martes, 10 de noviembre de 2015

noviembre 10, 2015
Por considerarlos como sus más fieles aliados en la investigación, protección y difusión del patrimonio arqueológico en la vasta Zona Puuc de la Península de Yucatán, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y la comunidad de arqueólogos abocados a esta región rindieron ayer un merecido homenaje a la “Brigada Volante” en Oxkutzcab, su centro de operación.

Pedro Francisco Sánchez Nava, coordinador nacional de Arqueología, y Eduardo López Calzada, director del Centro INAH-Yucatán, resaltaron: Si es cuestión de remitirse a cifras, el trabajo de Mario Magaña y Pedro Góngora —pilares de la brigada, a quienes se les entregó un diploma por su actividad— es llanamente una proeza: la prospección de un área (comprendida entre Yucatán, Campeche y Quintana Roo) calculada en 5,000 kms2 y el reconocimiento de más de 130 sitios arqueológicos.

Mario Magaña y Pedro Góngora, integrantes de la Brigada Volante, fueron homenajeados en Oxkutzcab por el INAH por sus servicios prestados al Instituto. En la entrega del reconocimiento estuvieron presentes Eduardo López Calzada, director del Centro INAH Yucatán, y Pedro Francisco Sánchez Nava, coordinador nacional de Arqueología. Foto INAH.

Antes de recibir el ambicioso y amigable título de Brigada Volante, sólo fueron ellos dos, Mario Magaña y Pedro Góngora, perdiéndose en la espesura del monte, entre animales ponzoñosos, bajo el sol cegador o los intempestivos aguaceros peninsulares, para dar (mediante señas de lugareños y encaramados en un árbol elevado) con viejas urbes prehispánicas extraviadas en la selva, como Santa Rosa X’tampak, e incluso ser descubridores de ciudades mayas que no figuraban en los mapas.

“Parecen la Patrulla Motorizada”, comentaban quienes veían pasar raudos a Mario Magaña y Pedro Góngora, quienes que a diferencia de los protagonistas de la famosa serie de los años 70 y 80, no patrullaban las carreteras de California sino los caminos y brechas de la Península de Yucatán. Tampoco perseguían delincuentes, sólo buscaban antiguas ciudades mayas.

Localizar un sitio, desde cimientos de una casa a la fachada con mascarones estilo Chenes o Puuc de un edificio monumental, pintura rupestre o relieves desperdigados en el interior de una cueva o de un chultún (aljibe maya), siempre fue un sano y competitivo juego para ellos, confiesa divertido Pedro Góngora y zanja la “rivalidad” diciendo que “ahí nos vamos a la mitad”.

Pedro Góngora habla siempre en plural: “Nosotros, Mario y yo, anduvimos a pie, a caballo y en bicicleta. En nuestros buenos tiempos llegábamos a caminar unos 30 kilómetros diarios, sobre todo cuando se trazó la brecha para la carretera de la Ruta Puuc. Don Norberto (González Crespo, primer director del Centro Regional Sureste del INAH entre 1973 y 1982) vio lo que hacíamos y compró unas motos Honda 70; eso nos facilitó mucho el trabajo.

“Tanto Mario como yo teníamos esa facilidad de comunicación con la gente de campo, hablamos la misma lengua (el maya), sobre todo Mario hacía amistad en cuestión de segundos”, comenta Pedro Góngora de su amigo, compañero y cuñado Mario Magaña, con quien trabajó codo a codo a lo largo de 30 años.

Don Mario se jubiló luego de 41 años de servicio, pero heredó la camiseta a su hijo Miguel, quien la lleva bien puesta. Al frente de la Brigada Volante continúa Pedro Góngora, y además de su sobrino, Miguel Magaña Góngora, la integran ahora Juan Carlos Góngora Balam, Martín Manzanilla Canché de Atocha y Julio Alberto Huchim Casanova.

Sobre la mesa del despacho que la brigada tiene en Oxkutzkab, un pueblo a 20 minutos de la Zona Arqueológica de Uxmal y del que son oriundos estos personajes, se apilan los diarios de campo de ambos, un pormenorizado listado de actividades que remitían al arqueólogo González Crespo, artífice de este pequeño cuerpo de custodios.

Al leerlos se deduce que en más de una ocasión debieron lidiar con ejidatarios para que no destruyeran vestigios ubicados en sus propiedades, y lo mismo con autoridades municipales, empresas o  instituciones federales para convencerlos de modificar los trazos de proyectos de infraestructura y así no afectar estos testimonios.

En otras hojas aparece una interminable “relación de sitios que requirieron consolidación”: Kich – pich, tres bóvedas que carecen de jambas y dinteles; Rancho Pérez, una bóveda sin jambas y dintel, y un boquete al fondo, y Yalcobá, dos bóvedas que necesita (sic) consolidarse las cornisas y parte del interior...

Tomás Gallareta, uno de los arqueólogos que recibió el valioso apoyo de Mario y Pedro, reconoce que ellos “han llevado el trabajo de custodio al nivel de excelencia. No se conformaron con seguir las instrucciones de sólo ir y revisar cómo estaban los edificios, tomar si acaso una fotografía. Se dedicaron a explorar, restaurar, tratar a la gente e indicarles el valor de esto”.


“¡Imagínense! Ellos son la cara visible del INAH en áreas poco pobladas y aún cubiertas por la selva. Eso nos ayuda muchísimo. Cuando los arqueólogos u otros profesionales arribamos a estos espacios para un nuevo registro o con un proyecto bajo el brazo, llegamos con ‘la mesa servida’ gracias al trabajo de Mario y Pedro”.

El arqueólogo José Huchim Herrera, director de la Zona Arqueológica de Uxmal, es de la misma opinión. Según lo expresó en su columna periodística del pasado domingo: “Hoy puedo decir, sin temor a equivocarme, que en la planta de trabajadores del INAH aún no hay quien esté a la par con el trabajo que han desarrollado Mario Magaña y Pedro Góngora”. Los dos, escribió, “son paladines del patrimonio cultural, fervientes defensores de los monumentos y cuidadores de las ruinas, como también eran conocidos”.

Gloria Magaña, hija de don Mario, recuerda los tiempos en que su padre convirtió su antiguo hogar, una típica casa maya de adobe y techo de huano, en un auténtico museo:

“Sólo teníamos espacio para las hamacas. Mi papá llegaba con materiales que luego iba a mandar al Centro INAH y nos advertía a mi hermano y a mí: ¡No se toca! ¡Hasta que yo les muestre! Una tía se desmayó cuando mi mamá le enseñó lo que había en una de las cajas: ¡eran unas calaveras!”

Varios arqueólogos han aprendido de ellos. “La teoría es diferente a la práctica. Nosotros tuvimos la facilidad de identificar hasta la más simple de las estructuras prehispánicas, que es lo difícil. Ahí me di cuenta que varios arqueólogos que salían de la escuela no reconocían cuando pisaban los alineamientos de una casa, por ejemplo”.

Con 68 años bien vividos, a don Pedro le gustaría continuar. “Si Dios me da vida y salud, quiero encontrar más sitios y creo que me falta por conocer, aunque estoy llegando a mi límite. Es mucho desgaste físico con las caminatas, aun así recorro seis kilómetros mínimo”.

Le gusta tanto su trabajo que hasta dormido se ve caminando y encontrando un nuevo sitio. Sin duda, don Mario Magaña también ha de visitar en sueños las viejas ciudades mayas, parajes cubiertos de maleza adonde sus pies (hace un año sufrió un accidente cerebrovascular) ya no lo pueden llevar.

Saben que se reencontrarán cuando ubiquen la señal que dejaron en el camino: una rama sobre una piedra o una marca en la tierra. (Erick Manzanilla)