miércoles, 13 de enero de 2016

enero 13, 2016
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Orgullo. Hacía mucho tiempo que don Chinguetas no tenía sexo con su mujer. Fueron al cine, y en una tórrida escena de la película se vio cómo el actor le hacía apasionadamente el amor a la protagonista. Le preguntó doña Macalota a su incumplido esposo: “¿Por qué no haces tú lo mismo?”. Respondió secamente don Chinguetas: “A él le pagan”. Astatrasio Garrajarra, ebrio consuetudinario, llegó a su casa en horas de la madrugada, con una pea de órdago. Hizo tanto ruido que despertó a su cónyuge. “¿Qué haces?” -le preguntó desde la alcoba la mujer. Respondió el beodo con tartajosa voz: “Estoy tratando de subir un barril de cerveza por la escalera”. Le dijo la señora: “Vas a despertar a todo el vecindario. Espera a que sea de día para subir ese barril”. Replicó el temulento: “No puedo esperar. Ya me lo tomé”. ¿Por qué muchas novias sonríen el día de su boda? Saben que ya no tendrán que esforzarse en el renglón del sexo. 

Miriam Cárdenas Cantú y Gregorio Pérez Mata. (Foto: Vanguardia/Héctor García)

Al viejo profesor lo hace feliz el buen suceso de quienes fueron sus alumnos. Hace unos días el licenciado Gregorio Pérez Mata terminó entre felicitaciones y reconocimientos su gestión como Presidente del Tribunal Superior de Justicia del Estado, y del Consejo de la Judicatura de Coahuila. Lo sustituyó en el cargo, con unánime aceptación, la licenciada Miriam Cárdenas Cantú. Los dos fueron estudiantes míos, ambos de dieces, como se dice para significar a quienes fueron alumnos destacados. Gregorio era un muchacho serio, entregado del todo a sus estudios, lector ávido y dueño desde joven de una vasta cultura general. Todo eso sirvió para hacer de él no sólo un brillante jurista, sino también un hombre digno y probo. Miriam era una bella chica llena de inquietudes, inteligente y empeñosa, con un gran espíritu de superación, pues desde niña aprendió en su casa el valor del trabajo y la constancia. Ahora es una mujer talentosa que conoce a cabalidad el derecho y lo ha ejercido siempre con sapiencia e integridad. Su gestión al frente del máximo órgano de justicia de Coahuila redundará, estoy cierto, en bien para el Estado. Gregorio, ayer mi alumno, hoy mi amigo, puede estar satisfecho con la labor que realizó, caracterizada siempre por la probidad y la eficiencia. Yo, por mi parte, siento la ufanía de quien puso quizás en el espíritu de sus estudiantes un poco de su propio espíritu. Siempre he creído que así como un solo libro puede justificar toda la vida de un escritor, o la de un pintor un solo cuadro, un solo alumno bien logrado justifica la vida de un educador. Muchos de los que pasaron por mis aulas se han distinguido como mujeres y hombres de bien y de provecho. ¿Pecaré de orgullo si me atrevo a pensar que en lo que ellos son ahora hay algo de lo que ayer yo fui? Felicitaciones a Miriam y a Gregorio, y gracias por haber dado a su maestro un justo motivo de ufanía. Maritornia, la sirvienta de doña Panoplia, le comunicó a su patrona que estaba embarazada por octava vez. “¡Mano Poderosa! ¡Supremos Poderes! -profirió la señora, que gustaba de invocar lo mismo a las potencias del Cielo que a las terrenales-. Y dime, desdichada: ¿quién es el responsable de tu nueva preñez?”. “El mismo de siempre, señito -respondió la fámula-. Pitóforo”. “Pero, mujer -la amonestó doña Panoplia-. Ya tienes siete hijos con ese hombre, más el que esperas ahora. ¿Por qué no te casas con él?”. “¿Casarme con Pitóforo? -exclamó Maritornia-. ¡Ay, señora, si ni me gusta!”. Ovonio, marido desobligado y poltrón, le pidió a su esposa: “Dame un café”. Preguntó ella: “¿Con qué?”. “Con leche” -respondió el haragán. “¡No, cabrísimo grandón! -bufó la mujer-. ¿Con qué?”. Y al decir eso hizo con los dedos el signo del dinero.Sigue ahora un cuento que los moralistas no deberían leer. Aquel señor tuvo un accidente de automóvil, a consecuencia del cual sufrió una herida que le partió los labios. El cirujano plástico le hizo un injerto de piel que tomó de las pompas de su esposa (de la esposa del paciente, quiero decir). El implante tuvo éxito, tanto que no quedó ninguna huella de la herida. “Estuvo muy bien la operación -reconocía el hombre-. Pero ahora cada vez que tengo una erección los labios se me esconden”. (No le entendí). FIN.