martes, 24 de noviembre de 2015

noviembre 24, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Antes de decirme lo que me dijo pronunció una frase cursi, aquélla de "en el corazón no se manda". Luego me pidió perdón. Pensé en el verdugo de Inglaterra, que cuando iba a cortarle la cabeza a un condenado se arrodillaba ante él y le pedía que lo perdonara. Yo respondí no sé qué, y luego la vi irse con el mismo paso ligero y cadencioso con que llegó a mi vida. No intenté detenerla. ¿Quién puede detener a la vida que se va? O, si me pongo melodramático, ¿quién puede detener a la muerte que llega? Ella era mi vida; al dejarme me dejó muerto. Y sin embargo en aquel momento lo que más sentí no fue oír de sus labios que ya no me quería: me preocupó que la gente que estaba alrededor se hubiera dado cuenta de lo que me sucedía. Siempre he tenido miedo del ridículo; doy mucha importancia a la opinión de los demás. Volví la vista a todos lados. Nadie parecía haberse percatado de que el mundo se había acabado para mí. Todos seguían en sus conversaciones, en sus risas. Pedí otro café. Sus palabras me daban vuelta en la cabeza como moscas: "En el corazón no se manda". Estaba destrozado, pero no podía evitar el disgusto que me causaba aquella frase tan manida. Recordé al amigo que me dijo una vez: "Tu problema es que llevas contigo demasiada literatura". Quizá era cierto: en aquel momento sus palabras me mortificaban más que su ausencia. Pensé: quizá merezca su abandono, pero esa frase no la merezco. Sentí el impulso de reír por tan ridículo prurito de escritor: pensaba, más que en la tragedia que me destruía, en la forma con que me fue anunciada. Literatura; todo literatura. Aquella tarde tuve que empezar a vivir sin la vida que ella me había dado. Su abandono me pesaba como si a lo largo del día -de los días- fuera cargando un muerto. El muerto era yo mismo. La había amado mucho y -estoy seguro- ella también a mí. Alguien dirá que pecamos, pues en su vida había un hombre, y una mujer en la mía. Pero si pecamos lo hicimos con inocencia. El amor es como el bautismo: borra todos los pecados. Éramos un par de animalito que jugueteábamos gozosamente en el paraíso terrenal sin pensar en nada, sin pensar en nadie. Nos sentíamos los primeros amantes del mundo. Nadie antes que nosotros; nadie después. Ya no estábamos perdidos: en cada encuentro nos encontrábamos. Cada tarde el mundo era creado para nosotros solos. Yo era yo nada más cuando estaba con ella. Cuando estaba en ella. Un día dejó de amarme. Quizá ella misma no supo cuándo, ni por qué. Su amor se volvió nada. Cuando aquella tarde me lo dijo yo también me volví nada. Mi vida quedó sin vida. Me volví el fantasma de un fantasma. Mi mujer me preguntaba: "¿Estás enfermo?". Yo respondía que no. Decía para mí: "Estoy muerto". Pasó un año. Una tarde la encontré por casualidad. Nos saludamos como dos viejos amigos. "¿Tomamos un café?" -le dije. Ella vaciló. "Por los viejos tiempos" -sonreí para evitar que ella advirtiera el tono esperanzado de mi voz. Charlamos de cosas intrascendentes. "¿Cómo te ha ido?". "Bien". "¿Tu marido? ¿Tus hijos?". "Bien, también". Quise decir: "¿Te acuerdas?". Pero no lo dije. Ella miró el reloj. Pedí la cuenta. Nos despedimos en la calle. Me tendió la mano al tiempo que miraba hacia otro lado para ver si venía un taxi. "Que estés muy bien" -me dijo. Respondí: "Me dio mucho gusto verte". Contestó: "Igual". Detuvo un taxi que pasaba y se marchó sin volver la vista. Fui a mi coche y eché por la carretera. Sentía el deseo de escapar de la ciudad, de escapar de la vida. Aumenté la velocidad. La aguja en el tablero marcaba 180 kilómetros por hora. Apenas alcancé a ver las letras: "Curva peligrosa". Más allá, el precipicio. Si yo hubiera sido yo, aquí habría acabado el relato. Pero yo ya era otro. Reduje entonces la velocidad, como hace un conductor prudente. En el primer retorno di la vuelta y regresé a mi vida de todos los días, a mi mundo de todos los días, a mis días de todos los días. Hoy -¿qué fue de mí, por Dios?- ya no la quiero. A veces ni siquiera la recuerdo. "En el corazón no se manda".Y si alguna vez me acuerdo, como ahora, es porque me da flojera olvidar. FIN.