miércoles, 2 de marzo de 2016

marzo 02, 2016
MADRID, España, 2 de marzo.- Según la Policía de la ciudad paquistaní de Lahore, se trató de otro episodio más -casi rutinario- de los llamados “crímenes de honor”, aceptados por la legislación bajo ciertas circunstancias. El pasado fin de semana, Mohammad Rehmat acabó a tiros con la vida de su hija Komal Bibi, de 18 años, después de que esta se negara a decirle dónde había pasado “las cinco horas precedentes”.


El presunto asesino se dio a la fuga; pero aun en el caso de que Mohammad fuese detenido y procesado, le bastaría la referencia al “crimen de honor” para obtener fácilmente la liberación. Solo cuando está implicado un miembro de otra familia -por lo general el novio no aceptado por la familia de la chica- se requiere negociar una “suma de dinero compensatoria”. Una polémica disposición del derecho islámico, que tiene en Pakistán fuerza civil, prevé que los hombres que matan a mujeres de su familia para limpiar el “honor de su apellido” puedan escapar a toda condena si los parientes cercanos les perdonan, y eventualmente si pagan una indemnización a los afectados.

Los centenares de “crímenes de honor” que se registran cada año en Pakistán -la única potencia nuclear musulmana- explican el impacto del documental de la realizadora Sharmeen Obaid-Chinoy (“Una chica en el río: el precio del perdón”), que relata la historia de una joven que escapó a un crimen de esa naturaleza. El corto recibió el Oscar al mejor documental en la ceremonia de Hollywood del domingo pasado. Obaid-Chinoy se reunió hace poco con el primer ministro paquistaní, Nawaz Sharif, que se manifestó “emocionado” tras haber visto el documental, y calificó la práctica de los “crímenes de honor” como “degradante”.

Esa letanía es constante en los jefes de gobierno paquistaníes desde la era de la dictadura militar, y ninguno se atreve a neutralizar la legislación basada en la Sharía, la ley islámica, y en costumbres ancestrales. La actitud timorata de los políticos paquistaníes recuerda la respuesta -ya clásica- que en 1842 dio el comandante de las fuerzas británicas en la India, Charles Napier, cuando las autoridades religiosas locales protestaron contra la prohibición de la costumbre hindú de quemar vivas a las esposas que quedaban viudas. Napier contestó: “Mi nación también tiene una costumbre. Cuando los hombres queman a las mujeres, los ahorcamos y confiscamos todos sus bienes...Actuemos todos conforme a nuestras costumbres nacionales”. (Francisco de Andrés / ABC)