domingo, 22 de mayo de 2016

mayo 22, 2016


Lo primero que se debe decir es que ha sido la fe cristiana la que en la cultura occidental ha dado lugar al concepto de persona, su dignidad y su respeto. Por lo mismo, la Iglesia es la primera en defender todo lo que atañe a su dignidad y sus derechos. En lo referente a las personas con atracción homosexual, el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado en 1983, pedía su no discriminación ni su marginación dentro de la Iglesia; asimismo, exhortaba a que fueran tratadas con respeto y se buscara su inclusión en la vida eclesial. Pero al mismo tiempo, declaraba que los actos homosexuales eran intrínsecamente desordenados.

El pasado 17 de mayo, el Ejecutivo presentó una propuesta de reforma del artículo 4 de la Constitución, con el supuesto fin de “abrir espacios de respeto a la dignidad y de reconocimiento a los derechos de todos los mexicanos”. “Los católicos –como afirmó la Conferencia del Episcopado Mexicano–, valoramos todas las propuestas y acciones que promuevan el reconocimiento y protección de los derechos de todos y el deber que cada persona tiene de respetar la dignidad de los demás”. Sin embargo, las reformas anunciadas van mucho más allá de este loable fin y plantean un gran equívoco.

El Matrimonio, como institución, existía antes que la Iglesia, por lo que la opinión de ésta, respecto a la defensa del verdadero Matrimonio –que sólo puede darse entre un hombre y una mujer–, no pretende imponer sus dogmas a una sociedad cada vez más plural, sino expresar sus convicciones y preocupaciones en relación con la convivencia humana, y con la ética y moralidad de nuestras instituciones y sus leyes, por lo que no es posible que a la Iglesia se le sustraiga de un debate que afecta no sólo a sus fieles –en este caso la mayoría de los mexicanos–, sino al futuro de la sociedad y a su sano desarrollo.

Habiendo tantos problemas que tienen de rodillas al país –como el flagelo del narcotráfico y la violencia que genera; la inseguridad, que según una última encuesta afecta al 85 por ciento de los mexicanos; la desigualdad social, que mantiene a más de la mitad de la población en la pobreza, y la corrupción, que permea como la humedad sin que la clase política se atreva a legislar las reformas que exige la sociedad civil–, no es posible que el Gobierno de la República ponga como prioridad legislar sobre falsos derechos, que no se sostienen desde una base antropológica, y que minan los valores sociales y familiares sobre los que tradicionalmente se ha asentado la sociedad mexicana.

Una pregunta se hace inevitable: ¿verdaderamente esta iniciativa es para beneficio de los mexicanos? Ronda más bien la sospecha de que obedece a la presión internacional de lobbies minoritarios que, con sorprendente éxito, han venido imponiendo su agenda en occidente con la instrumentalización de la Organización de las Naciones Unidas, y apoyados por inmensos capitales, los mismos que financian el crimen del aborto y otras atrocidades.

Asimismo, causa una preocupación aún mayor que el titular del Ejecutivo haya instruido a la Secretaría de Educación Pública para que introduzca en la educación de los niños la destructiva y perversa ideología de género, que deforma la realidad antropológica y socava los valores fundamentales que históricamente han dado forma a la familia y a la sociedad mexicana. ¿Estarán de acuerdo los padres de familia en que se envenene a sus hijos con esta malsana ideología?

Pero provoca un mayor asombro la instrucción que el Presidente de la República dio a la Secretaría de Relaciones Exteriores para que México forme parte del Grupo Núcleo sobre las Personas Homosexuales, Lesbianas, Bisexuales, Transgénero, o Intersexuales de la ONU, y desde ahí promueva sus falsos derechos a escala internacional. ¿Estarán de acuerdo los mexicanos en que sus recursos tan escasos se dilapiden para apoyar agendas de lobbies destructores de los valores familiares y éticos?

El Papa Francisco, al recoger las reflexiones de los Padres sinodales en la Relación final del Sínodo de 2015, dejó en claro que “no existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el Matrimonio y la familia”. Y el Papa emérito Benedicto XVI advirtió en su momento: “Uno de los aspectos que pone en riesgo la realidad y la convivencia humana, proviene de las leyes o proyectos que, en nombre de la lucha contra la discriminación, atentan contra el fundamento biológico de la diferencia entre sexos”. (Desde la Fe)