jueves, 10 de diciembre de 2015

diciembre 10, 2015
Carlos Loret de Mola Álvarez / Historias de reportero

Hace tres de domingos visité en Nueva York el museo de los atentados del 11 de septiembre contra las torres gemelas y el Pentágono. La experiencia derrumba.

Con una de las museografías más atractivas y eficaces que me ha tocado presenciar y una arquitectura de premio, el turista puede detenerse, por ejemplo, frente a un trozo de acero retorcido que mide tres pisos de altura y que fue el punto exacto donde se estrelló contra la torre uno de los aviones secuestrados por la red terrorista Al Qaeda; escuchar las llamadas de amor y de emergencia que hicieron las víctimas desde sus oficinas o desde las aeronaves capturadas; explorar algunos objetos personales de los 3 mil muertos y leer la transcripción de la lucha dentro de la cabina de pilotos del cuarto avión, el que terminó estrellándose contra el pasto rural porque los pasajeros decidieron impedir que se lanzara contra el Capitolio y enfrentarse a los criminales.


Después de una sacudida sentimental, al final de la ruta sugerida, el National September 11 Memorial Museum aborda lo político: qué es Al Qaeda, cómo se planearon los ataques, cómo reaccionó el gobierno. Me dejó la sensación de una forzada justificación para tratar de convencer de que la CIA tenía en la mira a la red terrorista y que la administración Bush respondió rápida y eficientemente. Justo lo contrario de lo que concluyeron la gran mayoría de los analistas.

Al Qaeda ya no es la principal amenaza terrorista de Estados Unidos. Una mucho más sofisticada, más peligrosa y que podría resultar más letal se ha gestado en los últimos años: el grupo Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS, por sus siglas en inglés).

Tras los atentados en París, el gobierno francés reaccionó como la parte final del museo: trató de justificarse diciendo que todos los atacantes estaban fichados como “peligrosos por radicalización” por sus órganos de inteligencia; pero también lo estaban otras 11 mil personas. Y eso de nada sirve, porque no hay Estado que pueda vigilar estrechamente a 11 mil de sus ciudadanos.

Según me han revelado fuentes indudables, los más altos oficiales de la CIA admiten off the record que Estado Islámico es un enemigo al que no han podido diagnosticar ni entienden cómo combatir. No saben dónde se esconden sus líderes, no alcanzan a detectar todos sus brazos reclutadores en Occidente, no conocen sus planes de ataque ni han logrado diseñar un plan para desactivar a los ciudadanos de países occidentales que profesan la religión musulmana, se han enlistado en el grupo terrorista y tienen en la mira a sus propias naciones. San Bernardino lo confirma.

De lo poco que tienen pistas, dicen, es de dónde está llegando el dinero a: la recolección de impuestos en el territorio que dominan, el petróleo que explotan y comercializan en el mercado negro, y la transferencia de fondos de multimillonarios de Arabia Saudita… ¡pero este país es parte de la coalición contra Estado Islámico!

La mentada coalición está llena de intereses íntimos: todos quieren que pierda el mismo, pero cada quien quiere que gane uno diferente.