SARAJEVO, Bosnia y Herzegovina, 6 de junio.- El Papa llevó ayer a Sarajevo un mensaje de paz y de reconciliación. Se convirtió así en embajador de la cultura del encuentro y del diálogo ecuménico en un país golpeado brutalmente por la guerra. Sus palabras buscaron, por un lado, arrojar la esperanza que algunos perdieron en el conflicto, junto a sus familiares y pertenencias, y por otro, sanar las heridas que muchos conservan. Según manifestó, la «Jerusalén de Europa», como muchos llaman a Sarajevo, puede servir de modelo de libertad, convivencia y respeto para el resto del mundo.
Los católicos, que desde los años 90 han descendido de los 800,000 a los 400,000 fieles y son una minoría, abarrotaron las calles para recibir a Francisco. A ellos se sumaron muchos de las demás confesiones religiosas del país: musulmanes, ortodoxos y judíos. De hecho, a su llegada al aeropuerto de Sarajevo, fue recibido por los tres miembros de la presidencia de Bosnia Herzegovina, que rota cada ocho meses con el fin de mantener la neutralidad y el equilibrio político y social.
El país que perteneció a la antigua Yugoslavia posee 3,8 millones de habitantes, de los que el 40% son musulmanes bosnios, otro 40% ortodoxos serbios y un 15% católicos croatas.
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El Papa Francisco durante la misa en el estadio de Sarajevo. (AP) |
En el encuentro que mantuvo por la mañana con las autoridades del país, Francisco puso Sarajevo como modelo para Europa y el resto del mundo. Subrayó que la ciudad, así como Bosnia y Herzegovina, «tienen un significado especial para Europa y el mundo entero», y añadió que «en estos territorios hay comunidades que, desde hace siglos, profesan religiones diferentes y pertenecen a etnias y culturas distintas». Algo que, sin embargo, «no ha sido obstáculo para que durante mucho tiempo hayan tenido relaciones de mutua amistad y cordialidad».