Eduardo Ibarra Aguirre / Utopía 1565 / 31-VII-15
A las cinco horas el par de niños, de 11 y 10 años de edad, comenzaban su jornada con la venta de El Noticiero, diario de Matamoros, Tamaulipas. 12 horas más tarde voceaban El Gráfico. Y entre uno y otro, promovían La Prensa y el Esto capitalinos.
Vendían publicaciones diarias para contribuir al gasto familiar, donde la jefa de familia, doña Graciela, enviudó a los 37 años de edad con nueve descendientes.
Muerto don Catarino, el cuñado de doña Graciela (Francisco) y la esposa de éste (María de Jesús) se ocuparon de hacerle la vida imposible y explotarla. Ella se fue a trabajar de afanadora doméstica, indocumentada, a la entonces bellísima isla del Padre, Texas.
Quino y Quico terminaron en Parras, Coahuila, en la casa de la abuela Anita. Manuel quedó bajo resguardo de los tíos Francisco y María de Jesús, mejor conocida como Jesusita, y más exactamente como La tía Chucha.
“El buen resguardo” consistía en que Manuel, el mayor de los varones Ibarra Aguirre, fuera sometido a pesadas jornadas de trabajo y sin goce de sueldo.
En la zona de tolerancia de la fronteriza ciudad, Manuel se ocupaba con el señor Pacheco, así le decían al marido de Miana, la hermana mayor, de recolectar los lunes las abundantes monedas de las sinfonolas que eran propiedad de Francisco, el mayor de los tres Ibarra Torres.
Un mal día Quico, el séptimo de los nueve huérfanos, ya de regreso de Parras, escuchó la forma altanera, autoritaria, en que Francisco amenazaba a su hermano, Manuel. La torpeza para desplazarse y la rigidez de los dedos mayores de la mano derecha no fueron obstáculo para que con una tabla gruesa y la lengua viperina amenazara:
–Hijo de la chingada…
–¿Por qué le va a pegar mi hermano? –Interrogó, acusó el niño de 11 años.
–A ti qué chingaos te importa –amenazó Pancho.
–¡Me importa porque es mi hermano mayor, tío –respondió, o mejor dicho así lo recuerda.
–Tú no te metas, hijo de la chingada...
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Muy lejos es un relato del libro Remembranzas, de Eduardo Ibarra Aguirre. |
La insolente amenaza de Pancho, respaldada por tremenda tabla, una persecución que provocaba pánico en el rostro de Manuel, llevó a su hermano Quico a sacar fuerza de quien sabe dónde y encarar al energúmeno que se disponía a lacerar el cuerpo infantil.