sábado, 16 de abril de 2016

abril 16, 2016
JAVIER ANSORENA / ABC

«Yo siempre escribo mis historias de la misma manera», explicaba Gay Talese hace dos años en una entrevista con este periódico. «Me pregunto quiénes son sus protagonistas, de dónde vienen, qué hicieron para llegar aquí. Y después qué pasó, y después qué pasó… Es todo lo que hay que hacer». El maestro del «nuevo periodismo» aplicó el mismo método durante 36 años con Gerald Foos, el dueño de un motel de carretera en Aurora, en Colorado.

Gay Talese. Enlace a Los años del linchamiento, de Elvira Lindo.

El resultado vio la luz recientemente en un artículo de dieciséis páginas en la revista «The New Yorker». Su publicación ha puesto a Talese en el centro de una polémica sobre los límites y la ética del periodismo: Foos era un «voyeur» que cada noche espiaba la vida sexual de sus huéspedes e incluso aseguró ser el testigo de un asesinato. Talese conoció su historia en 1980 a cambio de garantizarle la confidencialidad. Durante los siguientes quince años, hasta que vendió su motel, Foos continuó vulnerando la privacidad de quienes visitaban el motel. Talese, que mantuvo el contacto con el «voyeur», era consciente de ello. ¿Debió haberlo denunciado o hizo bien en mantener la confidencialidad de su protagonista?

Espía sexual

La primera noticia que Talese tuvo del «voyeur» fue el 7 de enero de 1980, cuando el periodista recibió una carta sin firmar en su domicilio de Nueva York. Alguien explicaba que llevaba más de una década espiando la actividad sexual de los huéspedes de un motel del que era propietario y que había comprado a tal efecto. Aseguraba que le movía una curiosidad casi científica y que no era un simple «voyeur perturbado». Sabía que Talese estaba preparando la publicación de «La mujer de tu prójimo» -un libro en el que el periodista exploró las tendencias sexuales del EE.UU.- y creía que el conocimiento adquirido con su voyeurismo podría serle de utilidad.

Talese y Foos concertaron una cita en Colorado. Al poco de encontrarse en el aeropuerto, Foos le entregó al periodista un documento que comprometía a Talese a no identificarle ni a él ni a su motel con cualquier información que le proporcionara. El periodista lo firmó.

En el corto trayecto del aeropuerto al hotel, Foos desparramó su historia sobre Talese, como un embalse al que abren las compuertas después de años estancado. A los nueve años, ya espiaba todas las noches a una tía que vivía en la casa de al lado. Lo hizo toda su adolescencia. Como oficinista en Aurora, se escapaba por las noches a colar su mirada en las casas de sus vecinos. Se casó con una enfermera que aceptó su voyeurismo. Juntos compraron un motel con el que pudo satisfacer su ansia de contemplar el sexo de otros.

Rejillas en los techos

Foos ofreció a Talese un recorrido por la obra a la que dedicó su vida. Instaló rejillas en los techos de las habitación, que parecían conductos para la ventilación, por las que observaba desde un doble techo al que tenía acceso (los moteles son en su mayoría de una planta), y por el que entraba de rodillas. Las rejillas daban a la habitación y al cuarto de baño. Talese le acompañó esa misma noche. Al lado de Foos, observó a una pareja practicando sexo oral.

El «voyeur» había iniciado esa práctica en 1966. Anotó cada pareja espiada, con comentarios sobre su actividad sexual, su origen, su edad, su comportamiento… Después de la visita de Talese, la correspondencia entre ambos se mantuvo durante años, y Foos le envió cientos de de páginas con los diarios de su voyeurismo e incluso con informes estadísticos anuales.

Uno de esos documentos complicó más todavía la relación de Talese con Foos. Varios años después de su visita, el «voyeur» le envió un paquete con todos los registros de sus espionajes hasta 1987. En una entrada de 1977, Foos aseguraba haber presenciado un asesinato: uno de sus huéspedes estranguló a su acompañante.

Vergüenza

Desde el principio, Talese pareció tener dudas sobre su participación en la trama. «Estaba avergonzado», escribe sobre la vez que compartió el doble techo con Foos. «¿Me había convertido en cómplice de ese proyecto extraño y repugnante?»

Pero su sentimiento de culpabilidad se profundizó al conocer el asesinato. Pasó noches en vela, debatiendo si debía contar la historia de Foos. «Estaba angustiado por sentirme como un co-conspirador», confiesa. Talese se convenció de que su conocimiento no aportaría nada a la investigación del crimen, que se había cerrado hace años y en la que Foos había colaborado (sin explicar lo que vio desde la rejilla).

El motel del voyeur

Foos vendió el motel en 1995. La artritis ya no le permitía arrastrarse de rodillas por el doble techo. En 2013, cuando creía que cualquier responsabilidad criminal sobre sus actos habría prescrito, dio a Talese el visto bueno para que publicase la historia. En julio saldrá a la venta un libro sobre el «motel del voyeur», del que el reportaje en «The New Yorker» es solo un anticipo.

Talese apunta en la revista que Foos ha recibido una comisión por el libro. El periodista se anotará un superventas con una gran historia, para la que, de alguna manera, consintió quince años de vulneración a la privacidad de miles de huéspedes de un motel de carretera. ¿Se le puede reprochar por ello?

Para Isaac Chotiner, de «Slate», el artículo es un ejemplo de «falta de ética periodística» en la que hay muchas víctimas a cambio de una historia «que no es un asunto de gran interés público». «Talese tenía la obligación como ciudadano de desvelar el comportamiento repulsivo, peligroso e ilegal de Foos, y no lo hizo», aseguró.

Lección para periodistas

«La principal lección para periodistas es tener cuidado cuando se hace una promesa», dijo Andrew Seaman, presidente del comité de ética de la Sociedad de Periodistas Profesionales, a «The Washington Post». En su opinión, tenía que haber negociado mejor la garantía de confidencialidad.

David Remnick, director de «The New Yorker», defendió que Talese no fue en ningún caso testigo del asesinato ni pudo hacer nada para su investigación y que el periodista «no violó ningún límite legal o ético».

También en «The Washington Post», Erik Wemple recordó que el anonimato de las fuentes es una práctica habitual en el periodismo, protegida por la jurisprudencia de EE.UU., y a la que los medios no van a renunciar por ninguna circunstancia.

Los huéspedes entre 1980 y 1995 del Manor House Motel -así se llamaba el establecimiento, demolido en 2014- sí tendrán un reproche que hacerle a Talese. El pasado fin de semana, el periodista fue a visitar a su fuente a su casa en Colorado, donde llevaba varios días encerrado por una avalancha de amenazas de muerte.