GIANLUCA DI FEO / L'Espresso
¿De veras Hitler murió en el búnker? Un túnel en que sólo una persona puede caminar apoyándose, el segmento final para completar un rompecabezas de pasajes subterráneos. Y tratar de encontrar una llave oculta para reabrir el misterio del siglo XX, que ha resistido intacto setenta años. Porque ni la tecnología de punta ha podido ofrecer una sola prueba objetiva de la muerte de Adolfo Hitler.
Los historiadores tienen pocas dudas. Para ellos, el Führer se suicidó el 30 de abril de 1945 en el búnker de la Cancillería, de un balazo en la cabeza y tal vez una dosis de veneno. Cualquier testimonio directo del epílogo, si es que es verdadero, ha desaparecido en el apocalipsis del Tercer Reich: restan sólo relatos de segunda mano o de personas de dudosa credibilidad. Nada que permita a un juez actual certificar la defuncuón.
Thomas J. Dodd, jefe de la delegación estadounidense en los juicios de Nuremberg, utilizó palabras claras: "Nadie puede decir con certeza que Hitler está muerto." Hay un vacío de pruebas, científicas y fotográficas: los presuntos restos del dictador y de la mujer con la que se había casado la víspera del final fueron incinerados y dispersados por la KGB en 1970. Veintitrés años después, en los archivos de Estado de Moscú aparecieron dos fragmentos de cráneo que, según las pruebas de ADN realizadas en laboratorios estadounidenses, en 2009, son de una joven de edad compatible con Eva Braun.
Los restos de cráneo están perforados por una bala, mientras que las historias sobre el bunker siempre han hablado de envenenamiento. Los documentos desclasificados no arrojan luz, sino oscurecen más el enigma. Los archivos estadounidenses desclasificados hace un año están llenos de informes del FBI, entregados personalmente a Edgar Hoover, que señalan la presencia del Führer en diferentes países. Como si los detectives federales, monopolistas de la inteligencia de Estados Unidos después de la guerra, hubiesen creído la respuesta de Stalin, un rotundo "no" durante la Conferencia de Potsdam a la pregunta directa del presidente Truman: "¿Está muerto Hitler?".
Desde entonces decenas de ensayistas y novelistas de valor diverso han escrito sobre la hipótesis de una odisea nazi hacia un escondite remoto donde esperarían el resurgimiento de la locura aria. Para abordar el tema con un enfoque diferente, está el proyecto encargado por History Channel. En lugar de confiar la investigación a un grupo de académicos, el canal de documentales envió un equipo de investigadores de última generación, dirigidos por una leyenda de la CIA: Robert Baer, quien es la inspiración del agente interpretado por George Clooney en "Syriana".
Un veterano todavía activo: su última misión fue en Beirut, investigando el asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri, por encargo del Tribunal Especial del Líbano. John Cencich, en cambio, es un experto en investigaciones científicas y dirigió la investigación internacional que llevó al proceso del presidente serbio Slobodan Milosevic en La Haya. Junto a ello, Tim Kennedy, un sargento estadounidense que participó en las misiones de las fuerzas especiales en Afganistán para encontrar el refugio de Osama Bin Laden y en Irak para capturar a Zarqawi. Un equipo pragmático que contó con especialistas para hacer frente a cada tarea: los periodistas de investigación británicos, israelíes cazadores de criminales, académicos argentinos especializados en las comunidades alemanas en su país e investigadores españoles para esclarecer la relación entre Franco y el Reich.
El trabajo de este equipo duró un año, con un presupuesto de varios millones de dólares y empleo de instrumentos de alta tecnología, desde aviones no tripulados a geo-radaesr: equipos y recursos que los investigadores académicos difícilmente pueden obtener. El resultado es un larguísimo documental, "Hunting Hitler", ocho episodios de una hora que emitirá History channel desde el lunes 26 de octubre. La trama televisiva es altamente dinámica, con el ritmo de las grandes películas de acción. Ciertamente demasiado "movida" para producir un consenso entre los historiadores, pero ciertamente no es un producto dedicado a un nicho de mercado; es una inversión para captar un público amplio.