NÁPOLES, 22 de marzo.- Es la primera vez en la historia. No sucedió ni con Juan Pablo II ni con Benedicto XVI. Durante la visita de Papa Francisco a la Catedral de Nápoles se verificó en vía extraordinaria el «prodigio» de la licuefacción de la sangre de San Genaro, que normalmente se repite durante su fiesta, el 19 de septiembre, un sábado antes, el primer domingo de mayo y el 16 de diciembre. La sangre no se había licuado durante las visitas de Juan Pablo II ni de Benedicto XVI.
El Pontífice tomó entre sus manos la ampolla de la reliquia con la sangre de San Gennaro, expuesta en el altar. El cardenal Sepe exclamó: «El signo de que San Gennaro quiere a Papa Francisco: su sangre se licuó a medias». Al escuchar las palabras del cardenal de Nápoles, Papa Francisco dijo, medio en broma y medio serio: «El santo nos quiere a medias: ¡tenemos que convertirnos del todo!».
Pocos minutos antes, el Pontífice dijo que no iba a leer el discurso que había preparado para el encuentro con el clero de la ciudad y contó sus experiencias personales para recomendar la adoración y la oración de María: «Siempre hay que partir de Jesús y de la Virgen», exhortó el Papa, además de condenar los negocios en la Iglesia, el «terrorismo de los chismes» y el apego al dinero en los sacerdotes y religiosas.
Papa Francisco pronunció una larga reflexión ante los sacerdotes, monjas y religiosas, indicando una serie de testimonios y contra-testimonios que los consagrados pueden mostrar al Pueblo de Dios, incluido el «espíritu de pobreza». También contó una anécdota de su «diócesis anterior». «Yo recuerdo a una gran religiosa, buena mujer, una gran administradora, que hacía bien su oficio, pero tenía el corazón apegado al dinero. Seleccionaba a la gente, incosncientemente, según el dinero que tenía: “Este me gusta más, tiene mucho dinero”. Era la administradora de un colegio importante», un buen colegio, recordó. La vivienda de las religiosas que se ocupaban del mismo se encontraba en un edificio viejo y lo reestructuraron, pero fue demasiado. «Pusieron una tele en cada habitación –dijo–, y claro, cuando era la hora de la telenovela, no encontrabas a ninguna monja en el colegio».