sábado, 27 de agosto de 2016

agosto 27, 2016
Salvador García Pérez*

Desde que comencé a utilizar el transporte público noté ciertas deficiencias; comenzaré con el “camionero”, sucio, desarreglado, camisa desabotonada, grosero, intransigente, agresivo, malhablado, escuchaba cumbia a todo volumen sin importarle el pasaje, comodino, abusivo, y la lista sigue. Ahora los “camiones”; sucios, oxidados, asientos rotos, mal reparados, las paredes pintadas o raspadas, ventanas rotas, soldadas para no abrirse, entre otras anomalías.


Ahora bien, a todo esto, no recuerdo bien si fue a principios o mediados, pero fue en los años 90 que una empresa de transporte nueva comenzó sus labores, “Rápidos de Mérida”, caracterizada por el uniforme pulcro en sus choferes, la limpieza en el autobús o minibús, y el servicio de calidad, pues no daban servicio si estar sentado, es decir, que si todos los asientos estaban ocupados, el chofer hacía una señal al pasajero indicándole el cupo completo.

Durante un tiempo las cosas transcurrieron bien, tranquilas, pero con el paso de los años, “Rápidos de Mérida” permitió que el mal servicio de las otras líneas lo “contaminara”, fue así como los choferes dejaron de serlo para “regresar” a ser camioneros, los minibuses en camiones, y el servicio volvió a ser deficiente como en aquellos años antes de la llegada de esta línea.

En aquellos días en que el servicio era de calidad, estaba colocado un letrero junto al de los precios del pasaje, que decía: “Solo se dará servicio sentado”.

Ahora, tanto el letrero como la disposición de los camioneros han desaparecido, así como su ética y responsabilidad.

Los ciudadanos estamos sujetos a las “normas” que tanto los transportistas como los camioneros imponen, pues estamos en manos de “La mafia del Transporte Público”. 

*Licenciado en Humanidades y Filosofía egresado de la UMSA Universidad Mesoamericana de San Agustín (UMSA)