lunes, 4 de abril de 2016

abril 04, 2016
Gilberto Avilez Tax 

Los siguientes fragmentos de poemas son de dos poetas nacidos en distinto tiempo, distinto lugar y distinta sociedad. Uno, del memorable Arquíloco, nacido en el 645 ac, poeta famoso de la isla de Paros y consagrado por el polvo de los siglos y la antología palatina; y el otro, de un tal Sergio Salvador Vilax, poeta romántico y de todos los cruceros de la Península (la de Yucatán, obviamente), nacido en la década de los ochenta del siglo anterior, y famoso sólo entre el polvo de los caminos, trillos y senderos de las villas; así como en los congales de mala muerte y cantinas malolientes de los diversos pueblos y ranchos que nuestro bardo frecuenta en sus trashumancias de traficante de libros.


El fragmento de Arquíloco és este:

Si pudiera tocar la mano de esa muchacha

Que perdí para siempre.

Y éste es del maestro Vilax:

Si pudiera cortar la mano de esa zorra

que me ignoró desde siempre.

Sin menospreciar al eterno Arquíloco de Paros, y sin pecar de provinciano o de chapucero pueblerino, estoy convencido que el segundo fragmento de poema es de mejor versificación, con yambos más entonados, más interesante en todo lo que dice, que es mucho en sus breves líneas, y más circunspecto y exacto en usar el adjetivo zorril, a la hora de establecer cuentas a destiempo con los vestigios de los amores muertos de todas las vulpejas pueblerinas: amores fallidos y vueltos con posterioridad, inquina metafísica.