martes, 15 de diciembre de 2015

diciembre 15, 2015
Carlos Loret de Mola Álvarez / Historias de reportero

En la recta final del sexenio pasado, el gabinete de seguridad del presidente Felipe Calderón estaba peleado. Quizá el verbo “pelear” es benevolente para lo que sucedía ahí dentro: los que no se odiaban en secreto, se acusaban frente a su jefe de tener nexos con el crimen organizado.
Cuando estaban por dejar el gobierno, vivían confrontados los secretarios de Defensa y Marina, el de Marina y el de Seguridad Pública, el de Seguridad Pública y la de PGR, la de PGR y el de Defensa… y nadie hacía caso al de Gobernación.

La desconfianza impedía el trabajo coordinado, tan indispensable para alcanzar resultados.


Así que una de las cosas que más presumieron los integrantes del gabinete del presidente Enrique Peña Nieto cuando tomó posesión fue que ellos sí se llevaban bien y se coordinaban.

Ya no se puede afirmar eso con tanta contundencia.

Tras los primeros dos años, dos piezas parecían no correr al mismo ritmo. Hubo roces, diferencias, expresiones de molestia. Salieron Manuel Mondragón de la Comisión Nacional de Seguridad y Jesús Murillo Karam de la PGR.

Pero la luna de miel no se recompuso. En cambio, las fracturas empiezan a exhibirse. Y no son menores.
El pleito cumbre en boga tiene como protagonistas al secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong, y a la procuradora General de la República, Arely Gómez.

Según me han revelado distintas fuentes, en Gobernación se quejan de que la PGR no comparte la adrenalina del gabinete, que no opera con velocidad, que no avanza en los asuntos; mientras que en PGR se molestan porque sienten que les quieren tirar línea, buscando vulnerar su autonomía.

Me explican que los escándalos de la investigación por la fuga del Chapo Guzmán y de la solicitud de orden de aprehensión contra el (ex) subsecretario Arturo Escobar han tensado todavía más las relaciones entre los titulares.

Este encontronazo es el comentario de moda, incluso superando a la añeja rivalidad entre los secretarios de Gobernación y Hacienda, quienes desde la campaña presidencial de Peña Nieto ya disputaban cercanía, poder y aspiraciones. La competencia era tan obvia y conocida que les obligó a guardar mucho más las formas y establecer, por lo menos hasta hace unos meses, un carril de comunicación y coordinación que no minara a su jefe y amigo, el presidente.

Es previsible que las tensiones crezcan mientras el gobierno no salga del atorón en el que ha operado desde hace año y medio. Y crezcan más, conforme se caliente la sucesión presidencial del 2018.