el solo vocal de The great gig in the sky, la bella dama a mi lado me dijo que no sabía cuáles de las gotas en su rostro son de lluvia y cuáles magma.

De manera contundente cierto de toda certidumbre: este es el mejor de los tres conciertos de Roger Waters en tres días casi consecutivos en México.

A las diez con diez de la noche todo era baile, sonrisas y alegría, con el segmento dedicado al álbum Animals para perfilarse hacia un final de antología. Run like hell precedió a Brain damage y al alucinante espectáculo de luces láser en Eclipse. Y entonces la plancha del Zócalo se volvió a convertir, merced a las imágenes en la pantalla y a la música, en la superficie de la luna.

Nos veremos en el lado oscuro de la Luna, cantaron Roger Waters y el par de rubias con peluca y todo estaba listo, a las 22:22, para el gran final.

A las 22:36, con los últimos acordes de Confortably Numb y fuegos de artificio en el cielo, culminó el gran ritual que recordarán las generaciones.

Como si los dos anteriores hubieran sido ensayos con público, en el Foro Sol, sabedor Roger Waters que la noche del sábado habría de hallar el Grial aquí, en el Zócalo gloria in excelsis.