martes, 26 de abril de 2016

abril 26, 2016
GUBAREVICHI, Bielorrusia, 26 de abril.- En Bielorrusia, al borde de la zona de exclusión de Chernóbil y en la misma carretera que los carteles que advierten "¡Alto! Radiación", un ganadero ofreció a sus visitantes un vaso de leche recién ordeñada. Los periodistas de Associated Press rechazaron educadamente el ofrecimiento, pero enviaron una muestra embotellada a un laboratorio, que confirmó niveles de isótopos radiactivos a niveles 10 veces superiores al límite de seguridad alimentaria en el país.

El descubrimiento, la víspera del 30o aniversario de la peor catástrofe nuclear del mundo, muestra cómo las consecuencias de la explosión del 26 de abril de 1986 en una central nuclear de la vecina Ucrania siguen afectando a la vida en Bielorrusia.

El gobierno autoritario de este país agrícola parece decidido a volver a poner en uso tierras de labor que llevan tiempo inutilizadas, y en un país donde se aplasta la disidencia, cualquier objeción a la iniciativa es sutil.

Niño con cáncer en el Hospital de Minsk, foto de Paul Fusco en "Chernobyl Legacy" para Magnum, año 2000.

El ganadero Nikolai Chubenok, dice con orgullo que su rebaño de 50 vacas lecheras produce hasta dos toneladas de leche diarias para la planta local de Milkavita, que vende una marca de queso al estilo Parmesano vendida sobre todo en Rusia. Los responsables de Milkavita describieron los resultados de la prueba de laboratorio pagada por AP como "imposible", insistiendo en que sus propias pruebas indican que su suministro de leche contiene trazas de isótopos radiactivos muy por debajo de los niveles de seguridad.

Pero una visita a los límites de la Reserva Radioecológica Polesie, un territorio fantasma de dos mil 200 kilómetros cuadrados de 470 pueblos y ciudades abandonados, mostró un país poco preocupado por los isótopos de potencial cancerígeno que sigue habiendo en la tierra. Los granjeros dicen que la falta de mutaciones y otros problemas de salud evidentes indican que los problemas de Chernobil pueden considerarse historia.

"No hay peligro. ¿Cómo pueden tener miedo de la radiación?", dijo Chubenok, que produce leche desde 2014 en su granja a apenas 45 kilómetros (28 millas) de la central clausurada de Chernóbil, y a dos kilómetros (una milla) del linde de una zona que sigue oficialmente vedada a la habitación humana a tiempo completo. Chubenok dijo que espera poder multiplicar por dos el tamaño de su rebaño y empezar a producir queso en el lugar.

Su leche forma parte de la cadena de suministro de Milkavita para fabricar el queso Polesskiye, del que aproximadamente el 90 por ciento se vende en Rusia, y el resto en el país. El Banco Mundial identifica a Rusia como el principal mercado para las exportaciones alimentarias bielorrusas, que suponen el 15 por ciento de las exportaciones del país.

Desde que llegó al poder en 1994, el presidente Alexander Lukashenko -ex director de una granja propiedad del estado- ha detenido los programas de reubicación para gente que vive cerca de la zona de exclusión obligatoria e iniciado un plan a largo plazo para allanar pueblos vacíos y recuperarla tierra para cultivos y ganado. La explosión de Chernóbil forzó la reubicación de 138 mil bielorrusos que vivían más cerca de la planta, y otros 200 mil que vivían cerca se marcharon de forma voluntaria.

El doctor Yuri Bandazhevsky, uno de los médicos más críticos con la estrategia del gobierno para proteger al público de las consecuencias del desastre, fue destituido como director de un instituto de investigación bielorruso y encarcelado en 2001 por acusaciones de corrupción, unas acusaciones que según grupos internacionales de derechos tienen motivaciones políticas. Desde que obtuvo la libertad condicional en 2005 ha reanudado su investigación sobre los casos de cáncer relacionados con Chernobil con patrocinio de la Unión Europea.

Bandazhevsky, ahora instalado en Ucrania, dice no tener dudas sobre que Bielorrusia no está protegiendo a los ciudadanos de los elementos cancerígenos en la cadena alimentaria.

"Tenemos un desastre", dijo a AP en la capital ucraniana, Kiev. "En Bielorrusia, no hay protección de la población ante la exposición a la radiación. Al contrario, el gobierno intenta convencer a la gente de que no preste atención a la radiación, y se cultiva comida en zonas contaminadas y se envía a todo el país".

La muestra de leche analizada a instancias de AP respalda esta descripción.

El Centro de Higiene y Epidemiología de Minsk, gestionado por el estado, dijo haber encontrado estroncio-90 -un isótopo radiactivo relacionado con cáncer y problemas cardiovasculares- en cantidades 10 veces superiores a lo que permiten las regulaciones bielorrusas sobre seguridad alimentaria.

El Ministerio bielorruso de Agricultura afirma que los niveles de estroncio-90 no deben superar los 3.7 bequereles por kilo en comida y bebida. Los becquereles son una unidad de medición de radiactividad con reconocimiento internacional.

El laboratorio de Minsk informó a AP de que la muestra de leche contenía 37.5 becquereles. Al igual que el cesio-137, ese isótopo radiactivo se produce de forma habitual en la fisión nuclear y genera la mayor parte del calor y la radiación penetrante de los residuos nucleares. Cuando se consume, los científicos señalan que el estroncio-90 imita el comportamiento del calcio en el cuerpo humano, asentándose en los huesos.

Las autoridades sanitarias señalan que el peligro planteado por niveles bajos de isótopos radiactivos depende en gran parte del tiempo de exposición y de la fisiología de cada persona. En concreto, el bloque de libre comercio que incluye a Bielorrusia y Rusia permite niveles más altos de estroncio-90, de hasta 25 becquereles por kilo, lo que sigue estando por debajo de lo detectado en la prueba encargada por AP.

La cuestión es si hay alguien con autoridad en posición de identificar el nivel de riesgo real de alimentos de explotaciones en la frontera de la zona prohibida en Bielorrusia.

Ausrele Kesminiene, médico de la división de investigación sobre cáncer en la Organización Mundial de la Salud, señaló que el consumo de comida radiactiva se ha relacionado principalmente con el desarrollo de cáncer de tiroides. Por lo general, no es letal si se diagnostica pronto.

La OMS dijo depender de informes de agencias en Bielorrusia para alertar sobre zonas de concentración de cáncer y otros indicios de riesgos sin resolver relacionados con Chernóbil. La agencia no tiene autoridad para regular ni supervisar la seguridad alimentaria, señaló Gregory Hartl, portavoz de la OMS en Ginebra.

Los grupos ecologistas críticos con la gestión bielorrusa sobre las consecuencias del desastre en Chernóbil dijeron que la falta de alertas por parte del país no es sorprendente, ya que el gobierno no ha creado mecanismos para supervisar prácticas corruptas en la industria alimentaria. Como resultado, señalaron, ningún productor bielorruso de alimentos ha sido procesado nunca por utilizar ingredientes o producir artículos con niveles excesivos de materiales radiactivos.

La división del Ministerio bielorruso de Emergencias responsable de gestionar las consecuencias por la explosión nuclear señala que la tasa de cáncer de tiroides en niños es un 33 por ciento mayor que antes de la explosión. La tasa de cáncer de tiroides en adultos es varias veces mayor en los adultos que antes del suceso. (AP)

PRÍPIAT, Ucrania.- Hace 30 años, los operadores cometieron en la sala de control del reactor número cuatro de la Central Nuclear V.I. Lenin de Chernobil , una serie de errores fatales. La explosión subsiguiente aún arruina la tierra y muchas vidas

En la macilenta luz de una nevada mañana de primavera, los objetos dispersos por el suelo de una guardería abandonada hablan de otra época, antes de que los niños de Prípiat perdieran su inocencia. Sandalias y diminutas zapatillas de ballet. Figuritas de cartón de Lenin cuando era niño y de su etapa de dirigente juvenil, el equivalente soviético de los cromos de futbolistas. En la sala contigua, muñecas rotas y desnudas yacen en las camas donde los pequeños dormían la siesta. En la pared del gimnasio hay fotos de los niños haciendo ejercicio.

Un día de este mismo mes de hace 30 años, la vida en Prípiat llegó a un estremecedor final. Antes del alba del 26 de abril de 1986, a menos de tres kilómetros al sur de lo que entonces era una ciudad de 50,000 habitantes, el reactor número cuatro de la central nuclear de Chernóbil estalló. Treinta personas murieron a consecuencia de la explosión y del incendio, o resultaron expuestas a radiaciones letales. La estructura destruida ardió durante 10 días, contaminando 142,000 kilómetros cuadrados en el norte de Ucrania, el sur de Bielorrusia y la región rusa de Briansk. Fue el peor accidente nuclear que ha conocido el mundo.

La lluvia radiactiva, 400 veces superior a la radiactividad liberada en Hiroshima, expulsó a más de 300,000 personas de sus hogares y desencadenó una epidemia infantil de cáncer de tiroides. Con los años, las pérdidas económicas –costes sanitarios y de limpieza, indemnizaciones y pérdida de productividad– se han cifrado en cientos de miles de millones de euros. A medida que los errores y el secretismo del gobierno fueron saliendo a la luz, Chernobil (Chornobyl, como hoy se la conoce en la Ucrania independiente) incluso aceleró la desintegración de la Unión Soviética.

Los restos extremadamente radiactivos del reactor cuatro aún están bajo el «sarcófago», una deteriorada cripta de hormigón y acero construida a toda prisa después del accidente y que 20 años después amenazaba con desplomarse. Los trabajos para reemplazarlo se iniciaron hace 10 años: una estructura arqueada, del tamaño de un estadio, que se deslizaría sobre el sarcófago y lo cerraría herméticamente. Se espera que la estructura, aún sin finalizar, este completamente construida para 2017. El reactor quedará así fuera de la vista. Pero la gente de la región nunca lo borrará de su pensamiento, porque ante sus ojos aún se desarrolla una catástrofe a cámara lenta.

Los primeros cálculos de que habría decenas o incluso cientos de miles de muertos a consecuencia del accidente de Chernobil han sido desechados. Pero el daño genético producido hace 30 años se cobra lentamente sus víctimas. Nadie puede predecir los efectos definitivos, pero un informe fidedigno de 2005 calculaba que el polvorín de cáncer encendido por Chernobil se cobraría 4.000 vidas hasta la fecha. Aun así, los efectos más insidiosos de Chernobil podrían ser las heridas psicológicas sufridas por los que abandonaron un hogar malogrado y por los millones de personas que siguen viviendo en la zona contaminada. «Los efectos psicológicos son devastadores –dice Mijaíl Malko, físico en Minsk–. Muchas mujeres sienten que darán a luz bebés enfermos o hijos sin futuro.» (NatGeo. Leer más)

Bacterias mutantes

El biólogo español Mario Xavier Ruiz Gonzalez publicó un marzo de este año un artículo en la revista «Scientific reports» en el que presentaba a otro ser vivo que parece vivir mejor de lo previsto en Chernóbil: las bacterias. En concreto, encontraron a 20 tipos de bacterias que parecen haberse adaptado a vivir en ambientes sometidos a un nivel intermedio de radiación.

«Los efectos de la radiación sobre los seres vivos pueden quedar fácilmente enmascarados. La mayoría de las mutaciones que sufren no son letales y pueden permanecer escondidas. Además, las células (las bacterias incluidas) tienen sistemas de reparación para defenderse de estos errores imprevistos», explicó el investigador, para aclarar cómo pueden los seres vivos medrar en ambientes azotados por la radiación.

Entre otras cosas, se sabe que tanto plantas como microorganismos pueden favorecer la mutación de ciertos genes esenciales y relacionados con las condiciones desfavorables (estrés) que, en teoría, podrían dar lugar, con el paso de las generaciones, a plantas y bacterias más resistentes a la radiación. En relación con las bacterias resistentes, Ruiz González reconoció que el siguiente paso que querrían dar es buscar esos posibles mecanismos de defensa. (Gonzalo López Sánchez en ABC / Leer más)


La “zona” le cambió la vida, por Anne Marike Mergier, y otros textos relacionados