jueves, 7 de julio de 2016

julio 07, 2016
MARSELLA, Francia, 7 de julio.- Francia se ha plantado en la final de la Eurocopa que organiza tras batir a Alemania, la vigente campeona del mundo, por 0-2.

Dos goles de Antoine Griezmann, con un gol de penalti en el descuento de la primera mitad, tras unas manos de Schweinsteiger, y otro en el minuto 72 ha destrozado las ilusiones de un combinado germano que jugó mejor pero que adoleció de capacidad de remate.

El Stade Vélodrome de Marsella ha sido el escenario del mejor encuentro de esta Eurocopa, donde, por cierto, el colegiado, el italiano Nicola Rizzoli, no ha estado a la altura.

El delantero del Atlético de Madrid ya acumula seis dianas y apunta a Bota de Oro del torneo. Griezmann tendrá la oportunidad en la final de tomarse la revancha ante Cristiano Ronaldo, que hace poco más de 40 días le dejó sin la anhelada Champions en Milán, en un duelo en el que el Madrid ganó por penaltis a los colchoneros.

El festejo del equipo francés. Enlace a TODO sobre el juego en L'Équipe.

La crónica de Francisco Cabezas para El Mundo, un poema:

Griezmann, rey de Francia

«No voy a llorar más». Era el sentido canto de Jacques Brel. Era lo que esperaba a gritar con el alma Antoine Griezmann, cuyas lágrimas fueron la metáfora de la desesperación en el Mundial de Brasil frente a Alemania. El delantero, dos años después, no es un niño. Es el Rey de Francia. Sus dos goles destrozaron décadas de lamentos y llevaron a la selección gala a la final de su Eurocopa. Allí espera la Portugal de Cristiano.

El fútbol no está muerto. Todavía tiene sentido emocionarse, estremecerse. E incluso llorar. Este deporte, maltratado con saña en esta Eurocopa por un puñado de selecciones que hicieron del miedo su única razón de ser, emergió en el mejor escenario posible. En el imponente Vélodrome, en la canalla noche de Marsella, donde sólo sobreviven quienes se dejan llevar por el ardor de su corazón.

Por eso no ganó Alemania. Porque es un conjunto exquisito, el que mejor fútbol quizá practica del mundo, aunque demasiado bondadoso en las dificultades. Aquel gen perverso que durante tantos años colgó de sus triunfos resulta difícil advertirlo en la selección de Löw. No hay tipos como el portero Schumacher dispuestos a romper dientes y vértebras como en el Mundial '82. Ni como Rummenigge, que hubiera preferido morir en el área antes que dejar escapar un balón de gol como Müller. Nombres que llenaron de dolor a una de las mejores generaciones de un fútbol francés que, esta vez sí, con la pasión como gran motor de su existencia, se cobró su particular venganza.

No merecía sin embargo el partido que la ventaja local fuera cobrada en un estúpido penalti cometido por Bastian Schweinsteiger. Qué cosas. Precisamente él, el capitán de la Mannschaft, un futbolista al que Joachim Löw concedió la titularidad pese a su maltrecha rodilla porque debía ofrecer «experiencia». Y fue justo lo contrario. El centrocampista del United, en el puesto de ancla que debía ocupar el lesionado Khedira, levantó la mano incomprensiblemente tras un córner que buscaba el menudo Evra, diez centímetros de altura menos que el alemán. Tras el impacto del balón en el brazo, el colegiado italiano Nicola Rizzoli, el mismo que en su día reconoció su error de obviar una jugada similar en la eliminación continental del Barcelona en el Calderón, se apresuró a acudir al punto de los once metros. De nada serviría la indignación de los alemanes, conscientes de que ese partido que tan bien habían gobernado se escurría en el crepúsculo del primer acto.

Y lo hacía porque en Francia habita un futbolista que ha decidido pasar a la historia de este torneo. Antoine Griezmann no tiene igual en su selección. No sólo explota sus características de definidor en carrera, sino que se ha atrevido a ser el gran capataz de un combinado con estrellas rimbombantes -como Paul Pogba- o con una gran influencia psíquica sobre el grupo como Matuidi. El delantero del Atlético ha encontrado su sitio, y cada uno de sus goles refuerza su ya indiscutible posición de poder.

Griezmann no dudó ni un instante en tomar el balón del penalti. No era día para resguardarse, sino para clavar a Francia en la final. Neuer, cuya presencia y leyenda bajo palos intimida a cualquiera, acabó volando al lado contrario. Justo el que le indicó el amago del delantero. El balón ya podía quedar alojado en la red y las voces volver a rescatar aquello de la particular justicia del fútbol.

Porque Francia se pasó prácticamente todo el partido resguardada tras los músculos de Matuidi, Sissoko y Pogba en el centro del campo, o agradeciendo que Umtiti siempre estuviera dispuesto al achique de espacios desde centro de la zaga. De hecho, su tremendo amanecer del partido, cuando zarandeó a Alemania sin compasión, ni mucho menos fue una declaración de intenciones. Fueron minutos que Neuer zanjó con una increíble mano a ras de suelo tras un tiro de Griezmann. A quien ningún alemán había logrado parar en su decidido avance hacia el área.

Inmediatamente después reclamó la pelota Kroos. Y se puso a jugar para pesar de los galos. El cuero ya podía desplazarse de un lado a otro con criterio e incluso Özil lograba por un rato sentirse importante. Por desgracia para Alemania, y lesionado Mario Gómez, como ariete quedaba Thomas Müller, cuya lamentable Eurocopa tardarán en olvidar en su país.

Francia, tras el penalti de Schweinsteiger, se sabía con todas las armas para retorcer el cuchillo en la segunda parte. Le bastaría con recular, con esperar a la presa. Ya llegarían las prisas. Pero también los nervios de jovencitos como Kimmich. El talentoso futbolista no supo cómo quitarse la pelota de encima, y Pogba, con la furia y la potencia que le hacen especial, rebañó el balón hasta colgarlo en el área. Neuer no acertó en el despeje y dejó morir la pelota en el área. Ahí donde esperaba Griezmann. El hombre que lleva ya seis goles. El hombre que vengó tantos años de desgracias a manos de Alemania. El que enseñó a sus rivales el verso de Rimbaud: «Bajo la hierba que impide la huida, la funesta derrota».