domingo, 27 de diciembre de 2015

diciembre 27, 2015
Publicado el 25 de diciembre por Jorge Ramos Ávalos, copresentador del Noticiero Univision


Estamos atorados. Es casi medianoche y hay más aviones llegando al aeropuerto de la ciudad de México que puertas para recibirlos. Esperamos media hora en un avión que no se mueve, otra media hora en un camioncito que no llega a ninguna parte y una hora más haciendo fila y pasando migración y la aduana. Aprieto un botón. Es verde. Oigo: “Pase”. Hace frío y es de madrugada pero no importa. Ya llegué.

Más que otros años, me urgía regresar a México. Aunque fuera un ratito. A ver a mi mamá, a mis hermanos y a la ciudad que dejé hace casi 33 años. La nostalgia empieza por la boca. Me atasco de tacos al pastor, de huevos a la mexicana, de caldo de camarón, de churrumais, de galletas Marías con mantequilla de La Abuelita, de leche fría con Chocomilk, el de Pancho Pantera. Era mi menú de niño. Hoy es el comfort food del que regresa (aunque duela la panza).

Es, también, mi madeleine. Esos olores y sabores me regresan a un México que ya no existe pero que traigo arado como rayitas en mi memoria. Proust a la mexicana. Las pláticas están salpicadas de qué fue de fulano y de zutano, o de quién vive ahora en nuestra casa. Sí, nuestra casa.

Uno de mis hermanos saca una foto de su celular. Ahora nuestra casa está pintada de amarillo y alguien mandó cortar el árbol de la entrada. Nuestra casa es, desde luego, donde crecí por casi dos décadas –en Bosque de Echegaray en el estado de México– y que dos décadas atrás vendieron mis papás. Pero esa es la casa que mi alma –cualquier cosa que eso sea– reconoce como propia, no la otra veintena de casas y apartamentos que, como un nómada digital, he habitado en Estados Unidos.

Los que podemos, regresamos a nuestra casa (donde quiera que esté, al menos una vez al año). De preferencia en navidad y año nuevo. Esta vez, quizás, muchos regresan con más alegría que antes porque Donald Trump nos quiere hacer la vida imposible a los inmigrantes en Estados Unidos. Su mensaje de odio se ha extendido en las encuestas, en las redes sociales y en las bocas amargas que ahora se sienten con la libertad de insultar igual que el del copetón.

Yo voy y vengo. Mi vida –ese tinglado compuesto por hijos, trabajo, sueños, inversiones y amores– está bien anclada en Miami. Miami –una generosa y cambiante ciudad poblada en gran medida por gente que no nació ahí– es mi segundo hogar. A los hispanos en Miami, dice un buen amigo, nos tratan como a ciudadanos de primera. Es cierto. Nadie se siente extranjero en Mayami.

Pero muchos mexicanos ya se cansaron. Se cansaron en Chicago y en Houston y en Los Angeles y en Puebla York de chambear y chambear por años y de seguir igual de lejos del sueño americano -esa mezcla de casa bonita, trabajo decente, buena escuela para los niños y la promesa de que mañana las cosas van a ser mejor. Y por eso se están regresando a México para no volver.

Por primera vez desde la salvaje operación Wetback en 1954, más mexicanos se están yendo de Estados Unidos que los que están llegando. Del 2009 al 2014 se regresó un millón de mexicanos a México, según el centro Pew, y solo vinieron 870 mil mexicanos a Estados Unidos. Es decir, ahora hay 130 mil mexicanos menos en Estados Unidos.

Trump está muy equivocado. No hay una invasión mexicana a Estados Unidos. Al contrario, los mexicanos están diciendo bye bye. Pero Trump, es de todos sabido, usa el miedo para ganar votos.

A pesar de la narcoviolencia en México, de la corrupción oficial y de un presidente que sigue escondido, muchos inmigrantes están regresándose a México. ¿Por qué? Por falta de oportunidades económicas en Estados Unidos, por un creciente clima antiinmigrante y por las deportaciones. Y también porque en México no hay ni Trump ni terrorismo.

Me trepo a otro avión y, una vez más, me siento dividido. Dejo a unos en México pero otros me esperan en Miami. Y me doy cuenta de que, en el fondo, soy de muchas casas y de muchos lugares. Así nos toca a los inmigrantes. De pronto, recuerdo a Isabel Allende y me tranquilizo. No hay que escoger entre un país y otro, me dijo, se puede ser de los dos. Cierro los ojos y trato de hacer la paz conmigo mismo mientras el avión, suave pero inevitablemente, se levanta.

Nota de Univision Noticias: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.