lunes, 23 de mayo de 2016

mayo 23, 2016
Vittorio Zucconi / La Repubblica

Es el mismo viento del miedo y la ira el que sopla desde los Alpes hasta las Montañas Rocosas, y que está volviendo lo impensable pensable y posible lo imposible: que Trump pueda ser el próximo Presidente de los Estados Unidos.

Ahora que las encuestas confirman lo que algunos de nosotros temíamos desde el otoño pasado y ponen a Donald Trump en perfecta paridad con Hillary (según ABC News y el Washington Post); incluso dan a Trump ventaja sobre Clinton con un 46% frente al 44%. La naturaleza de su resistente ascenso es cada vez más clara: un voto, si atinamos, que no es una expresión de apoyo para él o para sus propuestas huecas e impracticables. Es un grito de rabia contra lo existente. Una rebelión que no se ha formado por lo que se quiere, sino por lo que ya no se quiere más.

El multimillonario neoyorquino empata o supera a  Clinton, según qué encuestadora. Sin embargo, seis de cada diez electores emiten un dictamen negativo sobre los dos.

Por debajo de la superficie de los sondeos generales, a seis meses de la votación del martes 8 de noviembre, persiste una curiosidad, el dato impresionante de la hostilidad que despiertan los dos contendientes. Seis de cada diez votantes tienen, sobre Hillary y Donald, una opinión negativa, una proporción jamás registrada por las encuestadoras desde que existen.

Trump y Clinton son las dos caras de la misma moneda, cada una imagen en espejo de la otra, con las connotaciones invertidas: Hillary es la cara del establishment, es la confirmación de lo existente. "The Donald" -lo dicen sus partidarios- es el cambio. Cualquiera que sea el riesgo que conlleve.

Por lo tanto, no es su fortaleza la que hincha sus velas, sino la debilidad de su oponente. Ella representa todo lo que millones de estadounidenses detestan (y no sólo los pobres o ignorantes): "el poder" de haberlos castigado, excluido o expuesto a la amenaza vital de la inmigración y las minorías, esa amenaza que está haciendo triunfar a la extrema derecha en Europa. Él es el "anti-poder" y ni siquiera la paradoja de que sea un multimillonario enriquecido gracias a la especulación inmobiliaria y la evasión fiscal disuade a aquellos que prefieren el salto a la oscuridad en vez del arduo caminar por el sendero de siempre.

Trump puede ganar porque es un formidable especialista en "marketing" que instintivamente siembra vientos de borrasca. Clinton puede perder porque va contra la marea y la novedad de ser la primera mujer en la historia de Estados Unidos con serias posibilidades de victoria, se ve debilitada por parecer, no la historia de mañana, sino la reedición de la historia de ayer.

En la democracia, el voto "en contra" es perfectamente legítimo y tan válido como un voto "a favor", y lo que escandaliza a un votante, moviliza a otro. Trump está haciendo, y con éxito, con la democracia estadounidense lo que desde hace años hace años hace con la economía: aprendió a usarla contra sí misma y trata a los ciudadanos como compradores y espectadores a los que hay que seducir. Clinton apela a la cansada, aburrida racionalidad de gobernar. Trump estimula la excitación del cambio, el deseo de enviar mensajes y señales. Por eso crece. La tentación de sumarse a la racha es fuerte. (Traducción de Libertad de Expresión Yucatán)